Barrajón, un tipo estupendo
No le conozco personalmente pero estoy seguro de que el actual secretario de la Conferencia Española de Religiosos (Confer), el mercedario Alejandro Fernández Barrajón, es un tipo estupendo. Vamos, de esos con los que puedes jugar unas partidas de mus mientras te tomas unos botellines y un kilo de pipas bien tostadas. Es posible incluso que sea del Atlético de Madrid, aunque yo le perdonaría en caso de que fuera merengón o culé. Ahora bien, si entramos en el terreno religioso, la cosa cambia. No debería de ser así pero es. Sin duda ES.
Según se puede leer en esa fuente inagotable (aunque a veces confusa) de sabiduría popular que es la wikipedia “los mercedarios pronunciaban cuatro votos: pobreza, castidad, obediencia, y cuarto: `estar dispuestos a entregarse como rehenes y dar la vida, si fuese necesario, por el cautivo en peligro de perder su fe´". Los votos de pobreza y castidad se los supongo al padre Alejandro. Sobre el cuarto voto, espero que no tenga nunca que verse en la tesitura de tener que seguirlo. Pero respecto al de obediencia, sobre todo si es en relación a la jerarquía de la Iglesia, permítaseme que manifieste alguna duda razonable. Se me recordará y dirá que los religiosos no están obligados a obedecer a los obispos, sino a sus superiores y en todo caso al Papa. Pero cuando la totalidad de los obispos se han manifestado contra la ingeniería social del zapaterismo, es alucinante que el portavoz de todos los religiosos españoles responda a una pregunta sobre la EpC y la píldora postcoital diciendo que “el gobierno tiene la obligación de legislar y trata de hacerlo para todos, estén de acuerdo o no". Vamos, que da la impresión de que le parece de fábula que el gobierno legisle para que haya más aborto, más adoctrinamiento de niños, más de lo que se tercie. Este fraile ni se molesta en decir algo así como “no estoy de acuerdo con esas leyes, pero no nos queda más remedio que aceptar las reglas del juego democrático". No, eso es demasiado carca, demasiado pre-tridentino. Lo chachi, lo que mola, lo guay es no decir una sola palabra que pueda salirse del discurso de lo políticamente correcto.