Cuando caer en la tentación de ser progre deriva en estupidez
En el cristianimo, en todas sus ramas, hay un prototipo de personaje eclesiástico que tiene por costumbre subirse al carro de cualquier moda progre que esté de moda en el mundo. Y además, ese personaje tiende a adornar con palabras rimbombantes y pretendidamente evangélicas su apoyo a causas que, en el fondo, no son sino la careta con el que la izquierda antisistema se presenta.
Por ejemplo, el pacifista progre -que suele dejar en un cajón cerrado con llave su pacifismo cuando quien destroza cráneos ajenos es una dictadura comunista o islamista- no necesita acudir a las bienaventuranzas para justificar su proceder. Pero no hay movida pacifista a la que no se pegue un eclesiástico que suelta aquello de “bienaventurados los pacíficos“. El ecologismo no podía ser menos y cada vez hay más religiosos que compran el discurso catastrofista y “nuevaerista” de ese movimiento. Y cuando aparece un movimiento como el de los indignados, allá asoman los de siempre a asegurar que Cristo hoy sería un perroflauta.