No se conformarán con dar de comulgar a los divorciados vueltos a casar
En el avance de la cultura de la muerte, especialmente en todo lo relacionado con las leyes que despenalizan el aborto y la eutanasia, la estrategia siempre ha sido clara. A saber:
1- Se presentan casos extremos. Por ejemplo, una niña de 11 años embarazada tras haber sido violada.
2- Se dan datos falsos sobre mujeres muertas por abortar en condiciones insalubres.
3- Se abre la puerta a la despenalización en ese tipo de supuestos, introduciendo algún coladero como el de la salud psicológica de la madre.
4- Se acaba considerando el aborto como un derecho.
Idem con la eutanasia, que en los países europeos donde está legalizada ha empezado a utilizarse para ayudar a suicidarse no solo a enfermos terminales sino a personas con graves problemas psicológicos. Y parecido ocurre con las uniones homosexuales, que en un primer momento eran reconocidas solo como uniones civiles y luego pasan a equipararse a los matrimonios, con derecho a adopción.
Pues bien, es exactamante lo mismo que está ocurriendo en la Iglesia en relación a tres sacramentos: Matrimonio, Confesión y Eucaristía.
En el magnífico post de Alonso Gracián sobre la clara influencia en Amoris Laetitia de las tesis luteranas de Bernhard Häring sobre la relación entre gracia, ley y pecado, un comentarista afirma lo siguiente.
El artículo, interesante, no consigue encontrar fisuras en la exhortación si es que ese era su objetivo. Sin mencionarla, está en perfecta consonancia con Veritatis Splendor pero con un matiz: consigue descomponer la resplandeciente Luz de la Verdad en su espectro visible. Esa es la diferencia en la Ley divina y su aplicación normativa. La Ley es siempre la misma, y no admite excepción, pero hay matices que no se pueden obviar y a los que se llega aceptando esa Luz en toda su integridad.
Y esto le he respondio:
O sea, hay excepciones. Llamemos a las cosas por su nombre. No son matices. Son excepciones.
La ley -el dogma, añado- indica que el matrimonio es indisoluble, que el divorcio y recasamiento es adulterio y que, incluso independientemente de la imputabilidad, no se puede tomar la comunión en esas condiciones.
Si resulta que tras la AL ningún divorciado vuelto a casar puede comulgar, ¿de qué estamos hablando? ¿a qué estamos jugando? ¿por qué no aparece el Papa y dice claramente que nada ha cambiado en ese punto en concreto? Al fin y al cabo, fue lo que le dijo al cardenal Meisner a finales del 2013. Cito:
En mi última visita al Papa Francisco pude hablar muy francamente con el Santo Padre sobre todos los temas. Y también le dije que cuando habla en forma de entrevistas y breves discursos se quedan algunas preguntas abiertas, que para los no iniciados deberían en realidad precisarse más. El Papa me miró fijamente y me dijo que le mencionara un ejemplo.
Y mi respuesta fue entonces que a su regreso de Río a Roma, mientras viajaba en el avión, se le mencionó el problema de los divorciados vueltos a casar. Entonces el Papa simplemente me respondió: «los divorciados pueden comulgar, pero no así los divorciados vueltos a casar. En la Iglesia Ortodoxa se pueden casar dos veces». Hasta ahí su declaración.
¿Y bien? ¿hace tres años no podían comulgar y hoy sí? ¿qué ha cambiado de las palabras de Cristo sobre este tema, de las de San Pablo sobre las condiciones para acceder a la comunión y de las enseñanzas del magisterio católico desde por lo menos Trento hasta ahora? ¿nada?
Y si no ha cambiado nada, ¿por qué hay cardenales y obispos diciendo que los divorciados vueltos a casar ya pueden comulgar?
Mire, caballero, a los que queremos que la Iglesia sea fiel a Cristo, a la fe que está llamada a custodiar, defender y difundir, se nos puede tratar como fundamentalistas, como rigoristas, como lo que quieran. Pero como estúpidos, no, por favor. No nos traten como imbéciles. No lo somos.
