17.04.17

A este Jesús le resucitó Dios, y de eso todos nosotros somos testigos

Primera lectura del lunes de la Octava de Pascua:

Entonces Pedro, de pie con los once, alzó la voz para hablarles así: -Judíos y habitantes todos de Jerusalén, entended bien esto y escuchad atentamente mis palabras.
Israelitas, escuchad estas palabras: a Jesús Nazareno, hombre acreditado por Dios ante vosotros con milagros, prodigios y señales, que Dios realizó entre vosotros por medio de él, como bien sabéis, a éste, que fue entregado según el designio establecido y la presciencia de Dios, le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos. Pero Dios le resucitó rompiendo las ataduras de la muerte, porque no era posible que ésta lo retuviera bajo su dominio. 
En efecto, David dice de él: “Tenía siempre presente al Señor ante mis ojos, porque está a mi derecha, para que yo no vacile. Por eso se alegró mi corazón y exultó mi lengua, y hasta mi carne descansará en la esperanza; porque no abandonarás mi alma en los infiernos, ni dejarás que tu Santo vea la corrupción. Me diste a conocer los caminos de la vida y me llenarás de alegría con tu presencia." 
Hermanos, permitidme que os diga con claridad que el patriarca David murió y fue sepultado, y su sepulcro se conserva entre nosotros hasta el día de hoy.  Pero como era profeta y sabía que Dios “le había jurado “solemnemente que “sobre su trono se sentaría un fruto de sus entrañas", lo vio con anticipación y habló de la resurrección de Cristo, que “ni fue abandonado en los infiernos ni” su carne” vio la corrupción". 
A este Jesús le resucitó Dios, y de eso todos nosotros somos testigos. Exaltado, pues, a la diestra de Dios, y recibida del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís.
Hech 2,14-22-33

La primera predicación de la Iglesia, protagonizada por Pedro, príncipe de los apóstoles, tuvo como objeto dar testimonio de Cristo, y más concretamente de Cristo resucitado. Como bien enseñó tiempo después San Pablo “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe... seguís estando en vuestros pecados” (1ª Cor 15,14.17).

Leer más... »

16.04.17

Jesucristo ha resucitado, ¡Aleluya!

Evangelio del Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor:

El día siguiente al sábado, muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio quitada la piedra del sepulcro. Entonces echó a correr, llegó hasta donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, el que Jesús amaba, y les dijo: -Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto.
Salió Pedro con el otro discípulo y fueron al sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó antes al sepulcro. Se inclinó y vio allí los lienzos plegados, pero no entró.
Llegó tras él Simón Pedro, entró en el sepulcro y vio los lienzos plegados, y el sudario que había sido puesto en su cabeza, no plegado junto con los lienzos, sino aparte, todavía enrollado, en un sitio.
Entonces entró también el otro discípulo que había llegado antes al sepulcro, vio y creyó. No entendían aún la Escritura según la cual era preciso que resucitara de entre los muertos.
Jn 20,1-9

Jesucristo ha resucitado, ¡Aleluya!

Feliz Pascua a todos.

15.04.17

El que quiere... ¿puede?

De pequeño mi madre me solía decir “el que quiere, puede". Y es común ver a muchos cristianos empeñados en “entrenar” su fuerza de voluntad para obrar bien, como si tal cosa dependiera sobre todo de sus capacidades personales. Sus intenciones son buenas, ciertamente. Pero no, no funciona así la cosa. Esto es lo que puede nuestra fuerza de voluntad. Lo explica San Pablo en Romanos 7:

Pues sé que lo bueno no habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer está a mi alcance, pero hacer lo bueno, no.
Pues no hago lo bueno que deseo, sino que obro lo malo que no deseo. Así, pues, descubro la siguiente ley: yo quiero hacer lo bueno, pero lo que está a mi alcance es hacer el mal.
¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? ¡Gracias a Dios, por Jesucristo nuestro Señor!

