Juan G. Bedoya, responsable de la información religiosa de El País, tiene razón
Con el título de “Voto de desobediencia a los obispos”, Juan G. Bedoya nos regalaba uno de sus “interesantísimos” artículos el día 24 de diciembre en el diario El País. El veterano responsable de la información religiosa del diario del grupo Prisa empezaba con fuerza su columna:
¿Quién hace caso hoy a la doctrina de los obispos en materia de familia, sexo, anticonceptivos, investigación con embriones, incluso ante dogmas antes llamados fuertes, como la resurrección y divinidad de Jesús, la inmaculada concepción y la ascensión de María, la infalibilidad del Papa o la real existencia del cielo, el infierno o el purgatorio? ¿Significan estas discrepancias -ese no hacer caso a lo que predica la jerarquía del cristianismo-, que existe un cisma en la Iglesia católica actual?
A la primera pregunta me dan ganas de contestar ¡¡¡YO!!!, pero como sé que buena parte de los lectores de InfoCatólica, y de este blog en concreto, responderían lo mismo, pues vamos a dejarlo en un ¡¡¡NOSOTROS!!! Pero igual que digo eso, reconozco que la mayoría de los bautizados, al menos en España, responderían un ¡¡¡YO NO!!!
A la segunda pregunta, mi respuesta es rotunda: ¡Sí! Y añado: ¡Es uno de los cismas más graves en la Historia de la Iglesia!
De hecho, el propio Bedoya describe la situación de forma muy acertada:
Los cismas de ahora son soterrados, porque Roma, escarmentada o insegura, no quiere romper con nadie, y los protestantes contemporáneos también prefieren una convivencia en discordia a una salida del santuario.
Salvo en lo de que Roma está “escarmentada o insegura” -me guardo para mis adentros mi calificación sobre la actuación de la Sede Apostólica-, no podría estar más de acuerdo con ese análisis de la realidad eclesial cuando ya ha transcurrido la primera década del siglo XXI. Y es una realidad que hemos heredado del post-concilio, aunque ya antes del Vaticano II asomaban las primeras nubes del cisma de facto que la Iglesia ha sufrido, y sufre, en este paso del segundo al tercer milenio de la era cristiana. Hoy mismo hemos sabido que ha fallecido una de las cabezas visibles de ese cisma, el teólogo dominico Edward Schillebeecks. No me gusta hablar mal de nadie justo después de morir, así que baste con constatar que a pesar de que Roma detectó al menos nueve errores teológicos graves -en mi pueblo, herejías- y de que él se negó a retractarse, no parece que se le aplicara el Código de Derecho Canónico, que es un texto muy mono que sin duda debe servir para muchas cosas pero más bien para poco a la hora de atajar el cisma que nos acecha.
La gran diferencia entre el cisma actual y otros pasados, es precisamente que, probablemente con la intención de evitar un cisma a gran escala, se ha optado por admitir que los herejes se queden dentro de la comunión eclesial. Es decir, a pesar de que la pena canónica por la herejía contumaz es la excomunión, personajes como Hans Küng -que entre otros dogmas niega el de la infalibilidad papal- no sólo no han sido excomulgados sino que ni siquiera se les ha suspendido a divinis. Como mucho se les he prohibido ejercer la docencia en universidades y seminarios católicos. Lo cual, por supuesto, no ha servido para nada. ¡Miento!: sí ha servido. Esa actitud condescendiente con la herejía ha servido para que la secularización interna de la Iglesia haya alcanzado niveles impensables, dramáticos, cuasi apocalípticos.
Bedoya hace una cita de una carta de monseñor García Aracil, arzobispo de Mérida-Badajoz. En relación con la actitud de los políticos católicos que se pasan la doctrina de la Iglesia por salva sea la parte, el arzobispo observa…
“Tres errores en un mismo comportamiento:
1- El más importante es la actitud interior de desobediencia a la Iglesia, presentándose, simultáneamente, como cristianos practicantes.
2- El segundo error es el hecho de proclamar públicamente y, en tono desafiante, su propósito de incumplir las normas morales que debieron aprender desde niños en el catecismo. Suponiendo que sea cierto que viven el catolicismo del que alardean, deberían haber cultivado, profundizado y asumido firmemente a lo largo de la vida el sentido y la fuerza de la moral cristiana. Han tenido tiempo. Por este motivo, o su autosuficiencia es mayor, o su incoherencia es total.
