Necesitamos una Orden de Predicadores fiel a su carisma

El Capítulo General de la Orden de Predicadores ha elegido este fin de semana al que será su próximo Maestro General. Se trata del francés Fr. Bruno Cadoré, doctor en medicina y en teología, experto en bioética. Ejerció como pediatra en Haití, lo cual indica que tiene experiencia en el cuidado del cuerpo de los más pequeñuelos. También se ha dedicado a los retoños más jóvenes de su orden, pues ha sido maestro de novicios durante muchos años. Ahora que sus hermanos de orden le han elegido como su superior, esperemos que el Señor le ayude a cuidar el alma de todos ellos.

Las referencias que me llegan de él son buenas. Como quiera que no soy experto en las interioridades de esa orden, me he dedicado a preguntar a los que sí la conocen por ser parte de ella. Uno de ellos me describió ayer a su nuevo Maestro General:

Cadoré tiene la discreción del sabio, la oración del que ha sufrido, la mirada del que ha estudiado libros, lugares y vidas.

No es esa mala tarjeta de presentación. En la zona de comentarios de la noticia de InfoCatólica, leemos también el siguiente:

Fr. Bruno Cadoré OP es un excelente teólogo, pertenece a la escuela tomista con ribetes de la hermenéutica de P. Ricoeur. Pertenece a una de las provincias más netamente dominicas en sus raíces de la Orden de los Predicadores.

Siempre se ha expresado en consonancia perfecta con el Magisterio en defensa y difusion de “Humanae Vitae", o el magisterio de la vida y la moral de Juan Palbo II, en “Veritatis Splendor", “Evangelium Vitae", etc.

Hombre de altura teológica, pensador profundo y difusor dentro del colectivo médico y científico del pensamiento cristiano en temas bioéticos.

Si todo eso es cierto, y no tengo por qué dudarlo, estamos sin duda ante una muy buena elección. En todo caso, tiempo habrá de contemplar la acción del sucesor de Santo Domingo. Por sus obras les conoceréis, dice el evangelio. Y así será con Fr. Bruno Cadoré.

Del Maestro General saliente, Fr. Carlos Azpíroz, se pueden decir muchas cosas y no todas precisamente buenas. Sin embargo, creo que merece echarle un vistazo a la “Relatio de statu Ordinis” que pronunció delante de sus hermanos capitulares y que fue su último servicio a la orden como superior de la misma. Voy a citar algunos párrafos de la misma:

En este contexto, que nos invitará en pocos años también a celebrar con renovada esperanza los 50 años del inicio, desarrollo y conclusión del Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965 / 2012-2015), se nos presentan varias cuestiones: ¿Cuál ha sido el resultado del Concilio para nosotros? ¿Ha sido recibido de modo correcto? En la recepción del Concilio: ¿Qué hemos hecho bien? ¿Qué ha sido insuficiente o equivocado? ¿Qué nos queda aún por hacer?

El Papa Benedicto XVI en un discurso que podría llamarse “programático”, se refería especialmente a ese tema.

Convendrán ustedes conmigo en que no es mala cosa plantear un ejercicio de análisis y autocrítica. No es algo que abunde en determinadas órdenes religiosas.

…señalaba el Sumo Pontífice que por una parte existe una interpretación que podría llamarse “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura". Por otra parte, está la “hermenéutica de la reforma", de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado, que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino.

Me parece sumamente acertado recordar que el Papa ha advertido que el Concilio Vaticano II puede ser “asumido” de diversas maneras, siendo que algunas de ellas no tienen lugar dentro de la Iglesia por lo que suponen de ruptura con su tradición y con su esencia. Ahora bien, fíjense ustedes en lo que Fr. Carlos Azpíroz señala sobre la realidad actual de su orden:

La generación que recibió inmediatamente el Concilio Vaticano y lo quiso poner en práctica ahora ha de acoger y escuchar los cuestionamientos de parte de aquellos que han incluso nacido y crecido después del Concilio. A estos últimos la experiencia del inmediato post concilio les es totalmente ajena, a muchos incluso sus padres no les han transmitido la fe. No cuentan con una “tradición oral” o vital acerca de esta adecuada renovación. Estos frailes –nuestros hermanos- cuestionan “hoy” a quienes les preceden en el camino de la vida dominicana, así como la generación anterior cuestionó “ayer” a sus hermanos mayores.

