Los tramposos
El último caso conocido es el de la atleta estadounidense Marion Jones. Acaba de reconocer, entre lágrimas, que se dopó hace años. O sea, hizo trampa. Y por tanto, aunque no sé bien cuál es la legislación deportiva internacional, lo más probable es que se le despoje de todas sus medallas y posibles records. Ahora bien, ¿de qué vale ya eso? ¿acaso van a quitarle la "felicidad" que obtuvo injustamente al ganarlas? ¿quién devuelve a las atletas que quedaron segundas tras ella, ese momento "glorioso" de alzar los brazos al finalizar la carrera y el de subirse al cajón más alto donde te cuelgan el oro? O por poner un ejemplo español, aunque a Oscar Pereiro le han concedido por fin el triunfo en el tour de 2005 debido al doping de Floyd Landis, ¿quién le va a dar la foto vestido de amarillo en los Campos Elíseos de París? Nadie.
Y como Marion, tantos otros. Algunos deportes parece especialmente infectados por esa plaga que desvirtúa las competiciones y, no se olvide, pone en peligro las vidas de los deportistas. El dinero y el prestigio personal son la tentación que hace caer a aquellos que no confían lo suficiente en sus capacidades propias para lograr la victoria. La ciencia avanza tan rápido que los tramposos van por delante de la ley y se aprovechan de la fabricación de drogas sintéticas que todavía no pueden ser detectadas por los análisis ordinarios. Algunos consiguen librarse de la sanción porque no les pillan. Y quien tiene tan mal formada la conciencia como para doparse es difícil que acabe por reconocer, pasados los años, que así lo hizo. A veces ocurre, como es el caso de Marion Jones, pero muchos se irán de esta vida sin reconocer que hicieron trampas. Entonces la mentira se impone y sólo se sabrá la verdad ese día en que todo lo oculto quedará de manifiesto.
Como bien saben los conocedores de las Escrituras, San Pablo hace una comparación entre la vida cristiana y la competición deportiva: