Vamos a respetar todas las creencias pisoteando a los católicos
Un juez ha decidido que el crucifijo no puede estar en el aula de un colegio público. Y aprovechando la ocasión, los socialistas, salvo Bono, han salido en tromba a pedir que se retiren todos los crucifijos de las escuelas públicas. Uno de ellos, el inefable Pepiño Blanco, añade al final la coletilla “… y soy creyente". O sea, como si lo más normal del mundo fuera el ser creyente y querer que se quiten símbolos religiosos de los espacios públicos. Claro que Pepiño no nos dice en qué cree, así que podemos especular lo que queramos sobre qué es aquello en lo que el político gallego cree.
La retirada de crucifijos es justificada desde la aconfesionalidad del Estado. Pero aconfesional no significa anti-religioso ni anti-cristiano. La presencia de un crucifijo no debería molestar a nadie, sobre todo porque a nadie se le obliga ni a arrodillarse delante del mismo. Sin embargo, la retirada de un símbolo que forma parte, lo quieran o no, de la historia no sólo de España sino de la civilización occidental, sí resulta molesta para los que lo apreciamos. Se puede ser no religioso de dos maneras: respetando a quienes sí lo son o haciendo lo que sea menester para ofenderles. Y la izquierda de este país ha optado por lo segundo. Nada nuevo bajo el sol, por mucho que algún verso suelto, tipo Bono o Vázquez, hagan de tontos útiles de un PSOE anti-cristiano.