Efectivamente, está empezando a surgir una generación de fieles, sacerdotes y religiosos que no vivieron el concilio, que como mucho se criaron en la fe en medio de la crisis post-conciliar y que, en buena medida, son críticos con los protagonistas, activos o pasivos, responsables directos o cómplices de dicha crisis. El que la misma afectara principalmente a las órdenes religiosas de más “solera” -dominicos, jesuitas y franciscanos- es algo que difícilmente puede ser negado. Aquellos que se mostraron críticos con un pasado al que consideraba inmovilista y reaccionario, se encuentran hoy con las críticas de aquellos que, en fidelidad al carisma de su orden, les acusan de haber sido protagonistas de una revolución que ha sacado a la orden del buen camino. Al menos eso es lo que yo deduzco de lo que dice Fray Carlos:

La Orden necesita el sentido de libertad, el ímpetu misionero, la creatividad y un compromiso maduro en el ámbito de la justicia y la paz propios de una generación que ha dado mucho a la Iglesia. Al mismo tiempo, como reclaman muchos de los frailes más jóvenes, también necesita hoy de cierta visibilidad, fidelidad a la propia historia y a la tradición, sentido de pertenencia a través de una vida fraterna en comunidad que celebra su fe en la liturgia, etc.

Fidelidad a la propia historia y a la tradición. Eso piden los frailes dominicos jóvenes. Benditos sean por ello. De ellos también dice lo siguiente quien ha sido su Maestro General:

Especialmente nuestros frailes jóvenes, incorporados recientemente a la Orden, intentan responder a esta invitación a través de nuevos ministerios y areópagos (en particular el que ofrecen los medios modernos de comunicación) ¡Son frailes que pertenecen a una generación que ha traído consigo un enorme cambio cultural! Hoy somos testigos de los nuevos modos de predicación a través de Internet, video conferencias, blogs y foros, etc. No podemos dejar de sostener y promover estas nuevas iniciativas.

Y es que sin duda es necesaria la presencia de los Predicadores en la red. Uno de ellos, Fray Nelson Medina, fue instrumento del Señor para mi regreso a la Iglesia. Y muchos otros frailes dominicos, si son fieles a su carisma, pueden ser a la vez instrumentos para la conversión a Cristo y a la fe católica de multitud de hombres y mujeres que navegan por la red en busca de respuesta a sus inquietudes espirituales.

Una de las auto-críticas más severas que Fray Carlos Azpíroz hace delante de sus hermanos tiene que ver con el carácter misionero de la orden:

No puedo ocultar que se percibe cierta falta de disponibilidad de parte de los frailes para ser enviados especialmente a los más pobres, a la misión que tradicionalmente llamamos ad gentes, a sumarse a proyectos lejanos al propio ambiente cultural (¡aún en el territorio de la propia Provincia!), lejos de la propia familia, dejando atrás las “seguridades” que determinados ambientes nos ofrecen….. ¿Acaso los superiores no estamos fallando también en el “envío” cuando permitimos sin más que un hermano rechace una asignación?

Vuelve a ser urgente una respuesta proporcional a la pregunta: ¿A quiénes somos enviados? Santo Domingo deseaba ir a los cumanos sin desechar su compromiso con la realidad circundante, pero mientras no dudaba en enviar frailes a las regiones más lejanas.

Casi no merecen ni ser comentadas las palabras de Fr. Carlos. Hablan por sí solas. Igualmente habla por sí sólo su llamado a la fidelidad al carisma dominico:

Santo Domingo pidió a sus frailes “comunidad y obediencia". En este tiempo de preparación al Jubileo por los 800 años de la confirmación de la Orden, necesitamos repasar, recordar, la teología de la vida religiosa reconociendo la riqueza profunda de la palabra religión / religioso: re – elegir (volver a elegir); re – ligar (volver a atar lo desatado); re – leer (volver a leer). Necesitamos volver a elegir, volver a unir, volver a leer…especialmente lo relacionado a la profesión de los consejos evangélicos y la vida fraterna en comunidad.

Incluso deja sitio para una reflexión sobre la secularización de la vida religiosa:

Se suele hablar de “secularización” o “secularismo” en la vida religiosa. Sin querer identificar los conceptos y evitando en este contexto un análisis de los mismos, pienso que el origen de esas tendencias e incluso la antesala de la así llamada “indiferenciación de la vida religiosa” (que reduce la vida religiosa a un mínimo y desvaído común denominador o se rinde ante lo “meramente profesional”) es la “privatización” de nuestra profesión pública. Sin darnos cuenta, muchas dimensiones de nuestra vida consagrada expresadas en los votos públicos y solemnes, podemos reducirlas a la esfera de lo privado (y por lo tanto como algo opcional). En este mismo sentido, ¿qué significa concretamente hoy la radicalidad a la que nos comprometemos?

