Sordos, oíd, y vosotros, ciegos, mirad para ver.
Isaías 4,18
Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: Vemos, vuestro pecado permanece.
Juan 9, 41
Cristo es la luz del mundo, la luz que alumbra a todo hombre. Y eso ha de ser especialmente cierto en aquellos que han recibido el don de la fe, una fe viva, que va acompañada de obras.
Sin embargo, hay una terrible ceguera espiritual en torno a lo que está ocurriendo en la Iglesia.
Ciego está quien no ve que Amoris Laetitia es el fin de la moral católica. Sus frutos son hoy muy claros. Ciego está quien no ve que Fiducia Supplicans es una blasfemia al pretender que Dios bendice el pecado. No es solo que se use el nombre de Dios en vano, sino que se profana de forma repugnante. Y todo ello viene de Roma.
Ciego está quien no ve que el falso ecumenismo supone el fin de la fe católica. Digo falso porque hay uno bueno, como es el caso de los ordinariatos anglocatólicos, que vienen a ser parecidos a los católicos de rito bizantino. Pero quien pretende que puede darse una comunión real entre quienes no profesan la misma fe, es porque le importa un bledo esa fe.
Ciego está quien no ve que el sincretismo lleva instalado en la Iglesia desde hace décadas, algo que este pontificado no hace otra cosa que reafirmar y, si cabe esa posibilidad, empeorar. Tan pronto se acepta sin más que un Papa reciba un rito animista o rece al lado de politeístas, como que se firme una declaración en la que se dice que Dios quiere que haya muchas religiones, o que se celebre un rito pagano en el corazón del Vaticano.
Ciego está quien no ve que Cristo ha sido destronado de las naciones que fueron cristianas, con la bendición de las más altas instituciones eclesiásticas. Ciego quiere estar quien no ve que se idolatra la Ilustración masónica, la democracia liberal y las constituciones ateas, aunque sus frutos sean tan espantosos que hasta cuesta creer que no haya un mínimo de reacción: familias destruidas, holocausto abortista, degeneración sexual, eutanasia, locura satánica de género. A veces parece que ni el mismísimo Satanás es capaz por sí solo de inventar tantos males como los que salen de los parlamentos que han sido votados por los ciudadanos.
Se me dirá, y no sin razón, que no es posible que la fe católica desaparezca. Tan cierto es eso como que Cristo lanzó la pregunta de si habría fe en la tierra a su regreso. Señal inequívoca de que habrá más bien poca.
Siempre quedará un remanente fiel. El Señor no se va a quedar sin testigos. Pero será eso, un remanente. No sé lo que pasará en los próximos años o décadas, pero sí sé que debemos pedir al Señor el don de la perseverancia final. Porque sin ese don, estamos perdidos.
Y le he dado tiempo para que se arrepienta, pero no quiere arrepentirse de su fornicación. He aquí, yo la arrojo en cama, y en gran tribulación a los que con ella adulteran, si no se arrepienten de las obras de ella. Y a sus hijos heriré de muerte, y todas las iglesias sabrán que yo soy el que escudriña la mente y el corazón; y os daré a cada uno según vuestras obras.
Ap 2,21-23
El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía.
Ap 22,11
Soli Deo gloria
Luis Fernando Pérez Bustamante