El cardenal arzobispo de Madrid tiene razón

Mucho me he quejado en este blog de lo que han hecho o dejado de hacer, más bien esto último, nuestros pastores en las últimas décadas. El documento sobre el secularismo interno de la Iglesia que publicaron hace unos años, obra póstuma de monseñor Romero Pose, era un análisis acertadísimo de una situación por parte de aquellos que, curiosamente, tenían y tienen el deber de evitar. Quien tiene responsabilidad de gobernar la Iglesia no puede conformarse con señalar los errores y luego quedarse cruzado de brazos. Pero no voy a hurgar más en esa herida.

El caso es que en la intervención del cardenal Rouco ante el Sínodo de los obispos que se está celebrando en Roma, podemos apreciar una de las claves del drama que está sufriendo el catolicismo en España. El arzobispo de Madrid pide que sean los laicos quienes lideren el enfrentamiento contra la laicismo radical que puede llevar a nuestra sociedad a engendrar un totalitarismo que no tendrá nada que envidiar al nazismo y el comunismo del siglo XX.

Como muy bien dice el padre Guillermo en su último post, “…un cristiano puede militar en un partido político, puede desempeñar la judicatura, puede ser ministro de un Gobierno. En todas esas tareas se espera de él que sea coherente con los principios y exigencias que se derivan del Evangelio, pero la actuación que lleve a cabo es responsabilidad personal suya, no de la Iglesia en cuanto tal“. Pero no es papel de obispos y sacerdotes el realizar todas esas tareas. Somos los laicos los responsables de actuar de levadura que leuda positivamente la masa de la sociedad en la que vivimos. Por tanto, el fracaso y/o hundimiento del cristianismo en nuestro país y la degeneración de los valores éticos y morales preponderantes en la sociedad española es, sobre todo, el fracaso del laicado católico que forma parte de la Iglesia en España.

Por mucha responsabilidad que puedan tener obispos y sacerdotes, no hay excusa alguna que pueda justificar el abandono de la fe por parte de los bautizados. Y conste que no hablo sólo de la práctica religiosa, que no deja de ser el termómetro de la realidad espiritual íntima de los españoles, sino, sobre todo, de la dejación que incluso muchos católicos practicantes hacen de su responsabilidad de llevar su fe a todos los ámbitos de su vida, desde la familia hasta el trabajo y las relaciones de amistad. En otras palabras, no basta con que se nos vea en misa cada domingo. Se nos ha de notar cada día y en todas partes. Debemos estar en todos los debates, dar testimonio a tiempo y a destiempo, ser verdadera luz en medio de tanta tiniebla. Y eso no nos lo tiene que decir ni el cura ni el obispo de turno. Nos lo dice Cristo en su Palabra, si es que en verdad tenemos oídos para oírla y ojos para leerla.

Aun estamos a tiempo de cambiar nuestra actitudes pasivas y conformistas ante lo que se nos viene encima. Debemos superar el miedo a ser señalados como fundamentalistas y antisociales por dedos ajenos. En realidad, es cuestión de tiempo para que, efectivamente, el cristiano sea en España una especie de anti-sistema que no acepta el consenso en materias que no admiten pacto alguno, pues como dice San Pablo, ninguna comunión puede haber entre Cristo y Belcebú, entre la luz y las tinieblas, entre la cultura de la muerte y los que amamos la vida en todas sus fases y circunstancias.

Los obispos pueden y deben exhortarnos a dar lo mejor de nosotros mismos. Pero es a nosotros, no a nadie más, a quienes corresponde ser fieles a la condición que Dios nos regaló al concedernos el don de ser hijos suyos y de su Iglesia.

Luis Fernando Pérez Bustamante