La visita a Haití del padre Ángel nos abre los ojos
Suele ocurrir que a las pocas semanas de una catástrofe natural de grandes dimensiones, todo el interés mediático sobre los pueblos que las han sufrido desaparece y se disipa en el aire como el humo de la calada de un puro de los que se fumaba Rajoy. En cierto modo es comprensible que ocurra tal cosa, pero la realidad es que las víctimas siguen existiendo y siguen necesitando ayuda, sobre todo si viven en un país de escasísimos recursos.
La visita del padre Ángel a Haití, independientemente de lo que supone a nivel de entrega de recursos y de compromiso de su ONG para ayudar a los haitianos, tiene la virtud de recordarnos a todos que el país caribeño sigue sumido en la desgracia, en la pobreza y en la incapacidad para levantar cabeza tras el terremoto del pasado 12 de enero.
Este sacerdote asturiano nos pone al día sobre la realidad de aquella nación. Nos explica que todavía hay un millón de personas que viven en tiendas de campaña, nos cuenta que las calles de Puerto Príncipe siguen llenas de escombros, nos avisa de que cuando lleguen las lluvias puede producirse otra catástrofe humanitaria que se lleve por delante decenas de miles de víctimas y nos hace saber que si no se mejoran las condiciones higiénicas, la malaria y el cólera pueden aparecer para cobrarse su factura en vidas humanas. En otras palabras, aquello sigue siendo un desastre por mucha ayuda que se haya prestado hasta el momento.