Jaime Vázquez Allegue, que ha sido mercedario, doctor en teología, Vicedecano y profesor de Sagrada Escritura en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca, sostiene lo siguiente:
Jesús debe ser tratado de una perspectiva interdisciplinar, desde la arqueología, la historia, la exégesis, la filología, la psicología, la sociología y todas las ciencias que puedan aportar un grano de luz sobre su figura. Después es cuando interviene la fe. Lo que cada uno quiera creer o dejar de creer.
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Lo relatos evangélicos forman parte de un libro de fe que anuncia una buena noticia (euangelia), pero nada más. Necesitamos acercarnos a otras disciplinas empíricas y científicas que demuestren lo que la narrativa bíblica cuenta. Es como si de una novela tuviéramos que separar los elementos reales de los imaginativos que se ocurrieron a su autor a la hora de escribir el texto.
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Mi intención es que cada uno tenga los elementos necesarios para saber distinguir lo que hay de histórico de lo que forma parte de la ficción de los evangelistas y de la tradición de la Iglesia. Quiero llegar a las bases sobre las que se asienta el cristianismo para descubrir lo que pueda haber de verdad y los añadidos que se han ido incorporando a lo largo de la historia. Intentaré dar respuesta a preguntas que todos nos hacemos y muchas veces no sabemos responder.
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Mis preguntas son más racionalistas: ¿existió el Jesús de Nazaret que nos describen los evangelistas?; ¿qué dicen los apócrifos de su figura?; ¿hay testimonios fuera de la Biblia que nos hablen de él?; ¿podemos encontrar una explicación científica a los milagros que se describen en el Nuevo Testamento?; ¿es realmente el hijo de Dios?; romanos o judíos ¿quién mató a Jesús?; ¿fue el Mesías esperado?; ¿se puede demostrar su resurrección?; ¿quién fundó la Iglesia?; ¿cuál fue el verdadero anuncio de Jesús de Nazaret?; ¿es posible hacer una reconstrucción de su rostro?
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Hoy, en medio de una sociedad que se enorgullece de laica, tenemos que preguntarnos por lo que hay de verdad, para saber distinguir entre lo histórico y lo legendario, lo que sucedió y lo que la tradición se ha encargado de transmitirnos.
Parece clara la diferenciación que hace Vázquez Allegue entre el Jesús de “su” historia y el Jesús de la fe. Parece claro que este doctor en teología que ha formado a sacerdotes y futuros teólogos niega el carácter histórico de los evangelios, aunque conceda que contienen algunos datos que sí lo son. Sin embargo, leemos lo siguiente en el documento “Teología y secularización”, publicado por la Conferencia Episcopal Española hace unos años:
Una honda cristología mostrará la continuidad entre la figura histórica de Jesucristo, la Profesión de fe eclesial, y la comunión litúrgica y sacramental en los Misterios de Cristo. Constatamos con dolor que en algunos escritos de cristología no se haya mostrado esa continuidad, dando pie a presentaciones incompletas, cuando no deformadas, del Misterio de Cristo. En algunas cristologías se perciben los siguientes vacíos: 1) una incorrecta metodología teológica, por cuanto se pretende leer la Sagrada Escritura al margen de la Tradición eclesial y con criterios únicamente histórico-críticos, sin explicitar sus presupuestos ni advertir de sus límites; 2) sospecha de que la humanidad de Jesucristo se ve amenazada si se afirma su divinidad; 3) ruptura entre el “Jesús histórico” y el “Cristo de la fe”, como si este último fuera el resultado de distintas experiencias de la figura de Jesús desde los Apóstoles hasta nuestros días; 4) negación del carácter real, histórico y trascendente de la Resurrección de Cristo, reduciéndola a la mera experiencia subjetiva de los apóstoles; 5) oscurecimiento de nociones fundamentales de la Profesión de fe en el Misterio de Cristo: entre otras, su preexistencia, filiación divina, conciencia de Sí, de su Muerte y misión redentora, Resurrección, Ascensión y Glorificación.
En la raíz de estas presentaciones se encuentra con frecuencia una ruptura entre la historicidad de Jesús y la Profesión de fe de la Iglesia: se consideran escasos los datos históricos de los evangelistas sobre Jesucristo. Los Evangelios son estudiados exclusivamente como testimonios de fe en Jesús, que no dirían nada o muy poco sobre Jesús mismo, y que necesitan por tanto ser reinterpretados; además, en esta interpretación se prescinde y margina la Tradición de la Iglesia. Este modo de proceder lleva a consecuencias difícilmente compatibles con la fe, como son: 1) vaciar de contenido ontológico la filiación divina de Jesús; 2) negar que en los Evangelios se afirme la preexistencia del Hijo; y, 3) considerar que Jesús no vivió su pasión y su muerte como entrega redentora, sino como fracaso. Estos errores son fuente de grave confusión, llevando a no pocos cristianos a concluir equivocadamente que las enseñanzas de la Iglesia sobre Jesucristo no se apoyan en la Sagrada Escritura o deben ser radicalmente reinterpretadas.
¿No basta con ese documento? Pues quizás sea necesario recordar lo que dijo el Concilio Vaticano II en la Dei Verbum:
19. La Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que los cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día que fue levantado al cielo.
¿Y bien, señores?, ¿qué hacemos los fieles ante semejante espectáculo? Sobre todo, ¿qué hacemos con los muchachos que han sido formados para el sacerdocio por quienes sostienen algo que parece ser que la Iglesia condena en sus documentos?
Lo gracioso del caso es que para muchos, los malos de la película somos los que hacemos esas preguntas. No quienes se separan de la fe de la Iglesia o los que consienten que tal cosa pase sin apenas hacer nada para evitarlo. No, los malos somos los que no entendemos semejante contradicción. Nosotros debemos callar si un cardenal permite cosas que el sentido común dicta que no pueden permitirse. Debemos callar si vemos que los que forman a los futuros curas practican una teología que la Iglesia condena. Debemos callar para que nadie se sienta presionado por nuestras preguntas, nuestras críticas, nuestras denuncias. Pues nada, silencio… por un minuto siquiera. Uno, no más. Otros podrán callar. Yo no puedo. Yo protesto.
Luis Fernando Pérez Bustamante