Oremos
Es tal la inmensidad del sufrimiento del mundo que nos aplasta. Nos supera. Nos frustra. Porque sabemos que nuestras fuerzas son un grano de arena en un desierto. Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él? (Sal 8)…ante la grandeza de la creación y la dimensión de sus gemidos, ¿hay algo que podamos hacer?
Ay, cuánto olvidamos que “nuestro auxilio es el Nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra” (Sal 120), y qué poco caso hacemos al mismísimo Dios, que nos recuerda: “Clamaste en la aflicción y yo te libré” (Sal 80,8)
Es normal, vivimos la fe en un ambiente voluntarista, que parece haber dejado de creer en el poder de la gracia de Dios. Cada vez son más los pecados con los que hay que negociar porque nos vemos faltos de fuerzas humanas para apartarnos de ellos. Se difunden en las redes cual peste bubónica mensajes melosos a los que les sobran consejitos ñoños y les falta recordar que sin Él no podemos hacer nada: ayuna de enfadarte, ayuna del móvil, ayuna de envidias, ayuna de películas…¿y quién me dará a mí ayunar de tantas cosas??? (Por cierto, ¿lo de ayunar no es, simple y llanamente, pasar hambre?)
No faltan, por otro lado, las aparentemente infalibles recetas para conseguir sacar adelante un matrimonio, una parroquia o la propia santidad. Ya saben: “Diez cosas que debes hacer para que tu parroquia…” y entonces nos cuentan cómo al párroco de una remota localidad de Wisconsin se le ocurrió esto y aquello y tiene la parroquia de bote en bote. Vamos, que si algún párroco no tiene la parroquia de bote en bote es porque no le da la gana de hacer lo que el de Wisconsin. Y así tenemos a muchos párrocos agotados en probar fórmula tras fórmula al tiempo que lidian con un rebelde coro parroquial, con la feligresía de uno de sus quince pueblos, que no está dispuesta a mover la misa dominical media hora para que el pobre sacerdote pueda llegar a tiempo al templo más remoto del valle, con los niños de catequesis que llegaron a la parroquia con siete años sin saber santiguarse y con sus padres, cómo no, que quieren valores pero no infiernos y cosas de esas. Así hasta que un buen día el pobre párroco se dice: “Y, ¿por qué no me pasa a mí lo del de Wisconsin? ¿Qué estoy haciendo mal?” Y me pregunto yo: ¿Nos damos cuenta de que es Dios quien le ha dado al de Wisconsin que su parroquia esté de bote en bote? “Nuestro auxilio es el Nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra”
Quizás fuese durante estas sagradas vigilias cuando oí la voz de Aquél que había llamado a Samuel en medio de las sombras de la noche. Como éste, respondí: Señor, heme aquí: Ecce ego, quia vocasti me [1Re 3,9]. Y abandonando la honrosa carrera en que apenas acababa de dar los primeros pasos, empecé mi preparación para este sacerdocio cuya suprema función e inestimable prerrogativa son perpetuar en el mundo el misterio de la sagrada Eucaristía. (Card. Perraud, obispo de Autun, miembro de la Academia Francesa; sermón en Nuestra Señora de las Victorias en París, el 7 de diciembre de 1898, con motivo del 50 aniversario de la Adoración Nocturna. Hermann Cohen, apóstol de la Eucaristía - Charles Sylvain. Edit. Gratis Date)
Me contaba un sacerdote que nada más ordenarse le “tocaron” unos pueblos difíciles. Y que en un par de ellos organizó una vez por semana una exposición del Santísimo. “Lo hacía para mí “, me decía. Y, al parecer, recibía el consuelo que necesitaba. “Clamaste en la aflicción y yo te libré".
En esta vida la Iglesia, como Pedro aquella vez en el lago, camina hacia el Señor sobre las aguas, únicamente sostenida por su fe y su esperanza. Por eso, cuando su fe vacila en medio de la tormenta, ha de clamar: “¡sálvame, Señor!» (Mt 14,30), «¡sálvanos, Señor, que perecemos!» (8,25). Y entonces la salvación de Jesús llega, poderosa e infalible.
