Pues Franco habrá muerto, pero....
No hace falta ser un experto historiador para saber que en el régimen de Franco no había libertad de expresión. Criticar al Jefe de Estado o a su régimen era la llave que abría la puerta de una celda en Carabanchel o en cualquier otra cárcel. Franco decidió que mientras tuviera vida, eso de la democracia de partidos políticos y elecciones libres no tendría un lugar bajo el sol de España. Ciertamente las experiencias democráticas habidas con anterioridad en nuestro país no habían acabado especialmente bien, y parece que ese fue el argumento que convenció al general gallego para no retirarse del mando de la nación, a diferencia de lo que bastantes años después sí hizo en Chile otro general. Cuenta George Weigel en su biografía sobre Juan Pablo II, que cuando el anterior Papa visitó el país sudamericano le pidió a Pinochet que dejara paso a la democracia, ante lo cual el general le replicó que eso podría suponer la vuelta de los comunistas al poder. El Papa polaco, que de comunismo entendía un rato, le respondió con lo que en mi opinión es uno de los argumentos más interesantes que se han dado en defensa del sistema democrático: “Los pueblos tienen `derecho´a equivocarse", dijo Juan Pablo II. Es decir, que aunque la gente puede meter la patita al votar a sus gobernantes, tiene derecho a ello.
El sucesor de Franco a título de Rey era de opinión distinta a su predecesor. Juan Carlos I llevó a este país de la dictadura a la democracia que tenemos. El pueblo español es soberano, aunque su soberanía consista básicamente en votar cada cuatro años. Fuera de eso, poco más puede hacer, salvo manifestarse en la calle cuando las cosas no van bien. Su soberanía es “entregada” a los diputados y senadores que les representan en ambas Cámaras. Por eso cada diputado y senador representan no sólo a quienes les han votado sino a todos los españoles.