3- El tercer error es adoptar en público la postura manifestada en los medios de comunicación, sabiendo que las gentes les reconocen como políticos cuya misión, entre otras, es procurar las leyes de obligado cumplimiento para lograr el bien común. Sorprende que estas mismas personas, exhibiendo su desobediencia interior y exterior a la Iglesia, de la que se manifiestan hijos salvo que hayan inventado una secta y se hayan apropiado sin derecho alguno del nombre que no les pertenece, sean defensores y protagonistas de una inflexible fidelidad de voto, y cerrados enemigos de la objeción de conciencia en casos verdaderamente graves".
Tiene razón el arzobispo extremeño, pero ¿y eso en qué se traduce? Es decir, pongámonos en el caso de un señor que se dice católico y que sale en los medios sacando pecho por no seguir la doctrina de la Iglesia. Y lo hace con recochineo, alevosía y hasta nocturnidad. ¿Consecuencias para el sujeto? Todos sabemos que al final, ninguna. Pero lo peor no es eso. No, lo peor es cuando el recochineo viene de parte un cura y/o un teólogo heterodoxo. Todavía estoy esperando a que algún obispo tenga el valor y el coraje de decirle algo al padre Ángel, que cada vez que abre la boca sobre una materia doctrinal, es para manifestar su alejamiento del magisterio. De entre todos los obispos españoles, sólo conozco uno que tuvo ese valor y ese coraje para decir que la obra sobre Jesús de un teólogo famosísimo, y muy leído entre los religiosos de este país, era, como mínimo, sospechosa.
Y ojo, que Bedoya ya avisa de que la cosa va a más:
Las críticas alcanzan al nombramiento de obispos por el Papa romano, que las iglesias de base reclaman para sí -el último incidente se acaba de producir en la diócesis de San Sebastián-, pero también hay discordias sobre la infalibilidad del Pontífice y otros dogmas de los llamados fuertes, entre otros la deidad de Jesús, decidida o impuesta por el emperador Constantino en el concilio de Nicea, en el año 325. Son ya legión los teólogos condenados por volver a aquel apasionado debate.
Lo que voy a decir puede sonar muy fuerte, pero si nuestros obispos, arzobispos y cardenales tuvieran más temor santo al Señor de los cielos que les ha puesto sobre el rebaño, que miedo escénico a los titiriteros de Entrevías de turno, otro gallo nos cantaría. Dejar que la herejía campe a sus anchas entre el rebaño de Cristo no impide el cisma. Más bien hace que el mismo sea más grave, pues se instala en el ADN espiritual de muchos fieles, de forma que pasan a ser una especie de católico-zombies. O sea, andan a trompicones por nuestros templos, por nuestros grupos de oración, por nuestras catequesis, por nuestros foros y blogs. Parece que están vivos, pero en realidad están muertos y separados de una fe que no aceptan en su integridad. Y no sin culpa por su parte. No hace falta que un obispo te amenace con la excomunión para que tengas obligación de formar tu conciencia conforme a la fe católica y no al espíritu de este mundo.
El cisma es algo espantoso, gravísimo, que debe de evitarse en la medida de lo posible. Pero al menos tiene una ventaja. Una vez producida la separación, se sabe dónde están unos y dónde están otros. Y cuando unos están en la verdad, o sea, en la fidelidad al magisterio, y otros transitan por el camino de la mentira sin intención de dar marcha atrás, el cisma no deja de ser una desgracia pero se convierte en una necesidad apremiante.
Está claro que no nos ha llevado a nada bueno la tolerancia contra los que se oponen a la sana doctrina. No olvidemos que los apóstoles no se anduvieron con tibiezas, miedos y cobardías ante los que propagaban el error. Poca cosa hay tan patética como un pastor cobarde, que no libra a sus ovejas del mal. El libro del Apocalipsis pone en primer lugar a los cobardes entre los tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la segunda muerte (Ap 21,8). Es necesario, pues, un tiempo de reforma en la Iglesia. Hace falta incluso un nuevo concilio que, siguiendo el modelo de Trento, ponga fin a la pesadilla doctrinal a la que hemos asistido en el último medio siglo. Es absurdo que perdamos el tiempo en buscar el ecumenismo con los no católicos mientras tenemos la casa empantanada con los herejes haciendo de su capa un sayo. Lo que está en juego no es caer el cisma sino en la apostasía. Por tanto, como bien dice el padre Iraburu en su blog en InfoCatólica: ¡REFORMA O APOSTASÍA! ¡No hay otra opción!
Luis Fernando Pérez