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5.10.24

Triunfo de la gracia

Sin fe es imposible agradar a Dios. Y una fe que no lleva obras, está muerta. Es por gracia que creemos. Es por gracia que podemos obrar conforme a la voluntad de Dios. Pretender que solo la fe nos salva o pretender que alguien puede salvarse sin la fe, es contrario a la Revelación.

Temas cristianos

Triunfo de la gracia
©Luis Fernando Pérez Bustamante

(verso)
Si por gracia somos salvos
no cedamos al pecado
Esa gracia que nos salva,
nos transforma y hace santos

(coro)
Sin la fe nadie se salva,
eso dijo Jesucristo
Si tu fe no lleva obras
no te salva del abismo

(puente)
Todo mérito que te adorna
es un triunfo de la gracia
Sin Cristo no puedes nada
En Cristo lo puedes todo


(coro)
Sin la fe nadie se salva,
eso dijo Jesucristo
Si tu fe no lleva obras
no te salva del abismo

(puente)
Todo mérito que te adorna
es un triunfo de la gracia
Sin Cristo no puedes nada
En Cristo lo puedes todo

(coro)
Sin la fe nadie se salva,
eso dijo Jesucristo
Si tu fe no lleva obras
no te salva del abismo

16.09.24

No hay salvación en ningún otro

«…no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos»
Hechos 4,12

Ríos de tinta han corrido desde que Francisco dijo que todas las religiones llevan a Dios. No algunas, sino ¡TODAS! Artículos de opinión, blogs, vídeos, mensajes en Redes Sociales, etc. Ahora bien, ¿saben ustedes de algún obispo que haya dicho algo al respecto? Hasta donde yo sé o hasta que estoy escribiendo este post, ninguno ha abierto la boca. De hecho, cuando Francisco firmó la declaración de Abu Dhabi en la que se puede leer…: 

«El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos. Esta Sabiduría Divina es la fuente de la que proviene el derecho a la libertad de credo y a la libertad de ser diferente».

… sólo Mons. Athanasius Schneider hizo oír su voz para constatar que tal declaración es contraria a la fe cristiana y católica. La declaración fue modificada precisamente en Kazajistán años después, aunque el original permanece inalterado. En cualquier otro momento de la historia habría sido impensable que un Papa firmara algo así, pero sobre todo, habría sido imposible que el episcopado mundial en pleno hubiera permanecido en silencio. La crisis arriana no fue nada comparada con la que hoy asola la Iglesia.

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11.09.24

Si fuerais ciegos, no tendríais pecado

Sordos, oíd, y vosotros, ciegos, mirad para ver.
Isaías 4,18

Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: Vemos, vuestro pecado permanece.
Juan 9, 41

Cristo es la luz del mundo, la luz que alumbra a todo hombre. Y eso ha de ser especialmente cierto en aquellos que han recibido el don de la fe, una fe viva, que va acompañada de obras.

Sin embargo, hay una terrible ceguera espiritual en torno a lo que está ocurriendo en la Iglesia.

Ciego está quien no ve que Amoris Laetitia es el fin de la moral católica. Sus frutos son hoy muy claros. Ciego está quien no ve que Fiducia Supplicans es una blasfemia al pretender que Dios bendice el pecado. No es solo que se use el nombre de Dios en vano, sino que se profana de forma repugnante. Y todo ello viene de Roma.

Ciego está quien no ve que el falso ecumenismo supone el fin de la fe católica. Digo falso porque hay uno bueno, como es el caso de los ordinariatos anglocatólicos, que vienen a ser parecidos a los católicos de rito bizantino. Pero quien pretende que puede darse una comunión real entre quienes no profesan la misma fe, es porque le importa un bledo esa fe.

Ciego está quien no ve que el sincretismo lleva instalado en la Iglesia desde hace décadas, algo que este pontificado no hace otra cosa que reafirmar y, si cabe esa posibilidad, empeorar. Tan pronto se acepta sin más que un Papa reciba un rito animista o rece al lado de politeístas, como que se firme una declaración en la que se dice que Dios quiere que haya muchas religiones, o que se celebre un rito pagano en el corazón del Vaticano.

Ciego está quien no ve que Cristo ha sido destronado de las naciones que fueron cristianas, con la bendición de las más altas instituciones eclesiásticas. Ciego quiere estar quien no ve que se idolatra la Ilustración masónica, la democracia liberal y las constituciones ateas, aunque sus frutos sean tan espantosos que hasta cuesta creer que no haya un mínimo de reacción: familias destruidas, holocausto abortista, degeneración sexual, eutanasia, locura satánica de género. A veces parece que ni el mismísimo Satanás es capaz por sí solo de inventar tantos males como los que salen de los parlamentos que han sido votados por los ciudadanos.

Se me dirá, y no sin razón, que no es posible que la fe católica desaparezca. Tan cierto es eso como que Cristo lanzó la pregunta de si habría fe en la tierra a su regreso. Señal inequívoca de que habrá más bien poca.

