13.07.17

Gratis habéis recibido, dad gratis

Evangelio del jueves de la decimocuarta semana del Tiempo Ordinario.

Jesús dijo a sus apóstoles:
Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis.
No os procuréis en la faja oro, plata ni cobre; ni tampoco alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento.
Cuando entréis en una ciudad o aldea, averiguad quién hay allí de confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis. Al entrar en una casa, saludadla con la paz; si la casa se lo merece, vuestra paz vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a vosotros.
Si alguno no os recibe o no escucha vuestras palabras, al salir de su casa o de la ciudad, sacudid el polvo de los pies. En verdad os digo que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra, que a aquella ciudad.
Mat 10,7-15

El evangelio es un regalo que Dios nos concede. Y no solo para que nos lo quedemos sino para que a su vez seamos instrumentos de su donación a otros. 

En cuanto que don, no se impone. Se propone. Quien lo recibe, obtendrá la paz de Dios. Mas quien lo rechaza, recibirá un castigo imponente. El Señor indica que será peor que el que recibieron Sodoma y Gomorra, de quien no quedó piedra sobre piedra. Y será peor por una sencilla razón. Será un castigo eterno, sin fin. De hecho, sobre pocas cosas insiste tanto el Salvador como acerca del peligro de la condenación y su condición de interminable. Quien esconde esa enseñanza de Cristo niega el Evangelio.

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12.07.17

Id primero a las ovejas perdidas de la casa de Israel

Evangelio del miércoles de la decimocuarta semana del Tiempo Ordinario:

Habiendo llamado Jesús a sus doce discípulos, les dio potestad para expulsar a los espíritus impuros y para curar todas las enfermedades y dolencias. Los nombres de los doce apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el que le entregó.
A estos doce los envió Jesús, después de darles estas instrucciones: -No vayáis a tierra de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; sino id primero a las ovejas perdidas de la casa de Israel.  Id y predicad: «El Reino de los Cielos está cerca».
Mt 10,1-7

Lo primero que llama la atención de este pasaje es un detalle de la lista de los apóstoles. Dice “primero Simón, llamado Pedro". Y el término que se traduce como primero es “protos", que no significa necesariamente primero en orden sino todo esto:

Primero (en tiempo, lugar, orden o importancia): - antes, principio, mejor, jefe, anterior.

Bien, Pedro no fue el primero en orden o lugar en ser llamado por Cristo. Saquen ustedes sus propias conclusiones.

El Señor manda a sus apóstoles a predicar a todo Israel. Y les pide expresamente que no vayan fuera de la Tierra Prometida ni prediquen siguiera donde los samaritanos. Su prioridad era el pueblo que Él se eligió, que Él sacó de Egipto, del que Él era el Mesías. 

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11.07.17

Hay un celo bueno, que separa de los vicios y lleva a Dios

Del Oficio de Lecturas del martes de la decimocuarta semana del Tiempo Ordinario:

Cuando emprendas alguna obra buena, lo primero que has de hacer es pedir constantemente a Dios que sea él quien la lleve a término, y así nunca lo contristaremos con nuestras malas acciones, a él, que se ha dignado contarnos en el número de sus hijos, ya que en todo tiempo debemos someternos a él en el uso de los bienes que pone a nuestra disposición, no sea que algún día, como un padre que se enfada con sus hijos, nos desherede, o, como un amo temible, irritado por nuestra maldad, nos entregue al castigo eterno, como a servidores perversos que han rehusado seguirlo a la gloria.

Por lo tanto, despertémonos ya de una vez, obedientes a la llamada que nos hace la Escritura: Ya es hora que despertéis del sueño. Y, abiertos nuestros ojos a la luz divina, escuchemos bien atentos la advertencia que nos hace cada día la voz de Dios: Hoy, si escucháis su voz, no endurezcáis el corazón; y también: El que tenga oídos oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias.

¿Y qué es lo que dice? Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor. Caminad mientras tenéis luz, para que las tinieblas de la muerte no os sorprendan.