Pero hace falta que la Esposa, «desde lo más profundo» de su ignorancia y debilidad, desesperada completamente de sus propias fuerzas, ponga toda su esperanza en su único Salvador. Entonces, necesariamente, recibe con abundancia maravillosa la salvación. Es ésta una ley permanente en la historia de la salvación, que no puede fallar: «invócame el día del peligro, yo te libraré, y tú me darás gloria» (Sal 49,15).
Es, pues, urgente que hoy aprendamos a clamar al Señor en la aflicción, enseñados por Israel y por la Iglesia de nuestros padres: «¿No hará Dios justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, aun cuando los haga esperar? Yo os digo que les hará justicia prontamente. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» (José María Iraburu. Oraciones de la Iglesia en tiempos de aflicción. Fundación Gratis Date)
Les recomiendo vivamente la obra del Padre Iraburu que acabo de citarles. Oren. Y déjense de querer salvar al mundo con sus fuerzas. Ah, no vayan a pensar que les hablo de algo que tengo resuelto. A menudo mi director espiritual, cuando me ve agotada de activismos, me tiene que recordar que el Salvador es Jesucristo, y no María Arratíbel. Evidente, ¿verdad? Pues a veces me lo tienen que recordar. Ya ven, no somos nada…
He asistido a una misa que el sacerdote celebró por los cristianos perseguidos y a la que solamente asistíamos tres fieles. ¿El valor de la misa depende del número de personas que asisten? ¿Vamos a misa a dar o a recibir? ¿Nos hemos creido que porque el sacerdote nos mira somos lo más importante? ¡Gracias, padre, por esa misa hermosísima!
He rezado con una comunidad de monjes queridísimos: los monjes cistercienses del Monasterio de la Oliva. Una comunidad pequeña, que habrá sido más numerosa en otro tiempo. Algunos de ellos ancianos, encorvados o cojos. Todos haciendo sus tareas y orando en ese silencio en el que Dios parece gritar su presencia. Les brillaban los ojos oyendo hablar de los perseguidos, y me consta que los tienen presentes a diario. ¡Qué grandísimo tesoro, la oración de los contemplativos!
Lloraban algunas Esclavas de Cristo Rey cuando oían del martirio de tantos miembros del Cuerpo de su Amado. ¡Con cuánto cariño ofrecían su oración, y con qué dulce sonrisa le plantan cara al dolor, confiadas en el Sagrado Corazón! Ay, hermanitas, rezad también por mí, para que tenga esa confianza. Ya me decía nuestro arzobispo D. Francisco Pérez: “Lo nuestro no es el optimismo ni el pesimismo. Lo nuestro es la esperanza".
Ayer tuve la dicha de participar en un Via Crucis que la Hermandad de la Pasión rezaba en la Catedral de Pamplona por los cristianos perseguidos. ¡Con qué tremendo esfuerzo levantaba los pasos ese ejército de cireneos! Y recordábamos en cada estación a quienes hoy sufren la Pasión con Jesucristo.
¿Y hacer? ¿Qué podemos hacer? Dios dirá. Hagamos todo, sólo y nada más que lo que Dios nos de hacer en cada momento (esto lo he aprendido del padrecito Iraburu). Y oremos. A tiempo y a destiempo.
Acerquémonos, sí, al trono de la gracia por las misas votivas, la oración de los fieles, las rogativas, las letanías de los santos, la adoración eucarística, las consagraciones al Corazón de Jesús y al de María, las Cuarenta Horas, el Rosario, las novenas a los santos, las peregrinaciones y procesiones penitenciales, los primeros Viernes de mes, el Rosario de la Misericordia y tantos otros ejercicios litúrgicos o devocionales consagrados por la tradición cristiana, según Dios le mueva a cada uno. (José María Iraburu. Oraciones de la Iglesia en tiempos de aflicción. Fundación Gratis Date)
Si nos falta confianza, pidámosla. Si nos falta tiempo, pidamos al Padre que nos de encontrarlo. Vivamos con la mirada puesta en el cielo, soñando la eternidad, desentendidos de este valle de lágrimas que, ya saben, por otra parte, es bello.
