La falsa misericordia al servicio del mal
Hay caminos que a uno le parecen rectos, pero al final son caminos de muerte.
Prov 14,12
Cuando los españoles votaron masivamente (87,78%) a favor de la Constitución el 6 de diciembre de 1978, España contaba hasta entonces con una legislación que fue definida de la siguiente manera por San Juan XXIII, Papa, hablando de Franco (*):
Da leyes católicas, ayuda a la Iglesia, es un buen católico… ¿Qué más quieren?
En 1978 no había ley del divorcio, ley del aborto, ley del matrimonio homosexual, leyes de imposición de la ideología de género, ni ley de eutanasia.
La mayor parte de la jerarquía de la Iglesia de este país apoyó el texto constitucional, a pesar de que sabían, como reconoció el cardenal Tarancón en un libro-entrevista autobiográfico, que la Carta Magna traería el aborto a España. Apenas unas pocas voces, como la del cardenal primado de España y arzobispo de Toledo, don Marcelo, y el obispo de Cuenca, Mons. Guerra Campos (vean cómo le trataba El País) , advirtieron de los peligros que acechaban al país a nivel de familia, derecho a la vida y abandono absoluto de la ley de Dios como referente para el bien común. Pues bien, esos pocos obispos fieles a Cristo se quedaron cortos.
La primera en caer fue la ley del divorcio, que había sido definido por el CVII como “epidemia” (Gaudium et Spes,47). Y ya por entonces se planteó el divorcio apelando a la misericordia tanto con los cónyuges como con los hijos. Se decía algo así como “no puede ser que una persona tenga que soportar de por vida un error” y “los niños tienen derecho a vivir en un hogar donde no haya discusiones y mal ambiente".
Años más tarde llegó la ley del aborto. Mismo discurso “misericordista” respecto a las mujeres, “tienen derecho a discernir cuándo es el mejor momento para ser madre", “no deben cargar con una responsabilidad para la que no se sienten preparadas” e incluso respecto a los que iban a ser aniquilados en el vientre materno, “no es bueno para ellos venir al mundo sin ser deseados".
Lo mismo sucedió cuando se planteó el reconocimiento legal de las uniones homosexuales, pastel cuya guinda final fue llamarlas matrimonio: “Tienen el mismo derecho que las uniones heterosexuales a formar una familia", “no importa la orientación sexual sino el amor".
Inmediatamente llegó el adoctrinamiento estatal vía imposición de la ideología de género, especialmente en las escuelas. Por supuesto, se aceptó como la cosa más natural del mundo los cambios de sexo, incluso en niños. Y de nuevo, la misericordia al servicio del mal: “son personas atrapadas en un cuerpo que no es el suyo", “todos tienen derecho a elegir el sexo con el que se sienten identificados aunque no coincida con el que han nacido". Es más, se llega a prohibir la posibilidad de que un homosexual que quiera cambiar su inclinación acuda a un profesional de la psiquiatría o la psicología bajo la excusa, entre otras, de que ello podría hacer que el resto de homosexuales que no quieren dejar de serlo se vean ofendidos.
Ahora nos llega la eutanasia y se plantea poco menos que como el mayor acto de caridad con un ser humano que sufre. “Si se mata a un caballo que se queda cojo para que no sufra o a un perro anciano y enfermo, cómo no acabar con la vida de un ser humano que sufre indeciblemente” o “no hay mayor amor que acabar con el sufrimiento de un ser querido que no desea seguir viviendo".
Lo cierto es que hoy el matrimonio, como institución estable abierta a la vida, ha dejado de existir en la ley civil. Eso a lo que se sigue llamando matrimonio tiene menos protección que un simple contrato mercantil. Lo puede romper cualquiera sin dar explicaciones y sin posibilidad alguna de que la otra parte afectada se pueda negar o al menos salga beneficiada en la resolución del “contrato".
Lo cierto es que los hijos son las principales víctimas de los divorcios de sus padres. En no pocas ocasiones son moneda de cambio, instrumentos de presión, objeto de intercambio. Y en todas las ocasiones son víctimas de una ruptura del hogar familiar de la que ellos no son en absoluto culplables.
