He recibido algunos emails preguntándome si íbamos a dar, como otros años, alguna guía de voto para las elecciones del próximo 20 de diciembre en España. Pues no, no tenemos intención de hacer tal cosa. La realidad es que no existe la más mínima posibilidad de que en el próximo parlamento español haya un partido que defienda los principios no negociables que en su día marcó Benedicto XVI. De hecho, dentro de la propia Iglesia no está precisamente de moda defender dichos principios como motor de la acción política.
Más allá de declaraciones generalistas que sirven para cubrir el expediente, no se ve por ningún lado que la Iglesia en España quiera ayudar lo más mínimo a que haya una opción política que tenga la capacidad de lograr un resultado que vaya más allá de lo testimonial. Y hablo de la Iglesia en general, no solo de la jerarquía que, de hecho, no está para hacer política.
Cuando el señor Rajoy decidió burlarse de sus votantes retirando la pseudo-reforma de la ley del aborto que proponía el ex-ministro Gallardón, despejó toda duda que, increíblemente, pudiera haber sobre la condición abortista de un partido que cuando gobernó por primera vez vio sin inmutarse como el número de abortos en España llegaba a los cien mil al año. La ingenuidad candorosa de muchos provida, que todavía creían que se podía hacer algo con las siglas del PP, se enfrentó de bruces contra la realidad. Pero da lo mismo. ¿Cuántos españoles creen ustedes que votan teniendo en cuenta como primera, segunda, tercera, cuarta o incluso quinta derivada el aborto? Y si a eso le añadimos la institución familiar, ¿cuántos más?
Y de todos esos, ¿cuántos creen que superarían la tentación de dejar a un lado el mal menor para votar un bien objetivo, aun a costa de que ese bien sea porcentualmente irrelevante?
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