Aun así, el hasta ahora Maestro General no piensa que la solución sea el huir de los debates internos en el seno de la Iglesia, ni la búsqueda de una uniformidad excluyente:

El lenguaje y especial dinamismo de los medios de comunicación se nos pega sin darnos cuenta. ¿Acaso la Orden no puede ofrecer un signo de su unidad – unanimidad en una Iglesia que a veces parece sumergirse en estériles discusiones eclesiásticas, de partido, ideológicas? El problema no está en que existan esas discusiones, posturas o ideologías. El problema es que las mismas adquieran, repito, tintes exclusivos y excluyentes y no admitan matices (¡la analogía!). El carácter especialmente sapiencial de nuestro modo de acercarnos a la realidad exige este discernimiento.

Yo matizaría esas palabras puntualizando que el límite en las discusiones siempre lo marca la fidelidad al magisterio de la Iglesia. Es decir, cuando lo que está en discusión es si se acepta la enseñanza de nuestra Madre y Maestra o se niega su autoridad magisterial, ahí sí tenemos un problema.

Muy, pero que muy interesantes son las reflexiones de Fr. Carlos Azpíroz sobre la cuestión litúrgica:

… hemos de reconocer que existe en las nuevas generaciones una nueva sensibilidad por la liturgia (me refiero a las cuestiones teológicas de fondo por un lado y las estéticas en segundo lugar). A esto se suma también el abandono del cuidado de nuestra vida litúrgica e incluso –es necesario reconocerlo con sencillez- cierta banalización en nuestras celebraciones que ha provocado a su vez una reacción del todo comprensible. ¿No hemos desarrollado una actitud minimalista respecto a la liturgia y la oración comunitaria? ¿Es justo atribuir esto al Concilio Vaticano II?
A partir de la promulgación del Motu Proprio Summorum Pontificum sobre el uso del Misal Romano de 1962 (07.07.2007) se ha seguido cierta discusión en cuanto a sus implicancias en nuestra vida litúrgica conventual. Esto incluso, ha puesto sobre el tapete interrogantes acerca de la posibilidad o no de utilizar el antiguo Rito O.P.

Y aquí, nuevamente surge el “conflicto generacional”, que el Maestro General pide que se aplaque:

Urge un análisis serio y –aunque parezca mentira decirlo así- apasionado sobre estos temas. No podemos reducir una vez más a definir la dinámica de nuestra consagración y misión a –repito- nuevos maniqueísmos: “buenos” vs. “malos"; “generación de los `70´” vs. “nuevas generaciones". Si así lo hiciéramos, no solamente renunciaríamos al realismo del inevitable cambio generacional, sino a la riqueza de la fraternidad “inter-generacional” (entre las diversas generaciones) e “intra-generacional” (entre hermanos que pertenecen a la misma generación).

Sin embargo, sorprenden gratísimamente las palabras de Fray Carlos en las que se aprecia un llamamiento a redescubrir la buena liturgia y el uso del hábito:

En definitiva, necesitamos renovarnos recuperando el profundo sentido teológico, la riqueza, la belleza de nuestra liturgia y las costumbres de nuestra vida dominicana. Esto exige disciplina. ¿Podremos realmente discutir sobre la liturgia y sin miedos ni prejuicios volver a descubrir algunas rúbricas llenas de sentido que siempre han demostrado que rezamos a Dios tanto con nuestro cuerpo como con nuestro espíritu? ¿Seremos capaces de reconocer la importancia del hábito en la vida religiosa, su uso en los actos comunes? ¿No hemos provocado nosotros mismos en otros hermanos y en los más jóvenes las reacciones que ahora mismo criticamos para justificar nuestro deseo de que nada cambie?

En definitiva, creo que tenemos elementos de juicio suficientes como para ser optimistas respecto a la Orden de los Predicadores. No vamos a negar las sombras que todavía existen, pero parece que los nuevos frailes pueden dar un nuevo impulso que sitúe a la obra de Santo Domingo en el lugar que le corresponde en la Iglesia y en el mundo. Como todo, cabe aplicar el principio paulino de examinarlo todo y retener lo bueno. No se trata de arrasar con el pasado inmediato y sí de poner la mirada en la meta, buscando la fidelidad al carisma dominico.

Para esa tarea, todos los religiosos y religiosas dominicas deben saber que cuentan con nuestras oraciones y nuestro apoyo.

Luis Fernando Pérez