Ante destrucción de estatuas de santo, obispos valientemente preparan memorando

Lamentamos tener que informar de que, a diferencia de lo que ocurre en otras ocasiones, esta noticia no hace más que describir lo que realmente ha sucedido. Los redactores de la Caverna confiesan que parodiar estas cosas supera las fuerzas humanas. De hecho, desencantados con las vanidades mundanas, varios de los redactores han abandonado definitivamente el martillo con que escribían sus crónicas y dos de ellos han decidido hacerse cartujos.

(ECOS de la CAVERNA) Mientras los disturbios y saqueos siguen sacudiendo los Estados Unidos y muchas ciudades europeas, los católicos han recibido con tristeza la noticia de que varias estatuas de San Junípero Serra, el gran evangelizador de California, han sido derribadas en San Francisco y Los Ángeles por los manifestantes y saqueadores, entre insultos, burlas y gritos de odio y victoria. Este lamentable acontecimiento se suma a los intentos de quemar o profanar varias iglesias (como la Basílica de Santa María de Minneápolis o la Catedral de San Patricio de Nueva York) que se han producido en los días anteriores.

En este contexto, los católicos esperaban un gesto valiente por parte de la jerarquía y no han quedado defraudados. En un gesto de coraje y valentía asombroso y perfectamente predecible, los obispos de California han decidido escribir una declaración “sobre la retirada (sic) de estatuas de San [Junípero] Serra en el estado”. ¡Tiemblen los cielos y la tierra! Los obispos han escrito otra carta.

Valientemente, los obispos californianos comienzan su declaración poniéndose metafóricamente de rodillas para adular a los saqueadores, incendiarios, alborotadores y destructores de estatuas, afirmando que su movimiento “ha proporcionado una audaz nueva esperanza para cada estadounidense”. Al mismo tiempo, los prelados han optado por acallar con gran coraje esa incómoda vocecilla que les repite al oído que los propietarios de los cientos o miles de pequeños negocios destruidos no parecen haber encontrado una “audaz nueva esperanza” en los disturbios, que las familias de las decenas de muertos causadas hasta el momento tampoco parecen estar muy satisfechas y que el odio contra los “blancos” difícilmente será un buen cimiento para ninguna esperanza digna de ese nombre.

Con gran audacia, la Conferencia Episcopal californiana repite valientemente en solitario las mismas afirmaciones de dudosa veracidad que proclaman las turbas desatadas, los medios de comunicación, gran parte de la clase política, los actores hollywoodienses y todas las grandes empresas, a los efectos de que los disturbios y saqueos tienen el fin de luchar contra “el racismo pasado y presente” de los Estados Unidos, a pesar de que todo indica lo contrario y que, como siempre ocurre, la más perjudicada por los disturbios es la propia población negra, que ve cómo sus barrios se destruyen y se impone la ley de la selva.

Los prelados también han tenido el coraje de no dar ninguna importancia al aparentemente significativo detalle de que los manifestantes odian violentamente la herencia cristiana de Occidente y todo lo que ella conlleva, considerándola generalmente como “racista”, “heteropatriarcal” y causante de todos los males presentes, pasados y futuros. La organización Black Lives Matter, por ejemplo, dice de sí misma que está comprometida a “perturbar la estructura de familia nuclear prescrita por Occidente” y promover una red de afirmación de lo queer” para liberarse del “férreo puño del pensamiento heteronormativo” y “desmantelar el privilegio cisgénero”. Con gran valentía, los obispos californianos han logrado no mencionar ni una palabra sobre todo esto en toda su declaración y ajustarse con todo detalle al pensamiento políticamente correcto imperante.

Asimismo, los obispos han optado por olvidar con valentía todo el catecismo que estudiaron de pequeños y pasar por alto, por ejemplo, que la destrucción de la propiedad de otros es un grave pecado, que el asesinato es un grave pecado, que incumplir la ley injustificadamente es un pecado, que los insultos y amenazas terribles a policías y otras personas son un grave pecado, que incitar al odio racial es un grave pecado y un largo etcétera. Impasible el ademán, los valientes obispos californianos permanecen firmes en la intrépida posición de denunciar solamente los pecados políticamente incorrectos que nadie defiende, como el racismo, y callar sobre los pecados que realmente se cometen en sus diócesis.

Para elogiar por contraste a San Junípero, los obispos de California han tenido el gran arrojo de alinearse con la leyenda negra anticatólica y antiespañola y dar por hecho que los españoles eran malvados opresores, dedicados únicamente a abusar de los indios, como supuestamente muestra el hecho de que los puestos militares españoles estaban situados “a kilómetros de distancia” de las misiones franciscanas.

Finalmente, en el colmo ya de la valentía, los obispos piden que los disturbios afecten a todo el mundo menos a ellos, de manera que derribar otras estatuas de personas que supuestamente no hayan “promovido los derechos de los pueblos marginados” (¿como Cervantes?) se considere una “audaz nueva esperanza”, siempre que, en particular, sus propias estatuas sean respetadas o, dicho de otra manera, que, por favor, por favor, por favor, a ellos los guillotinen los últimos.