El reino interior
“Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). Hecho a imagen y semejanza de Dios, el hombre es espejo de lo divino. Conoce a Dios al conocerse a sí mismo. Cuando entra dentro de sí mismo ve el reflejo de Dios en la pureza de su propio corazón. Según la doctrina de la creación del hombre a imagen de Dios, en cada persona, en el más verdadero e íntimo “yo” de su ser llamado con frecuencia el “corazón profundo” o “el fondo del alma", existe un punto de encuentro directo y de unión con el Increado. “El reino de Dios está dentro de vosotros” (Lc 17,21).
La búsqueda del reino interior es uno de los principales temas de los escritos de los Padres de la Iglesia. “Parece que realmente el más grande de los conocimientos” decía San Clemente de Alejandría, “sea el conocimiento de sí mismo, pues aquél que se conoce a sí mismo tendrá el conocimiento de Dios y, al tener este conocimiento, se hará semejante a Dios“. Por su parte, San Basilio el Grande escribe: “Cuando el intelecto no está disperso a través de las cosas exteriores o disperso a través del mundo por los sentidos, entra dentro de sí mismo y, por sus propios medios, se eleva hacia el pensamiento de Dios“. “Quien se conoce, conoce todo“, escribe San Isaac el Sirio, y continúa: “Estate en paz con tu alma; entonces el cielo y la tierra estarán en paz contigo. Penetra con diligencia en la maravillosa morada que está en ti y así verás las cosas que están en el cielo; pues no hay más que una sola entrada: la escala que lleva al Reino está escondida en tu alma y en tu alma descubrirás los escalones que te permitirán acceder a él“.
“Huid del pecado“, insiste San Isaac; tres palabras para recordar. Para reflejar el rostro de Dios debemos limpiar nuestro espejo. Sin el arrepentimiento no existe ni conocimiento de uno mismo ni descubrimiento del reino interior. Se me dice: “Vuélvete a ti mismo; conócete a ti mismo", pero ¿qué “yo” debo descubrir? ¿Cuál es mi verdadero “yo"? EL psicoanálisis nos revela un cierto tipo de “yo” que nos conduce, con frecuencia, no al pie de “la escala que nos llevará al Reino", sino a la escalera que nos lleva a la húmeda cueva infectada de serpientes. “Conócete a ti mismo” significa “conócete a ti que has brotado de Dios. A ti que estás arraigado en Dios. Conócete a ti mismo en Dios". Según la tradición espiritual ortodoxa, solamente descubriremos nuestro “yo a la imagen” muriendo a nuestro ser contrahecho y caído. “El que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16,25). Sólamente aquel que sabe reconocer su yo fingido por lo que vale y lo rechaza está en condiciones de discernir su verdadero yo, el yo que Dios quiere. Subrayando esta distinción entre el falso y el verdadero yo, San Barsanufo nos exhorta: “Olvídate a ti mismo y conócete a ti mismo“
(Copiado de “El Dios del misterio y la oración“, Monseñor Kallistos Ware , ed Narcea, colección Icono. El autor es obispo metropolitano de la diócesis ortodoxa de Diokleia, en Gran Bretaña, dependiente del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla)