Ahora que ya ha abandonado la orden franciscana y que está en pleno proceso de secularización, José Arregi estrena blog en Religión Digital. Y lo hace con un post por el que se pone de manifiesto que lo absurdo, lo ilógico, lo irreal era su condición de franciscano y sacerdote. Porque, sinceramente, como le dice un comentarista, ¿es honesto pretender ser católico a la vez que se escribe cosas como estas?:
No soy laico ni quiero serlo, porque no creo en una Iglesia tripartita de religiosos, clérigos y laicos, de cristianos con rango y cristianos de a pie, de clase dirigente y masa dirigida.
Hablar de clérigos y laicos en la Iglesia es un fraude al Nuevo Testamento, pues esos términos no se utilizan ninguna sola vez ni en los evangelios, ni en las cartas de Pablo, ni en ningún otro escrito del Nuevo Testamento.
Yo juraría que en el Nuevo Testamento vemos a presbíteros, obispos y diáconos, pero a lo mejor es que Arregui tiene una versión de la Biblia distinta de la mía.
Ahora bien, lo más gracioso es lo que dice sobre los primeros siglos de la Iglesia:
Hablar de clérigos y laicos es también un fraude a los primeros siglos de la Iglesia, pues esos términos no figuran en la literatura cristiana hasta el siglo III. Durante los dos primeros siglos no hubo “laicos” en la Iglesia, porque aún no existía “clero”. Luego la Iglesia se fue “sacerdotalizando”, “clericalizando”, y así surgió el laicado, que no es sino el despojo de lo que el clero se llevó. Nunca habría habido laicos en la Iglesia de no haber habido clérigos primero.
Arregi no sólo es un hereje desde el punto de vista de la doctrina católica. Es que además demuestra una ignorancia supina. San Ignacio, obispo de Antioquía que fue ordenado de manos de los mismísimos apóstoles, escribió una serie de epístolas a las iglesias que iba recorriendo camino de su martirio en Roma. Dice Arregi que en los primeros siglos no había clero. Yo prefiero hacer caso a quien recibió el evangelio de boca de los apóstoles. Para vergüenza y escarnio de Arregi copio acá algunas citas del obispo mártir, que entregó su vida por Cristo en la primera década del siglo II:
A los Efesios
Es por tanto apropiado que vosotros, en todas formas, glorifiquéis a Jesucristo que os ha glorificado; para que estando perfectamente unidos en una sumisión, sometiéndoos a vuestro obispo y presbítero, podáis ser santificados en todas las cosas.
…
Por lo tanto es apropiado que andéis en armonía con la mente del obispo; lo cual ya lo hacéis. Porque vuestro honorable presbiterio, que es digno de Dios, está a tono con el obispo, como si fueran las cuerdas de una lira. Por tanto, en vuestro amor concorde y armonioso se canta a Jesucristo. Y vosotros, cada uno, formáis un coro, para que estando en armonía y concordes, y tomando la nota clave de Dios, podáis cantar al unísono con una sola voz por medio de Jesucristo al Padre, para que Él pueda oíros y, reconocer por vuestras buenas obras que sois miembros de su Hijo. Por tanto os es provechoso estar en unidad intachable, a fin de que podáis ser partícipes de Dios siempre.
…
Porque si la oración de uno y otro tiene una fuerza tan grande, ¡cuánto más la del obispo y la de toda la Iglesia! Por lo tanto, todo el que no acude a la congregación, con ello muestra su orgullo y se ha separado él mismo; porque está escrito: Dios resiste a los soberbios. Por tanto tengamos cuidado en no resistir al obispo, para que con nuestra sumisión podamos entregarnos nosotros mismos a Dios.
…
Y en proporción al hecho de que un hombre vea que su obispo permanece en silencio, debe reverenciarle aún más. Porque a todo aquel a quien el Amo de la casa envía para ser mayordomo de ella, debe recibírsele como si fuera el que le envió. Simplemente, pues, deberíamos considerar al obispo como al Señor mismo.
