Es un valle de lágrimas, pero es bello.
Oímos que el ejército iraquí sigue cosechando victorias y ya no prestamos atención a los últimos atentados en Bagdad. Como viene sucediendo desde 2003, las bombas estallan casi a diario ante la sordera interesada e inoperante de las potencias occidentales. El Daesh no morirá definitivamente en las batallas del Medio Oriente. Hay Daesh para rato y para los cinco continentes. Pero no solo Daesh. Mientras éstos hacen estallar a cientos en Egipto, nuestros aliados saudíes matan de hambre a miles en Yemen. Y son estos ejemplos sólo dos perlas de un ceñido collar que parece estar ahogando a la humanidad en dolores…
Entretanto, algunos miembros del Cuerpo de Cristo parecen haber contraído la lepra, y están más que entretenidos no sabiendo de qué disfrazar la Verdad para atraer el aplauso de ese mundo que detesta al pueblo de la Cruz. En este nuevo occidente pagano que ha abrazado ciegamente el proyecto masónico crece la apostasía, y ese aparente triunfo del Malo nos pilla a veces felicitándonos por la modernidad del último proyecto pastoral de moda.
“Si salgo al campo, encuentro heridos de espada, y si entro en la ciudad, encuentro muertos de hambre. Hasta profetas y sacerdotes vagan por el país desorientados.” (JR 14, 18)
Bien podríamos, por qué no, despreocuparnos. Nos viene una buena época para distraer la atención: lucecitas de colores anuncian el inicio de lo que para muchos no es más que un solsticio pagano y consumista, enemigo de Cristo.
Termina el año litúrgico con la festividad de Cristo Rey y entramos en el Adviento después de haber negado, un año más, su señorío. Muchos católicos niegan su realeza por sufrir la carcoma liberal. Otros simplemente por odio al Niño, su Cruz y su Iglesia. Se despiertan polémicas que desgraciadamente son habituales en estas fechas, conforme se acerca la Natividad de Jesucristo:
Que si ya le vale a ese Niño impuesto por el heteropatriarcado: yo pondré una niña; que si importan más unos idolatrados cautivos de no sé qué independencia que celebrar la venida del Divino Niño (¡Pobre Madre de Dios que da nombre al colegio!); que si lo mío es vender y no quiero meterme en líos –de modo que quito el belén del escaparate y pongo unos renos luminosos-; que cuenta la leyenda (y, si no lo contara, me lo invento) algo de un solsticio ancestral cuya exaltación me viene de perlas para negar a generaciones y generaciones que precedieron, con misa diaria y rosario, al nacionalismo pagano; que lo nuestro, lo de toda la vida, ofende a los que libremente vocean desde el minarete (¿alguien les ha preguntado a ellos en lugar de utilizarles para enmascarar su odio anticatólico?), que es más solidario, empoderado e inclusivo celebrar la confraternización mundial (con todos menos con los cristianos, claro) a golpe de Visa…
Y el Niño cada vez más frío, menos visitado, menos cantado (¿cuántos niños no saben ni un villancico?). ¡¡Dame más amor para amarte por los que no te aman, Niño Divino!!
“Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?” Él preguntó: “¿Quién eres, Señor?” y él: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (Hch 9,4-5)
¿Les sucede a ustedes, siquiera en algún segundo fugaz y débil, que se encuentran sin fuerzas para abrir los ojos y no ver sino “heridos de espada”, “muertos de hambre”?
Y, en mitad de su dolorosa impotencia, ¿les ha sucedido que un amigo haya lanzado, como si nada, una frase que ha sido como un bote salvavidas? ¿Tal vez el susurro cálido les llegó enredado en un salmo? ¿En una de esas “casualidades” con las que Dios suele acariciarnos?
“Es un valle de lágrimas, pero es bello”, dijo Mari Cruz Tasies (dulcísima hermana infocatólica) en su Facebook. Y me he quedado pegada a esa frase…
De pronto percibí el otoño, y me di cuenta de que había olvidado sus olores y colores. Me di cuenta de que Dios nos grita en la Belleza su presencia (…estaré con vosotros hasta el fin del mundo…) y pensé que tal vez en el Calvario olía a romero. La Semana Santa “cae” en plena primavera…
Soñé el cielo y quise oír en las polifonías del Siglo de Oro un anticipo de lo que podrían ser esos coros angélicos que, radiantes, cantan la omnipotencia de Dios, que es Amor.
