La agobiante desazón de vivir en una Iglesia débil
Es mi impresión, y como tal la cuento. Mejor dicho, mi impresión y la de muchos compañeros y no pocos fieles. Vivimos en una Iglesia débil, fragmentada, convertida en una especie de reino de taifas donde cada parroquia es una iglesia particular, cada sacerdote un pontífice, cada laico o grupo de laicos una autonomía cuasi personal.
No es problema de ausencia de doctrina, que la tenemos y excelente, surgida de una reflexión teológica que arranca de los padres de la Iglesia, se fija en los concilios, se nutre de gente como San Agustín o Santo Tomás y hoy tenemos perfectamente recogida en el catecismo. Tampoco de profundidad litúrgica, porque la liturgia católica es impactante, de hondura, solemne en su mayor simplicidad, capaz de trasladar la tierra al cielo.