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A los magnesianos
Sí, y os corresponde a vosotros también no tomaros libertades por la juventud de vuestro obispo, sino, según el poder de Dios el Padre, rendirle toda reverencia, tal como he sabido que los santos presbíteros tampoco se han aprovechado de la evidente condición de su juventud, sino que le han tenido deferencia como prudente en Dios; no ya a él, sino al Padre de Jesucristo, a saber, el Obispo de todos. Por tanto, por el honor de Aquel que os ha deseado, es apropiado que seáis obedientes sin hipocresía. Porque un hombre no engaña a este obispo que es visible, sino que intenta engañar al otro que es invisible; y en este caso debe contar no con carne sino con Dios, que conoce las cosas escondidas.
…
Por tanto, es apropiado que no sólo seamos llamados cristianos, sino que lo seamos; tal como algunos tienen el nombre del obispo en sus labios, pero en todo obran aparte del mismo.
…
… os aconsejo que seáis celosos para hacer todas las cosas en buena armonía, el obispo presidiendo a la semejanza de Dios y los presbíteros según la semejanza del concilio de los apóstoles, con los diáconos también que me son muy caros.
etc, etc.
Podría seguir hasta aburrir al lector. En cualquier caso, todas las epístolas de San Ignacio pueden leerse aquí. Es evidente que Arregi es un ignorante o un mentiroso que quiere confundir a sus lectores. Yo sospecho que es ambas cosas.
El ex-franciscano sigue soltando paridas en su manifiesto anti-católico:
Más cerca aun de nosotros, hablar de clérigos y laicos es un fraude al sueño insinuado por el Concilio Vaticano II que, en la Constitución Lumen Gentium, invirtió el orden tradicional y trató primero sobre la Iglesia como pueblo de Dios y luego sobre los ministerios jerárquicos. Primero el pueblo, luego las funciones que el pueblo considere oportunas. Los obispos, presbíteros y diáconos nunca debieron constituirse en “jerarquía” (poder sagrado); no son sino funciones que derivan de la comunidad y han de ser reguladas por ella. Sólo representan a Dios si representan a la Iglesia, y no a la inversa.
Hay que tener muy poca vergüenza para apelar al Concilio Vaticano II y a la Lumen Gentium para intentar apoyar la idea de que los obispos, presbíteros y diáconos nunca debieron constituirse en jerarquía. El concilio dice exactamente lo contrario. Pero ya sabemos que los progres usan el concilio de la misma manera que los adúlteros el amor conyugal. Lo prostituyen para sus intereses bastardos. Y Arregi no iba a ser menos.
En definitiva, lo que a todo católico de bien le cabe preguntarse no es por qué el actual obispo de San Sebastián se ha librado de esa peste disfrazada de hijo de San Francisco -quien sin la menor duda le había expulsado de su orden-, sino cómo es posible que los anteriores obispos de la diócesis guipuzcoana no movieran un solo dedo para librar al rebaño de semejante lobo con apariencia de oveja. Imagen esa, la del lobo disfrazado de oveja, que a Arregi le viene como añillo al dedo.
Le decía uno de los comentaristas a Arregi que debía de dejar la Iglesia Católica y hacerse protestante. Yo creo que los protestantes evangélicos no aceptarían a semejante personaje entre sus filas. Además, ya sabemos que los heterodoxos postconciliares tienen como característica principal la falta de honestidad a la hora de ser consecuentes con sus ideas. Los herejes de todos los tiempos, por lo general, abandonaban la Iglesia. Hoy la pueblan. Por eso, debemos dar gracias a Dios que existan obispos como Monseñor Munilla, que limpian un poco el patio eclesial. Es más, debemos pedir al Señor que envíe más pastores que actúen así. Porque Arregi es sólo uno entre tantos que estaban, y están, dentro de la Iglesia Católica sin ser católicos. La complicidad episcopal con esa realidad ha sido el pan nuestro de cada día durante demasiado tiempo. Es hora de acabar con dicha complicidad, por el bien y la salud espiritual de los fieles e incluso de los propios herejes, cuya excomunión, como ocurrió con el caso del cristiano inmoral de Corinto, puede ser motivo de su conversión y consecuente salvación.
Luis Fernando Pérez