Volví la mirada a los perseguidos -que tanto me conmueven y a los que, al parecer, miraba tan superficialmente- y me encontré con aquel iraquí que lo había perdido todo menos su fe, y daba gracias al Daesh precisamente por habérselo quitado todo, porque ahora su fe era mucho más grande. Me encontré también con las 500 viudas de la diócesis nigeriana de Maiduguri, que han recibido de Dios la gracia del perdón y que celebran cada domingo la eucaristía con la mayor de las sonrisas, recibiendo con gratitud y emoción una homilía cuya longitud nos resultaría insoportable a quienes en occidente encajamos la misa entre mil quehaceres a veces innecesarios ¿Qué saben ellas de las lepras eclesiales, de las incontestadas dubia, de tantas terribles noticias que no necesitan conocer para saber que “sólo Dios basta”? Señor, ¡¡dame la fe de las nigerianas!!
La Iglesia hoy tiene también santos. Miles de santos. Y mártires. Hermanos nuestros entregan la vida por Cristo con la mirada clavada ya en la plenitud eterna.
He oído que Chesterton dijo algo así como que en los tiempos de crisis sobran los activismos y se necesitan los contemplativos. No encuentro la cita, discúlpenme. Pero, sea o no de Chesterton, me quedo con la idea.
Me decía Luis Fernando, otro gran amigo infocatólico: “Fil 4,7” Busco la cita y encuentro este regalo: “Y la paz de Dios, que supera toda inteligencia, custodiará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús”.
Volverse a los destellos húmedos del otoño, volver la mirada y el corazón a la presencia de Dios. Oración, contemplación. Esas son nuestras armas. Esa nuestra fuerza. Acudamos, siempre que sea posible, a la Adoración Eucarística. “Señor, aquí estoy. Vengo a estar. A adorarte. A descansar en ti. A regalarte mi entendimiento. A mirarte y embelesarme. A enredarme en un rosario mientras te miro, como te mirara Ella.”
Dice Blanca, la carmelita de Bernanos: “Qué importa, si Dios me da la fuerza…” Y le contesta su priora: “Lo que Él quiere probar en ti no es tu fuerza, sino tu debilidad.”
Nos viene el Niño. ¡¡¡Nos viene el Niño!!! Fijémonos en la legión de almas que lo contemplan, olvidemos a las que lo detestan y pidámosle amor por las que no le aman. Niño Divino, Niño bonito…qué ganas de recibirte. Qué ganas de prepararte mi pobre lecho de musgo reseco.
Soplarán fríos los aires del Adviento, agotando el otoño. Y Dios estará en ese susurro que terminará de desnudar los árboles. Y yo sonriendo, respirándole, esperando al Niño.
Como la cierva busca corrientes de agua, así mi alma te busca, Dios mío…
(me gusta este vídeo que les comparto. Sale del ruido para meterse en la divina armonía de Dios)
P.D.: Si no lo tienen ya, por favor compren “La fuerza del silencio", del Cardenal Robert Sarah.
10 comentarios
Bellísima la palestrinada.
Aun más bella su conversión.
Dios le bendiga.
Jeje
Me has dejado embobada con tanto que has logrado ver en el valle y nos describes.
Que dicha!
Suscitará entre nosotros nuevos mártires y profetas que renovarán Su Iglesia, y la cizaña se separará de la mies.
Si mi intuición no me falla hemos de ver sucesos extraordinarios.
Dios nos guie a todos por sus caminos y nos permita deleitarnos en su contemplación.
Un saludo en la Fe
Estoy leyendo el libro del Cardenal Sarah lentamente, como corresponde al silencio.
pasaba de largo y me detuve en este post , y hallé un remanso. Qué recias palabras, y con qué expresividad te has explayado. con qué melancolía de Jardín Primero, con qué sensatez de apóstol.
Contienen tus palabras sufrimiento por la Iglesia. Y ese perfume católico de Siglo de Oro, que se le arrima a uno como el perrillo de Nuestro Padre Santo Domingo.
Sí, percibo el romero, aquí en el Calvario.
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Amigo Alonso. Gracias.
Para encuadrar. Muchas gracias y saludos cordiales.
La fe de las nigerianas, la priora de la carmelita de Bernanos, ..., todo.
Pido el libro de Sarah a los Reyes, sin falta.
Dios te guarde, "hermanita".
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Belleza la Suya. Lo nuestro es sólo asomarnos.
Unidas en Sus Corazones
Me acuerdo de una conocida frase de San Juan Pablo II cuando le anunciaron algún desastre eclesial; venía a ser:
"Sí, sí, pero Ella le pisará la cabeza"
Que Dios te bendiga y la Madre te lleve de su mano.
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