6.07.17

El Hijo del Hombre tiene potestad para perdonar los pecados

Evangelio del jueves de la decimotercera semana del Tiempo Ordinario:

Jesús subió a una barca, cruzó de nuevo el mar y llegó a su ciudad.  Entonces, le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver Jesús la fe de ellos, le dijo al paralítico: -Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados.
Entonces algunos escribas dijeron para sus adentros: «Éste blasfema».
Conociendo Jesús sus pensamientos, dijo: -¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil decir: «Tus pecados te son perdonados», o decir: «Levántate, y anda»? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados -se dirigió entonces al paralítico-, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.
Él se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la gente se atemorizó y glorificó a Dios por haber dado tal potestad a los hombres.
Mat 9,1-8

La omnipotencia salvífica de Dios llega a toda la esfera humana. Cristo sana tanto el cuerpo enfermo como el alma condenada. 

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5.07.17

El gran bien que hay en el reino del cielo

Del Oficio de lecturas del miércoles de la decimotercera semana del Tiempo Ordinario:

¿Quién hay, por disparatado que sea, que cuando pide a una persona grave no lleva pensado cómo pedirla, para contentarle y no serle desabrido, y qué le ha de pedir, y para qué ha menester lo que le ha de dar, en especial si pide cosa señalada, como nos enseña que pidamos nuestro buen Jesús? Cosa me parece para notar. ¿No pudierais, Señor mío, concluir con una palabra y decir: «Dadnos, Padre, lo que nos conviene»? Pues a quien tan bien lo entiende todo, no parece era menester más.

¡Oh Sabiduría eterna! Para entre vos y vuestro Padre esto bastaba, que así lo pedisteis en el huerto: mostrasteis vuestra voluntad y temor, mas os dejasteis en la suya. Mas a nosotros nos conocéis, Señor mío, que no estamos tan rendidos como lo estabais vos a la voluntad de vuestro Padre, y que era menester pedir cosas señaladas para que nos detuviésemos en mirar si nos está bien lo que pedimos, y si no, que no lo pidamos. Porque, según somos, si no nos dan lo que queremos (con este libre albedrío que tenemos), no admitiremos lo que el Señor nos diere; porque, aunque sea lo mejor, como no vemos luego el dinero en la mano, nunca nos pensamos ver ricos.

Pues dice el buen Jesús que digamos estas palabras en que pedimos que venga en nosotros un tal reino:

Santificado sea tu nombre, venga en nosotros tu reino.

Ahora mirad, qué sabiduría tan grande de nuestro Maestro. Considero yo aquí y es bien que entendamos, qué pedimos en este reino. Mas como vio su majestad que no podíamos santificar, ni alabar, ni engrandecer, ni glorificar este nombre santo del Padre eterno, conforme a lo poquito que podemos nosotros (de manera que se hiciese como es razón), si no nos proveía su majestad con darnos acá su reino, por ello lo puso el buen Jesús lo uno cabe lo otro. Porque entendamos esto que pedimos, y lo que nos importa importunar por ello, y hacer cuanto pudiéremos para contentar a quien nos lo ha de dar, os quiero decir aquí lo que yo entiendo. El gran bien que me parece a mí hay en el reino del cielo, con otros muchos, es ya no tener cuenta con cosa de la tierra, sino un sosiego y gloria en sí mismos, un alegrarse que se alegren todos, una paz perpetua, una satisfacción grande en sí mismos, que les viene de ver que todos santifican y alaban al Señor, y bendicen su nombre y no le ofende nadie. Todos le aman, y la misma alma no entiende en otra cosa sino en amarle, ni puede dejarle de amar, porque le conoce. Y así le amaríamos acá, aunque no en esta perfección, ni en un ser; mas muy de otra manera le amaríamos de lo que le amamos, si le conociésemos.
Del libro de santa Teresa de Ávila sobre el Camino de perfección. (Cap. 30, 1-5)

¿Cuántas veces no hemos quedado desilusionados e incluso trastornados porque hemos pedido algo a Dios y no nos lo ha concedido? Y no hablo de meros caprichos, o de ruegos para satisfacer pasiones mundanas -como advierte Santiago 4,3- sino de peticiones más o menos bien fundamentadas.

No debemos caer en el error de creer que el Señor no nos ama o no nos cuida. Al contrario, Él siempre nos dará o dejará de dar conforme a lo que más convenga. Como dice San Pablo: “Sabemos que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios, de los que son llamados según su designio” (Rom 8,28).

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4.07.17

¿Por qué os asustáis, hombres de poca fe?