Jesucristo es la clave. Sin Él no podemos hacer literalmente NADA (Jn 15,5). Y NADA es NADA. Nada bueno, se sobreentiende. O mejor dicho, nada bueno en relación a nuestra salvación. Sin embargo, “todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil 4,13). Sin Él nada, con Él y en Él, todo.

Leer más... »

14.04.17

El castigo, precio de nuestra paz, cayó sobre él

Primera lectura del Viernes Santo de la Pasión del Señor:

Mirad, mi siervo triunfará, será ensalzado, enaltecido y encumbrado. Como muchos se horrorizaron de él -tan desfigurado estaba, que no tenía aspecto de hombre ni apariencia de ser humano-, así él asombrará a muchas naciones. Por su causa los reyes cerrarán la boca, al ver lo que nunca les habían narrado, y contemplar lo que jamás habían oído.
«¿Quién dio crédito a nuestro anuncio? El brazo del Señor, ¿a quién fue revelado? Creció en su presencia como un renuevo, como raíz de tierra árida. No hay en él parecer, no hay hermosura que atraiga nuestra mirada, ni belleza que nos agrade en él. 
Despreciado y rechazado de los hombres, varón de dolores y experimentado en el sufrimiento; como de quien se oculta el rostro, despreciado, ni le tuvimos en cuenta.  Pero él tomó sobre sí nuestras enfermedades, cargó con nuestros dolores, y nosotros lo tuvimos por castigado, herido de Dios y humillado. Pero él fue traspasado por nuestras iniquidades, molido por nuestros pecados. El castigo, precio de nuestra paz, cayó sobre él, y por sus llagas hemos sido curados. 
Todos nosotros andábamos errantes como ovejas, cada uno seguía su propio camino, mientras el Señor cargaba sobre él la culpa de todos nosotros». 
Fue maltratado, y él se dejó humillar, y no abrió su boca; como cordero llevado al matadero, y, como oveja muda ante sus esquiladores, no abrió su boca. 
Por arresto y juicio fue arrebatado. De su linaje ¿quién se ocupará? Pues fue arrancado de la tierra de los vivientes, fue herido de muerte por el pecado de mi pueblo. Su sepulcro fue puesto entre los impíos, y su tumba entre los malvados, aunque él no cometió violencia ni hubo mentira en su boca. 
Dispuso el Señor quebrantarlo con dolencias. Puesto que dio su vida en expiación, verá descendencia, alargará los días, y, por su mano, el designio del Señor prosperará. Por el esfuerzo de su alma verá la luz, se saciará de su conocimiento. El justo, mi siervo, justificará a muchos y cargará con sus culpas.Por eso, le daré muchedumbres como heredad, y repartirá el botín con los fuertes; porque ofreció su vida a la muerte, y fue contado entre los pecadores, llevó los pecados de las muchedumbres e intercede por los pecadores.
Is 52,13-5. 54, 1-2

¿Qué decir? ¿que hablar? ¿qué comentar? La cruz, el castigo y la muerte es lo que nos merecíamos por nuestos pecados. Pero Cristo toma nuestro lugar y se deja torturar, azotar, crucificar y matar como pago por nuestro rescate. Cumplió así las exigencias de la justicia y la misericordia de Dios. Justicia, porque el pecado no podía quedar sin castigo. Misericordia, porque la justicia no podía tener la última palabra y Dios quiere salvarnos.

Leer más... »

13.04.17

Si no te lavo, no tienes parte conmigo

Evangelio del Jueves Santo:

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro y este le dice: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?».
Jesús le replicó: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde».
Pedro le dice: «No me lavarás los pies jamás».
Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo».
Simón Pedro le dice: «Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza».
Jesús le dice: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos». Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.
Jn 13,1-15

El Salvador vino a servir para mostrarnos como ser siervos. El Hijo de Dios se abajó hasta nosotros para que pudiéramos subir con Él hacia el Padre. Aquel cuyos pies fueron ungidos con las lágrimas de una mujer pecadora arrepentida (Luc 7,37-50) y por María, hermana de Lázaro (Jn 12,3), quiso dar ejemplo de servicio.

Leer más... »