Oremos unos por otros. Y no olvidemos a la Iglesia Necesitada y Perseguida.
Cuando he visitado países inmersos en profundas y violentas crisis, he constatado cuánto puede ayudar la oración a quienes se han quedado sin nada. El silencio es esa última trinchera que nadie puede cruzar, la única habitación donde hallar la paz, el estado en el que el sufrimiento baja por un instante los brazos. El silencio fortalece nuestra debilidad. El silencio nos arma de paciencia. El silencio en Dios devuelve el coraje.
Cuando nos destrocen, nos huillen, nos menosprecien, nos calumnien, guardemos silencio. ocultémonos en el santo sepulcro de nuestro Señor Jesucristo, lejos del mundo. (Cardenal Robert Sarah. La fuerza del silencio)
9 comentarios
Gracias.
"Es normal, vivimos la fe en un ambiente voluntarista, que parece haber dejado de creer en el poder de la gracia de Dios."
Muy cierto.
"¿Y hacer? ¿Qué podemos hacer? Dios dirá. Hagamos todo, sólo y nada más que lo que Dios nos de hacer en cada momento (esto lo he aprendido del padrecito Iraburu). Y oremos. A tiempo y a destiempo."
Ciertísimo. De hecho, es todo un criterio de vida cristiana, cabal y perfectiva.
Gracias María
Si la gente se duchara, estaría limpia. Quien está sucio, es porque:
1) No le da la gana ducharse (no quiere)
2) Es tan pobre e ignorante que no tiene acceso a agua ni sabe que ha de ducharse (no puede)
"tenemos a muchos párrocos agotados en probar fórmula tras fórmula"
¿Ah, sí? ¿Hay muchos párrocos así? No, hay pocos de esos. Lo que hay es muchos párrocos que REPITEN LO DE SIEMPRE SABIENDO QUE NO FUNCIONA. Esa catequesis con niños que no volverán. Esos sacramentos que no acercan a ningún alejado. Esas bodas de paganos (cada vez menos).
Los que prueban varias fórmulas hacen bien: cosas que funcionan en Wisconsin pueden necesitar adaptaciones y variaciones en Zamora. El que prueba varias cosas cumple el mandato bíblico: "EXAMINADLO TODO Y QUEDAOS CON LO BUENO".
"""el pobre párroco se dice: “Y, ¿por qué no me pasa a mí lo del de Wisconsin? ¿Qué estoy haciendo mal?”""
Está bien que se haga esa pregunta. Así podrá buscar cómo mejorarlo, encontrar lo que falla: puede ser un cambio de horarios, o de personal, o de prioridades, o de formación... Tonto es el que insiste en aquello que no funciona una y otra vez.
"""es Dios quien le ha dado al de Wisconsin que su parroquia esté de bote en bote""
Dios también nos da el ejemplo de Wisconsin, el cerebro para pensar y aprender, y la pasión por evangelizar y para aprender de los hermanos y de sus dones...
El Señor quiere "fruto abundante", es un administrador exigente, quiere que pongamos a rendir los talentos. Él hace rendir los talentos que ponemos en juego, no los que enterramos diciendo "siempre se ha hecho así".
---
(María, me disculparás que toque una cuestión tangencial a este excelente artículo, que por lo demás suscribo sin reservas.)
En mi país la Conferencia Episcopal ha puesto tantas alternativas al ayuno puro y duro, que pareciera que quienes están obligados a ayunar de ninguna de las maneras deben pasar hambre. Y a esto yo lo veo absurdo y contradictorio: si quieres hacer méritos ante el Señor y ayunas de cosas superfluas o nocivas, hazlo, pero ADEMÁS de privarte de la comida, lo cual es preceptivo. Y lo mismo con la abstinencia de carne.
Recuerdo que hace muchos años, cuando hacía poco que la Conferencia Episcopal acababa de reglamentar la mencionada batería de alternativas al ayuno y a la abstinencia, fui invitado a una cena parroquial para juntar fondos. Era viernes, día de abstinencia de carne, pero el menú era carne asada como único plato. Fue la última vez que asistí a una cena en esa parroquia.
Dios todopoderoso.
Dejar un comentario