Evangelio del martes de la decimotercera semana del Tiempo Ordinario

Jesús se subió a una barca, y le siguieron sus discípulos. De repente se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía.
Se le acercaron para despertarle diciendo: -¡Señor, sálvanos, que perecemos!
Jesús les respondió: -¿Por qué os asustáis, hombres de poca fe? Entonces, puesto en pie, increpó a los vientos y al mar y sobrevino una gran calma.
Los hombres se asombraron y dijeron: -¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?
Mt 8,23-27

Estaban con Él pero todavía no habían comprendido bien quién era. Le habían visto hacer milagros, pero cayeron presas del pánico por una tempestad. Jesús no les reprocha que le despertaran sino su miedo.

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3.07.17

No seas incrédulo sino creyente

Evangelio en la Fiesta de Santo Tomás Apóstol:

Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron: -¡Hemos visto al Señor!
Pero él les respondió: -Si no le veo en las manos la marca de los clavos, y no meto mi dedo en esa marca de los clavos y meto mi mano en el costado, no creeré
A los ocho días, estaban otra vez dentro sus discípulos y Tomás con ellos. Aunque estaban las puertas cerradas, vino Jesús, se presentó en medio y dijo: -La paz esté con vosotros. 
Después le dijo a Tomás: -Trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente. 
Respondió Tomás y le dijo: -¡Señor mío y Dios mío! 
Jesús contestó: -Porque me has visto has creído; bienaventurados los que sin haber visto hayan creído.
Jn 20,24-29

El apóstol Tomás había estado tres años al lado del Señor. Le había visto resucitar muertos, dar la vista a ciegos, expulsar demonios, hacer andar a paralíticos, etc. Y sin embargo, no era capaz de creer que Cristo había resucitado.

¿Cuántas veces no nos ha pasado algo parecido? Hemos visto cómo el Señor ha obrado en nuestras vidas, cómo nos ha sacado de problemas en los que nos metimos nosotros solos o nos metieron otros. Le hemos rezado, implorado, adorado, recibido en la Eucaristía. Y sin embargo, cuando un día nuestra fe es puesta a prueba, dudamos.

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2.07.17

El que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí

Evangelio del decimotercer domingo del Tiempo Ordinario:

El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa».
Mat 10,37-42

El Señor no nos ha regalado la salvación para que le pongamos en un lugar secundario en nuestras vidas. El amor a Dios por encima de todas las cosas, y Cristo es Dios, es el primero de los mandamientos. Y es un amor que en ocasiones “cuesta". Pero resulta que a Cristo su amor por nosotros le llevó a la cruz. Nada tiene de particular que nos pida que carguemos nuesrtas cruces y le sigamos. La radicalidad del amor de quien entregó su vida por salvarnos ha de producir en nosotros la radicalidad de entregar nuestra vida por Él si así se nos llega a demandar.

Nos dice San Pablo en la segunda lectura de hoy:

¿Es que no sabéis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte?
Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva.
Rom 6,3-4

¿Acaso viviremos como los que no tienen a Cristo? ¿qué sentido tiene ser cristiano y no recorrer la senda de la santidad que el Señor nos concede por su gracia?

Añade el apóstol:

Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él.
Porque quien ha muerto, ha muerto al pecado de una vez para siempre; y quien vive, vive para Dios.
Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.
Rom 6,8-11

¿Entendemos lo que significa haber muerto al pecado? No que no vayamos a pecar jamás, porque claramente todavía somos débiles y necesitamos constantemente la gracia del perdón. Sigue exhortando el apóstol:

Que el pecado no siga reinando en vuestro cuerpo mortal, sometiéndoos a sus deseos; no pongáis vuestros miembros al servicio del pecado, como instrumentos de injusticia; antes bien, ofreceos a Dios como quienes han vuelto a la vida desde la muerte, y poned vuestros miembros al servicio de Dios, como instrumentos de la justicia.
Rom 6,12-13

Muchos hemos creído, o creemos, que la santidad es una meta a la que llegan solo unos pocos. Mas es hora de que descartemos esa mentira. El mismo que se entregó por nosotros es quien transforma nuestros corazones de piedra en corazones de carne para que le amemos y vivamos conforme a su voluntad. No hay obstáculo en la ladera de la montaña cuya cima es la santidad, que no podamos superar con la ayuda de la gracia de Dios. Andemos pues, conforme a la dignidad que Cristo nos ha dado.

Señor, tú que eres digno, haznos digno. Tú que diste tu vida por nosotros, concédenos tener por Señor absoluto y soberano de nuestras vidas. Conviértenos a ti y nos convertiremos.

Luis Fernando