Y el Señor, buscando entre la multitud de los hombres a uno que realmente quisiera ser operario suyo, dirige a todos esta invitación: ¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad? Y si tú, al oír esta invitación, respondes: «Yo», entonces Dios te dice: «Si amas la vida verdadera y eterna, guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella. Si así lo hacéis, mis ojos estarán sobre vosotros y mis oídos atentos a vuestras plegarias; y, antes de que me invoquéis, os diré: Aquí estoy.»

¿Qué hay para nosotros más dulce, hermanos muy amados, que esta voz del Señor que nos invita? Ved cómo el Señor, con su amor paternal, nos muestra el camino de la vida.

Ceñida, pues, nuestra cintura con la fe y la práctica de las buenas obras, avancemos por sus caminos, tomando por guía el Evangelio, para que alcancemos a ver a aquél que nos ha llamado a su reino. Porque, si queremos tener nuestra morada en las estancias de su reino, hemos de tener presente que para llegar allí hemos de caminar aprisa por el camino de las buenas obras.

Así como hay un celo malo, lleno de amargura, que separa de Dios y lleva al infierno, así también hay un celo bueno, que separa de los vicios y lleva a Dios y a la vida eterna. Éste es el celo que han de practicar con ferviente amor los monjes, esto es: tengan por más dignos a los demás; soporten con una paciencia sin límites sus debilidades, tanto corporales como espirituales; pongan todo su empeño en obedecerse los unos a los otros; procuren todos el bien de los demás, antes que el suyo propio; pongan en práctica un sincero amor fraterno; vivan siempre en el temor y amor de Dios; amen a su abad con una caridad sincera y humilde; no antepongan nada absolutamente a Cristo, el cual nos lleve a todos juntos a la vida eterna.

De la Regla de san Benito, abad
(Prólogo, 4-22; cap. 72, 1-12: CSEL 75, 2-5. 162-163)

Como enseña el concilio de Orange en su vigésimo canon “Dios hace en el hombre muchas cosas buenas que el hombre no hace, mas en verdad ninguna cosa buena hace el hombre que Dios no dé que haga". Tal verdad, que aparec con claridad a lo largo de la Escritura (p.e, Fil 2,13). De ahí que San Benito nos dice que si tenemos intención de emprender una buena obra, debemos pedir a Dios que sea el autor, causa primera, de la misma.

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10.07.17

Se reían de Él

Evangelio del lunes de la decimocuarta semana del Tiempo Ordinario:

Mientras les decía esto, se acercó un jefe de los judíos que se arrodilló ante él y le dijo: «Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, impón tu mano sobre ella y vivirá». Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos. Entre tanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó la orla del manto, pensando que con solo tocarle el manto se curaría.
Jesús se volvió y al verla le dijo: «¡Ánimo, hija! Tu fe te ha salvado». Y en aquel momento quedó curada la mujer.
Jesús llegó a casa de aquel jefe y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo: «¡Retiraos! La niña no está muerta, está dormida».
Se reían de él.
Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano y ella se levantó.
La noticia se divulgó por toda aquella comarca.
Mat 9,18-26

El Señor no se cansaba de hacer bien. Tan pronto obraba milagros ante la petición de palabra de quien se lo solicitaba como los obraba en aquellos que preferían guardar su fe en secreto. 

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9.07.17

Si vivís según la carne, moriréis

Segunda lectura del decimocuatro domingo el Tiempo Ordinario

Vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros; en cambio, si alguien no posee el Espíritu de Cristo no es de Cristo.
Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros. Así pues, hermanos, somos deudores, pero no de la carne para vivir según la carne. Pues si vivís según la carne, moriréis; pero si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis.
Rom 8,9;11-13

San Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, no busca agradar el oído de los pecadores sino su conversión. No se anda por las ramas. Quien vive según la carne se condena. Quien vive por el Espíritu, tiene vida eterna.

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