InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categoría: Año de la Misericordia

16.12.15

La casa de la Misericordia se construye desde la llamada a la conversión

Seamos agentes de la misericordia del Señor. Pero de la verdadera misericordia. Por ejemplo, nos encontramos con alguien alejado de la Iglesia y de Dios, o que está en la Iglesia pero vive en pecado de forma clara y notoria. Le decimos:

- Querido amigo, tengo algo que decirte que puede cambiar tu vida.

- Dime, dime.

- Dios te perdona.

- Ah, qué bien, ¿y de qué me tiene que perdonar?

- De tus pecados.

- ¿Mis pecadooos? Oye, no me seas fundamentalista. Eso de hablar del pecado está pasado de moda. 

Hablar de misericordia a quien ni siquiera reconoce su situación de pecado puede ser contraproducente. Primero habrá que mostrar la realidad del pecado y sus consecuencias. Es más, esa es precisamente la primera tarea del Espíritu Santo:

Y cuando venga Él, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.
Jn 16,8

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13.12.15

Morir al pecado para vivir en Cristo

Demos los primeros pasos en este Año de la Misericordia para que el Señor nos conceda tomar en nuestras vidas la victoria que Él nos consiguió en la Cruz.

¿En qué consiste esa victoria? Lo explica el apóstol San Pablo en la epístola a los Romanos:

Los que hemos muerto al pecado ¿cómo vamos a vivir todavía en él? ¿No sabéis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús hemos sido bautizados para unirnos a su muerte? Pues fuimos sepultados juntamente con él mediante el bautismo para unirnos a su muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva.

Rom 6,2.4

Dado que todos -especialmente los más santos- somos conscientes de nuestra condición pecadora, nos parece utópica la idea de que ya hemos muerto al pecado. El mismo sigue presente, en mayor o menor medida, en nuestras vidas. Pero nadie dude que si el Padre resucitó a Cristo de la muerte, Él nos resucitará para dejar atrás toda esclavitud pecaminosa y andar en nueva vida. Y aunque eso solo ocurrirá de forma perfecta en la vida eterna, posterior a este peregrinaje temporal, puede y debe ser ya una realidad

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11.12.15

¿A dónde iría sin su misericordia?

No albergo la menor duda sobre una realidad. Soy pecador. Hay todavía muchas áreas en mi vida que no están conformadas plenamente con la voluntad de Dios. Necesito su misericordia, su perdón, su ayuda para liberarme de mis pecados.

No albergo la menor duda sobre otra realidad. Dios me quiere santo. Es más, me concede serlo, de forma que no tengo excusa para no andar en santidad. Si digo que Dios me lo concede, no digo que ya lo sea, al menos no como Él quiere que lo sea. Pero cuando caigo, cuando peco, cuando me separo una y otra vez de su voluntad, no me encuentro con una mirada de condena eterna, sino con la Cruz por la que Cristo paga el precio por mi salvación. Y esa cruz me restaura, me da vida, me ayuda a cargar con mis propias cruces, con mis debilidades. Es Cristo mi Cireneo. Es Cristo quien me concede el perdón a través de sus ministros en el sacramento de la Confesión. Es Cristo quien, una vez perdonado, se me entrega por completo en la Eucaristía, alimento divino que me fortalece para la lucha contra mis pecados. Eso es, en definitiva, la vida cristiana. Caída, perdón, restauración, vida. Pura gracia. Pura misericordia divina.

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