El cesaropapismo anglicano sigue dando que hablar
Desde que un rey adúltero, Enrique VIII, decidió fundar en Inglaterra una “iglesia” nacional para poder adulterar a gusto, las cosas no han cambiado mucho. Hoy, como entonces, el monarca inglés (y de paso británico) es la cabeza de la llamada Iglesia de Inglaterra -en realidad no es iglesia, sino comunión eclesial-. Ciertamente los reyes ingleses llevan mucho tiempo sin meterse a fondo en asuntos eclesiásticos, que son cosa del arzobispo de Canterbury. Pero si quisieran intervenir, dudo que nadie se lo pudiera impedir.
Se da también la circunstancia de que Gran Bretaña es el único país europeo donde el gobierno se dedica a firmar los nombramientos de obispos. Y en el resto del mundo, solo la dictadura China hace algo parecido, nombrando obispos de la cismática Iglesia patriótica. La diferencia entre el gobierno británico y el chino estriba en que el primero firma lo que se le pide que firme, y el chino elige de verdad a los que van a ser obispos. Pero formalmente, son la misma cosa.