De todas formas, se equivocan quien cree que todo acabaría con el quebranto de tres sacramentos que supone dar de comulgar a divorciados vueltos a casar. Quieren más. Mucho más.
Por ejemplo, uno de los que ha salido a leerles la cartilla a los cuatro cardenales que osaron hacerle preguntas al Papa sobre el capítulo VIII de Amoris Laetitia, ha sido el cardenal Hummes, brasileño. Este purpurado dijo esto en una entrevista allá por julio del 2014:
Se Jesus vivesse hoje, ele seria a favor do casamento gay?
Não sei, não faço nenhuma hipótese sobre isso. Quem deve responder isso é a Igreja em seu conjunto.
Poco después, el cardenal Pell nos avisó que lo de los divorciados vueltos a casar era solo la punta del iceberg, y que lo que querían los heterodoxos era el gaymonio:
«La comunión para los divorciados vueltos a casar es para algunos padres sinodales -muy pocos, ciertamente no la mayoría- solo la punta del iceberg, el caballo de Troya. Ellos quieren cambios más amplios, el reconocimiento de las uniones civiles, el reconocimiento de las uniones homosexuales»
En diciembre de ese mismo año, el todavía obispo de Amberes, Mons. Johan Bonny, no dejaba lugar a dudas. Pidió el reconocimiento de las uniones homosexuales no solo en las leyes civiles, sino en la propia Iglesia :
«Debemos buscar en el seno de la Iglesia un reconocimiento formal de la relación que también está presente en numerosas parejas bisexuales y homosexuales. Al igual que en la sociedad existe una diversidad de marcos jurídicos para las parejas, debería también haber una diversidad de formas de reconocimiento en el seno de la Iglesia»
Y claro, ha vuelto a insistir en ello este mismo año, hace poco, sin que ningún monseñor vaticano le haya desautorizado ni haya pedido que le quiten el báculo:
«no podemos seguir afirmando que no hay otras forma de amor aparte del matrimonio heterosexual. Nos encontramos con el mismo amor en un hombre y una mujer que conviven juntos, así como en parejas de gays y de lesbianas».
Y:
«La pregunta es: ¿Hay que tratar de forzar todo en un único e idéntico modelo? ¿No debemos evolucionar hacia una diversidad de rituales en los que podemos reconocer la relación de amor entre homosexuales, incluso desde el punto de vista de la Iglesia y de la fe?»
Aunque la relatio final segundo sínodo e incluso Amoris Laetitia no abre la puerta a esa barbaridad, el objetivo de los cardenales y obispos heterodoxos es evidente. Y si logran, que no lo lograrán, cargarse la doctrina católica sobre el matrimonio, lo siguiente, el reconocimiente de las uniones homosexuales, vendría a continuación. Y luego, no lo duden -y si lo dudan, lean al jesuita Masiá o la benedictina Forcades-, todo lo que tenga que ver con la bioética.
Si se abre una brecha en el corpus doctrinal católico en materia sacramental, el edificio entero se vendrá abajo. Tardará más o menos, pero se derrumbará. Por Cristo y su promesa, sabemos que tal cosa no ocurrirá. Pero para que no lleguemos a tal extremo puede ser necesario que los cardenales y obispos que aman la salvación de las almas más que su carrera eclesial y su buena fama ante el mundo, se planten firmes como rocas preguntando lo que haga falta y advirtiendo que no cederán de ninguna de las maneras. O sea, exactamene lo que hizo San Pablo en Antioquía cuando San Pedro “merecía reprensión” (Gal 4,11). Si toda la Escritura “es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argumentar, para corregir y para educar en la justicia” (2ª Tim 3,16), ese versículo de Gálatas también. Se usó con los papas Honorio, Juan XXII y Zósimo. Si toca hacerlo ahora -no me corresponde discernislo-, hágase.
Santidad o muerte.
Luis Fernando Pérez Bustamante