¡Obispo dice algo! ...e inmediatamente se desdice

(ECOS de la CAVERNA) El día de ayer, domingo, estuvo a punto de convertirse en la jornada más importante del año desde el punto de vista del periodismo religioso y quizá en lo que se refiere al periodismo generalista. El revuelo causado por lo sucedido traspasó las fronteras nacionales e incluso las continentales y atrajo la atención de periodistas de todo el mundo.

El lugar en el que se desarrollaron los hechos difícilmente podría resultar más incongruente: una diminuta parroquia de la Campania italiana, donde el obispo de la diócesis de Grotta Delicata celebró una rueda de prensa con ocasión del cuadragésimo noveno aniversario de la construcción de la sala polivalente parroquial.

En la anteriormente susodicha sala polivalente de la parroquia de Sant’Anna sopra i Muri, obra maestra del feísmo sesentero conocida afectuosamente en la localidad como la monstruosità di cemento, se reunieron las fuerzas vivas de la parroquia y cuatro periodistas de las hojas diocesanas de los alrededores.

Después de la breve introducción del párroco, don Giorgio Gonsalvi, tomó la palabra el obispo diocesano, que habló aproximadamente cuarenta y cinco minutos, durante los cuales, como es su costumbre, no dijo absolutamente nada, pero lo dijo muy bien. Su oratoria fue acogida con resignación por los fieles, acostumbrados al sufrimiento, y con satisfacción por los periodistas, que habían escrito sus crónicas con antelación y agradecían la posibilidad de dormitar un rato cobrando por hacerlo.

El interés de los asistentes se avivó, sin embargo, en la ronda de preguntas posterior, cuando uno de los fieles preguntó por las declaraciones del P.  Zoticone, un religioso fiorentino que había declarado recientemente en la televisión italiana que, “como todos sabemos, Jesucristo no existió".

En un desacostumbrado ataque de santa ira, Monseñor Mascarpone condenó con firmeza las declaraciones del religioso. “Con todo el respeto del mundo, tengo que decir que esas declaraciones son pura schiocchezza. Estudié teología con el P. Zoticone y ya por aquel entonces decía lo primero que se le venía a la mente sin pensar en las consecuencias. Una vez me acusó a mí, ¡a mí! de estar demasiado gordo", señaló el orondo prelado, mientras los presentes asentían con benevolencia, agradecidos al ver que los pequeños rencores de una vieja enemistad rompían el tedio de la ocasión.

“Voy a decirlo con claridad", continuó el obispo, remachando sus palabras con un golpe en la mesa, “¡Jesucristo sí que existió!”.

Un silencio desconcertado saludó estas palabras, especialmente entre los periodistas asistentes, y el propio Mons. Mascarpone pareció sorprendido de haberlas pronunciado, sin saber cómo continuar. Por fortuna, el párroco salvó la situación agradeciendo a su obispo la visita y señalando que ya era hora de que volviera a su palacio episcopal en la ciudad vecina.

En cuanto el prelado abandonó la sala, los cuatro periodistas sacaron frenéticamente sus teléfonos móviles y llamaron a sus editores para que detuvieran las prensas y preparasen una edición especial. Apenas había pasado una hora cuando la noticia ya se había extendido por todo el mundo: ¡un obispo ha dicho algo!

Los periódicos de veinte capitales internacionales intentaron desesperadamente hablar con cualquiera de los testigos para arrancarles una declaración, por insulsa que fuese. El director del New York Times fletó un avión privado para dirigirse a Italia y se le oyó decir que “si los obispos empiezan a decir cosas, las consecuencias pueden ser impredecibles. Esto es justo lo que necesitamos para que la prensa en papel no desaparezca”. Aquellos que no habían conseguido ninguna entrevista opinaban en sus editoriales que se trataba de fake news, inventadas para desacreditar a la Iglesia, a Trump, a Obama o a Lady Gagá, según las tendencias ideológicas de sus medios respectivos.

La expectación creció cuando Monseñor Mascarpone convocó una nueva rueda de prensa esa misma tarde, también en la parroquia de Sant’Anna. Ante una abarrotada sala polivalente pendiente de sus palabras, el prelado tomó unos papeles y leyó un texto preparado por los servicios jurídicos del arzobispado: “No deben tomarse mis declaraciones sobre la existencia histórica de Jesucristo como una declaración oficial. Como pastor, no quiero excluir a nadie, especialmente a los buenos católicos que, en este momento de su desarrollo vital, no consideran apropiado sostener esa existencia histórica. Ni tampoco quiero decir que la creencia de que existió sea incompatible con el hecho de que, en realidad, nunca lo hizo”.

“A fin de cuentas, lo importante es creer en algo…”, continuó el obispo, dejando los papeles a un lado. “Bueno, no creer también es importante. Tengo un amigo ateo que es una persona estupenda. Lo que quiero decir es que cada uno debe actuar según su conciencia… O no, porque somos libres. Lo que hace falta es abrirse a lo diferente sin cerrarse a lo que no lo es. La tolerancia…”

Desilusionados, los periodistas fueron cerrando uno a uno sus libretas, mientras el obispo continuaba hablando. “Esto lo podría haber escrito desde mi casa”, señaló en voz baja el corresponsal del Moniteur Universel. “Y pensar que, por venir aquí, me he perdido la inauguración de la primera iglesia episcopaliana dedicada íntegramente al cultivo hidropónico del cannabis”, se lamentó el enviado del Seattle Post, antes de dirigirse con determinación al piscolabis preparado para los asistentes.

El reportero de ECOS de la CAVERNA no quiso dar el día por perdido y aprovechó para pedir su opinión a una de las feligresas de la parroquia, Raffaela C., que había estado presente en ambas ruedas de prensa. “Cuando Monseñor dijo lo que dijo, tenía un brillo especial en los ojos”, declaró la anciana. “Por un instante, me pareció estar viendo a Ambrosio ante un Emperador arrodillado, al indomable Atanasio en la Tebaida, al majestuoso León imponiendo respeto al rey bárbaro con su sola presencia o a Toribio planeando la evangelización de un continente”.

”Pero sólo fue un instante”, concluyó tristemente, mientras se dirigía a la capilla de adoración perpetua, sin hacer caso de los periodistas, que, entre carcajadas, comparaban notas sobre los restaurantes de la localidad.