La infidelidad de Berríos es la infidelidad de la Compañía de Jesús
Llevo ya unos cuantos años escribiendo centenares de artículos en defensa del Magisterio de la Iglesia e implorando a la misma que ponga orden en sus filas, de manera que aquellos que desde dentro atacan pertinazmente a sus enseñanzas, llegando al extremo de ridiculizarlas en público, sean apartados de cualquier tipo de ministerio sacerdotal o de enseñanza. Pues bien, en todos estos años nunca antes me había encontrado con una confesión de impotencia tan radical como la que acaba de hacer Monseñor Bacarreza, obispo de Santa María de los Ángeles, al respecto del sacerdote jesuita Felipe Berríos. Dice el obispo chileno: “Los Obispos no hemos tenido poder para conseguir que sus superiores lo moderen".
En esa frase se resumen dos de los males -hay más- que amenazan el presente y el futuro inmediato de la Iglesia. Por una parte, denota que existe una orden religiosa, la Compañía de Jesús, que se queda de brazos cruzados ante el espectáculo denigrante que, un día sí y otro también, ofrece ante todo el mundo uno de sus miembros. Por otra, demuestra que los obispos están inermes debido a la autonomía de esa orden religiosa, que en teoría sólo está sujeta a Roma. Lo de “teoría” no lo digo porque dude que alguien aparte de Roma pueda “sujetar” a dicha orden, sino porque dudo mucho que la Compañía de Jesús, con su Prepósito General a la cabeza, quiera sujetarse de verdad a ninguna autoridad eclesial, incluida la del Santo Padre. Son tantos los ejemplos en los que tal hecho no ocurre, que me parece perfectamente legítimo opinar que la orden fundada por San Ignacio de Loyola es, a día de hoy, un claro ejemplo de iglesia paralela que ha optado por permitir que en su seno existan herejes y cismáticos disfrutando del amparo de unos superiores, cómplices de sus herejías y sus actitudes cismáticas.