Lo llaman democracia cuando es puro totalitarismo masónico
Lo que acaba de ocurrir en Brasil es un ejemplo más de lo que viene ocurriendo en todo Iberoamérica.
La cosa es simple. Si la mayoría de los representantes elegidos por el pueblo son provida y profamilia, da igual, porque la judicatura está en manos de la masonería proabortista y pro-lobby gay, que cambia en los tribunales lo que no pueden cambiar en los parlamentos. A eso le llaman democracia. Es puro totalitarismo masónico.
El argumento de los jueces del Supremo brasileño es calcado al del lobby gay, al de la ONU, al de lo que se conoce como Nuevo Orden Mundial, que ni es Nuevo ni es Orden, pero sí quieren que sea Mundial. De hecho, esos profanadores de la ley natural y del mayor de los derechos, que es el de la vida, no tienen el menor reparo en apelar a lo que ocurre en otros países para saltarse a la torera lo que aprueban los diputados brasileños. Dicen:
«Prácticamente ningún país democrático y desarrollado del mundo trata la interrupción de la gestación durante el primer trimestre como un crimen».
Es decir, como la democracia en el mundo se ha convertido en un instrumento de iniquidad y de perversidad, nosotros, muy demócratas, imponemos nuestra voluntad al pueblo brasileño.
Y si algún país osa negarse a seguir la corriente impuesta desde las más altas esferas de las logias, que se vaya preparando, que le van a llegar amenazas, cortes de financiación para su desarrollo, etc.
De tal manera que el aborto, la ideología de género, la promoción brutal de la homosexualidad se irán imponiendo a todas la naciones que quieran ser consideradas como democráticas. Y si son dictaduras, también.
Mientras tanto en la Iglesia, en vez de estar unidos y dando una sola voz para oponernos a esta maniobra del Principe de este mundo, estamos en plena crisis por la genial idea de poner en cuestión el magisterio bimilenario sobre los sacramentos del matrimonio, la confesión y la Eucaristía.