La mayor parte de la gente somos de costumbres fijas, hasta cuando vamos a la iglesia tendemos a ocupar siempre el mismo banco. D. Jesús, el párroco, se sabía de memoria la ubicación de cada uno de sus feligreses, sobre todo las feligresas. Según estaba en el altar, en el segundo banco de la izquierda, Rafaela y Joaquina, siempre juntas a pesar de sus pesares. María a la derecha, más retrasada. Jesusa, no me diga por qué, al fondo a la derecha. Por supuesto si había un hombre, invariablemente al fondo, cosas del pueblo, a no ser que se tratara de un forastero, que esos siempre se han sentado donde les ha dado la gana.
Por eso cuando aquel martes D. Jesús comenzó la celebración notó que algo no casaba. Sorprendentemente, una docena de mujeres se agolpaba en los dos últimos bancos de la izquierda, los que están junto a la escalera del coro y el almacén. Pero bueno, ¿qué mosca les habrá picado justo ahora a estas mujeres? Atentas estuvieron en la celebración, nada que reprochar por esa parte, y comulgaron las de siempre como siempre. El pobre cura tratando de celebrar sin distraerse y a la vez sin poder evitar hacer cábalas. La primera vez que veía a Rafaela fuera de su sitio habitual. Y a las otras.
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