Siempre quedará un remanente fiel. El Señor no se va a quedar sin testigos. Pero será eso, un remanente. No sé lo que pasará en los próximos años o décadas, pero sí sé que debemos pedir al Señor el don de la perseverancia final. Porque sin ese don, estamos perdidos.

Y le he dado tiempo para que se arrepienta, pero no quiere arrepentirse de su fornicación. He aquí, yo la arrojo en cama, y en gran tribulación a los que con ella adulteran, si no se arrepienten de las obras de ella. Y a sus hijos heriré de muerte, y todas las iglesias sabrán que yo soy el que escudriña la mente y el corazón; y os daré a cada uno según vuestras obras.
Ap 2,21-23

El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía.
Ap 22,11

Soli Deo gloria

Luis Fernando Pérez Bustamante

7.07.24

En tiempos de desolación

Ni el más optimista de los modernistas del siglo XX podría haber pensado que justo cuando estamos a las puertas del primer cuarto del siglo XXI, la Iglesia parecería estar en manos de aquellos que luchan denodadamente por poner fin a más de veinte siglos de Tradición.

¿Quién de esos modernistas podía imaginar que hoy se daría de comulgar a adúlteros y amancebados?; ¿quién de ellos habría previsto, incluso bajo intoxicación etílica, que se bendecirían uniones homosexuales?; ¿cuántos sospecharon por un momento que, tras una reforma litúrgica pergeñada por masones, la Misa tridentina iba a ser perseguida e incluso prohibida?; ¿qué modernista de mediados del siglo pasado habría soñado con ver un altar profanado por budistas en Asís, un culto pagano en los jardines vaticanos, o un documento sincretista firmado por un Papa?

Y sin embargo, ese es el panorama al que se enfrentan los católicos que quieren ser fieles a Cristo y la Tradición de la Iglesia. Católicos que son perseguidos, insultados, despreciados y arrinconados por quien tiene el ministerio de confirmar en la fe. Se hace uso de la autoridad no para preservar a la Iglesia del error, sino para intentar destruir a los que quieren seguir creyendo hoy lo que siempre ha creído la Iglesia, a los que quieren celebrar la Misa como la celebraron miriadas de santos. Es la perversión de la autoridad. Algo bueno se corrompe para obrar el  mal.

Esa perversión de lo bueno se extiende a muchos ámbitos de la Iglesia. Por ejemplo, la misericordia se ha convertido en vía libre a la vida de pecado. La gracia se ha pisoteado ignorando la enseñanza del apóstol:

“Entonces, ¿qué? ¿Pecaremos, ya que no estamos bajo la Ley sino bajo la gracia? De ninguna manera”
(Rom 6,15)

Siendo así las cosas es hasta cierto punto normal que muchos tengan la tentación de salir corriendo. Ahora bien, ¿hacia dónde?. San Ignacio de Loyola tiene una frase muy oportuna para este tiempo: 

«En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antecedente consolación. Porque, así como en la consolación nos guía y aconseja más el buen espíritu, así en la desolación el malo, con cuyos consejos no podemos tomar camino para acertar».

¿A qué nos llama el santo? No solo a no salir corriendo en tiempos como los actuales, sino a permanecer firmes en la consolación de andar por gracia en la verdad.

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5.07.24

Pecadores orgullosos

«Los afeminados recorrían las calles de Cartago con cabello ungido, rostros maquillados, cuerpos relajados y andares mujeriles, exigiendo a la gente los medios para mantener sus vidas ignominiosas.»

San Agustín (Civ. Dei VII,26)

Como ven ustedes, lo del Orgullo Gay no es cosa nueva. Pecar y hacer exhibición del pecado es propio de los que van camino del infierno. San Pablo lo explicó muy bien en Romanos:

Dios los entregó a pasiones deshonrosas, pues sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contrario a la naturaleza, y del mismo modo los varones, dejando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos de unos por otros, cometiendo torpezas varones con varones y recibiendo en sí mismos el pago merecido por sus extravíos. Y como demostraron no tener un verdadero conocimiento de Dios, Dios los entregó a un perverso sentir que les lleva a realizar acciones indignas, colmados de toda iniquidad, malicia, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidio, riñas, engaño, malignidad; chismosos, calumniadores, enemigos de Dios, insolentes, soberbios, fanfarrones, inventores de maldades, rebeldes con sus padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados. Ellos, aunque conocieron el juicio de Dios -que quienes hacen estas cosas merecen la muerte-, no sólo las hacen, sino que defienden a quienes las hacen.
Rom 1,26-32

No hay mejor apoyo para el pecador que otro que peca en lo mismo. Siempre encuentran una razón para justificar su iniquidad. En el caso de los adúlteros , amancebados y parejas homosexuales, la excusa suele ser el amor. “Si nos amamos, Dios, que es amor, no puede estar en contra". 

En todo caso, es prácticamente imposible que quien vive voluntariamente alejado de la gracia de Dios se dé cuenta de su error y se arrepienta. El verdadero drama para el alma no es que peque, sino que se cierre las puertas al arrepentimiento. Dios salva al pecador que busca el perdón y la gracia de la conversión. Dios condena irremisiblemente a quien justifica sus pecados y no busca cambiar de vida.

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