No creen en el poder de la gracia. Eso es todo
Este artículo lo escribí en el 10 de mayo del 2015. Lo republico.
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En todos estos meses de pleno periodo sinodal e intersinodal, están saliendo a la luz dos modelos de entender no ya la Iglesia sino el cristianismo. Modelos que, a la larga, es evidente que no podrán convivir en comunión.
El primero consiste en mantener lo que la Iglesia ha enseñado siempre. A saber, que el hombre es pecador, pero Dios ha querido salvarlo mediante Cristo y enviando el Espíritu Santo para darle la capacidad de vivir en santidad. La Escritura es muy clara al respecto. Ser santo no es una opción para el cristiano. Es su destino, es su llamamiento, es su “deber". Pero no es algo que pueda alcanzar por sí mismo, en sus propias fuerzas. La gracia no es que venga en su auxilio, como una especie de bastón de apoyo. Es que es lo único que le permite llegar a ser lo que está llamado a ser. Los sacramentos, especialmente el de la Eucaristía y la Confesión, son fundamentales. La Revelación es la que es y la pastoral debe ser fiel a la misma.Nadie como la Iglesia sabe tanto de la miserias humanas y del poder de Dios para sacar oro de donde solo había hierro oxidado.
El segundo considera que eso de la santidad es cosa de unos pocos. Que se puede ser cristiano y vivir en pecado de forma continua. Que la Iglesia está para comprender que hay situaciones imposibles de superar, porque al fin y al cabo, no hay por qué esperar de un cristiano mucho más de lo que se puede esperar de quienes no lo son, porque todos somos carne y sangre y no ángeles del cielo. Sí, dicen, sería mejor que los cristianos no se divorciaran, no abortaran, no se dedicaran al consumo desenfrenado, etc. Pero como de hecho muchos hacen eso, hay que asumirlo sin más porque Dios ama a todos por igual. Todo es mudable. Desde la doctrina hasta la pastoral.
Obviamente hay grados y matices en ambos modelos, pero en esencia son así. Y si algo es muy claro es que el primer modelo le choca al mundo, es rechazado por quienes no quieren vivir conforme a la ley divina, mientras que el segundo busca que el cristiano se adapte al mundo como mano a guante, dotándole solo de un ciero tamiz moral buenista, que tiene mucho de pelagiano y muy poco de vida en el Espíritu.