El perverso consenso
Cuando Benedicto XVI decidió renunciar al papado dijo que su intención era retirarse por completo de la vida pública para dedicarse a la oración. Se ve que luego cambió de opinión y aunque no se ha caracterizado por una actividad pública desaforada, de vez en cuando nos obsequia con intervenciones públicas, no de viva voz sino por escrito. Y, como cabe esperar, cada vez que escribe algo, se monta un gran revuelo mediático.
Su última aparición ha sido con ocasión del 50 aniversario de la creación de la Comisión Teológica Internacional. Su mensaje es realmente interesante, porque nos describe los inicios y posterior evolución de dicho organismo. Pero lo que más me llama la atención es lo que cuenta sobre la imposibilidad de lograr un consenso sobre la doctrina moral de la Iglesia. Dice:
«…una de las principales áreas de trabajo de la Comisión Teológica siempre ha sido el problema de la teología moral».
Lógico que así haya sido. Lo que ya no es lógico es cómo se ha desarrollado ese trabajo. Sigo citando:
«La oposición entre diversos frentes y la falta de una orientación básica común, que todavía sufrimos hoy como entonces, me quedó claro en ese momento de una manera sin precedentes».
¿Falta de orientación básica común? ¿en material moral? ¿cómo puede darse eso? ¿acaso no corresponde al Magisterio marcar, en base a la Tradición, dicha orientación?. Sigo:
«…por un lado, el profesor de teología moral estadounidense. William May, padre de muchos hijos, que siempre vino a nosotros con su esposa y apoyó la concepción antigua más rigurosa. Dos veces tuvo que experimentar el rechazo de su propuesta por unanimidad, algo que nunca antes había sucedido. Ella se echó a llorar, y yo mismo no pude consolarlo de manera efectiva».
No sé a ustedes, pero a mí se me ponen los pelos de punta. Un teólogo seglar plantea la “concepción antigua más rigurosa” en materia moral y recibe el rechazo unánime. Tanto que su mujer se echa a llorar y no hay manera de darles consuelo.
Lógico. lo que ese buen hombre pretendía es que la Iglesia siguiera enseñando lo que siempre había enseñado. Y se encuentra con que todos, sin excepción, le dicen que “por ahí no vamos". ¿Cómo no recordar las palabras del Señor por boca del profeta Jeremías?":
Esto dice el Señor. «Haced un alto en los caminos y mirad, preguntad por las antiguas rutas cuál es el camino del bien, y seguidlo, y hallaréis descanso para vuestras almas». Pero dijeron. «No lo seguiremos». Yo os había puesto centinelas. «Prestad atención al toque de trompeta». Pero respondieron. «No la prestaremos».
Jer 6,16-17
En cualquier otro momento de la historia de la Iglesia, que una comisión de teólogos se hubiera opuesto de forma unánime a la “concepción antigua” de la Iglesia sobre la moral, habría supuesto su cierre inmediato por parte del Papa de turno. No fue el caso.
A William May le siguió John Finnis, con idéntico resultado
«Cerca de él estaba, hasta donde puedo recordar, el prof. John Finnis, que enseñó en los Estados Unidos y que expresó el mismo enfoque y concepto de una manera nueva. Fue tomado en serio desde el punto de vista teológico, y aun así no se logró llegar a ningún consenso».
No sé cuál puso ser esa “manera nueva” de da el mismo enfoque y concepto tradicional sobre la moral católica -cada vez que veo lo de nuevo me echo a temblar-, pero da lo mismo. Tampoco lo aceptaron. No quedó ahí la cosa:
«En el quinto quinquenio, llegó de la escuela del prof. Tadeusz Styczen - el amigo del papa Juan Pablo II - prof. Andrzej Szoztek, un representante inteligente y prometedor de la posición clásica, que sin embargo no logró crear un consenso. Finalmente, el padre Servais Pinckaers intentó desarrollar una ética de las virtudes a partir de Santo. Tomás, que pensé que era muy razonable y convincente, y, sin embargo, tampoco logró llegar a un consenso».
Ni doctrina clásica, ni Santo Tomás, ni nada. La CTI no tenía la más mínima intención de defender la doctrina moral católica. El consenso en base a la verdad, no fue posible. Y sin duda la encíclica Veritatis Splendor, por muy acetadada que sea, tampoco logró el consenso.
Vuelvo a decir que, ante una situación así, lo lógico, lo normal, lo beneficioso para el alma de todos los fieles, habría sido cerrar la CTI, no sin antes advertir a sus miembros que la oposición a la moral católica tradicional es incompatible con la condición de fiel católico. Pero no se hizo. Al contrario, Benedicto XVI insiste hoy en que:
«Creo que la Comisión Teológica debe seguir teniendo presente el problema y debe continuar fundamentalmente en el esfuerzo por buscar un consenso»
¿En serio? ¿cree de verdad Benedicto XVI que lo que no se ha logrado en 50 años, por la oposición a la doctrina moral católica tradicional, se va a conseguir de ahora en adelante? Es más, ¿cómo se puede afirmar tal cosa después de la publicación, por parte del papa Francisco, de Amoris Laeitita, cuyo capítulo octavo hace trizas la moral católica?
¿De qué consenso hablamos? ¿del que impone como única interpretación de Amoris Laetita aquella que es heterodoxa, dejando a un lado “otras interpretaciones”?
Tanto rechazo “autorizado o permitido” de la doctrina católica ha acabado por desembocar en una propuesta doctrinal, con pretendido marchamo pontifico, contraria a dicha doctrina. ¿Dónde queda pues el pretendido consenso? ¿qué hacemos ahora? ¿tragar con un consenso que destroza la verdad y está al servicio de un evangelio diferente, desobedeciendo a lo indicado por el apóstol San Pablo en Gálatas?
No es que Benedicto XVI, quien ha combatido las tesis de Jurgen Habermas -cuya idea errónea encabeza este post-, proponga ese consenso perverso, pero desde luego, no parece advertir contra el mismo. Y si mal uso se hizo de la autoridad papal para combatir el error que se oponía a la verdad, ni les cuento lo que es el intento de usar esa autoridad para imponer el error.
Llegados a este punto, parece que solo desde la perspectiva escatológica se puede vislumbrar una solución definitiva. Pero eso ya depende del Señor. Sólo Él sabe lo que nos depara el futuro inmediato. Mientras tanto, debemos implorarle que nos conceda la gracia de ser fieles a la fe que nos ha sido entregada y la gracia de resistir activamente al error.
Exsurge Domine et iudica causam tuam
Luis Fernando Pérez Bustamante