Lo cierto es que hoy acaban en el cubo de basura de las clínicas abortistas uno de cada seis embarazos en España. Lo cierto es que en la mayor parte de las ocasiones se mata al hijo no nacido simplemente “porque sí". Lo cierto es que desde la primera ley del aborto no han podido nacer dos millones de españoles. Lo cierto es que, en un país con una de las tasas de natalidad más bajas dle mundo, el aborto es visto como si fuera una opción antinconceptiva más. Por cierto, las primeras píldoras anticonceptivas fueron legalizadas en España en octubre de 1978, antes incluso de que se aprobara la Constitución. Y, faltaría más, se vendió aquello como un gran avance para la mujer. Antinconcepción y aborto son las dos caras de una misma moneda.
Lo cierto es que quien hoy defienda públicamente la ley natural y la doctrina católica sobre la homosexualidad y el matrimonio corre peligro de ser perseguido no solo socialmente sino también penalmente, gracias a unas leyes y una justicia cada vez más entregada al totalitarismo feministoide y pro-LGTBI.
Lo cierto es que la eutanasia va camino de ser aprobada en este país con un apoyo social muy considerable. Y cabe pensar que en breve, si no ya, en España ocurrirá lo mismo que en Holanda, donde ya se pide dejar operar y tratar a mayores de 70 años. No duden ustedes que también lo presentarán como un avance: “para qué seguir viviendo con una enfermedad incurable a cuestas".
Es más, aunque pueda parecer que la Iglesian en España se opone radicalmente a la eutanasia, fíense lo que dijo el otro día el secretario general y portavoz de la CEE, Mons. Luis Argüello:
«No pienso, Dios me libre, en la cárcel para nadie, pero sí en la necesidad, desde la radical defensa de la vida»
Pues hombre, resulta que lo que se discute es si se deja sin castigo penal la eutanasia. Si a usted le parece bien que no vaya a la cárcel quien ayuda a otro a morir, ya me dirá usted don Luis dónde está la radicalidad de su defensa. Lo mismo ocurre con aquellos que dicen que el aborto está muy mal pero que otra cosa es meter en la cárcel a las mujeres que abortan… porque sí.
Precisamente Mons. Luis Argüello publicó hace unos días un artículo en el que reflexiona sobre el voto de los católicos de cara a las próximas elecciones. En el mismo, siguiendo la línea de la totalidad de los obispos españoles actuales, afirma:
En sus 40 años de vigencia, la Constitución ha mostrado ser un instrumento válido para la convivencia entre los españoles.
Y dice también:
La crisis global y el positivismo relativista que domina en la cultura occidental están poniendo en riesgo la democracia representativa que cada vez encuentra menos resortes para regenerarse. Por eso son tan importantes las fuentes de valor moral de carácter «pre-político». Entre éstas, destaca el factor religioso como integrante de los bienes de una sociedad.
Por ello, es muy importante que los poderes públicos, desde una laicidad abierta y positiva, favorezcan la vida y expresión religiosa de los ciudadanos no solo en el ámbito privado sino en su acción pública en favor del bien común.
No, mire usted, don Luis. La crisis glogal y el positivismo relativista no ponen en riesgo la democracia liberal. Es la democracia liberal la que nos trajo ese relativismo. Y mire usted también, don Luis, si creemos que la Iglesia Católica es la Iglesia de Cristo y la fe católica es la única fe verdadera, no cabe laicidad positiva que favorezca el bien común, sino unidad católica de la patria como garantía de ese bien común. O sea, lo que la Iglesia venía enseñando, y sus mártires defendiendo, hasta que decidió asumir, primero pastoralmente y luego -siquiera en parte- doctrinalmente, la derrota ante los principios revolucionarios de la Ilustración.
Por último, no pensemos que este avance del mal disfrazándose de falsa misericordia nos llega solo de un Occidente apóstata. ¿Qué otra cosa sino eso es la idea de que pueden comulgar quienes viven en adulterio o quienes sin ser católicos están casados con católicos? Volvemos a lo mismo: “pobrecillos, que quieren comulgar pero no les deja una ley rígida e implacable. Cambiemos la ley".
Tanto se “abrió” la Iglesia al mundo, que hoy parece engullida por el mismo y compartiendo su misma visión sobre la falsa caridad, la falsa misericordia.
Sólo Dios, por la intercesión de su Madre, puede salvarnos de esta deriva catastrófica y de aquellos que quieren acallar las pocas voces proféticas que se levantan y plantan cara al mal apelando a la Tradición y el Reinado Social de nuestro Señor.
Vuelve pronto, Señor.
Luis Fernando Pérez Bustamante
(*) Soy mucho menos partidario del régimen franquista de lo que eran los obispos cuando murió.