«Florecillas» del P. Arregui, ofm: la Sma. Trinidad
En un artículo deslumbrante del P. José Aguirre, ofm, titulado El Padre, el Hijo y la santa Ruah, el misterio de la Santisima Trinidad, es decir, el misterio de Dios, se revela con una claridad infinitamente mayor que en la Biblia, la Tradición y el Magisterio apostólico, y por supuesto, muy superior que las lucubraciones de los teólogos católicos.
Hace notar el P. Arregui que quienes fuimos educados en la fe cristiana, ya desde niños, sin saberlo, signándonos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo, enseñados quizá por nuestros padres, «no sabíamos lo que decíamos, pero ya sabíamos todo sobre Dios», sabíamos que era «un océano de bondad». Pero las cosas se fueron complicando después, en la catequesis, y aún más en los centros académicos de teología, para aquellos que hubieron de frecuentarlos. [Las negritas y cursivas que siguen las pongo yo].
«Luego fuimos a la catequesis y empezamos a cavilar ingenuamente: ¿cómo puede Dios ser uno y tres a la vez? Estudiamos teología, leímos libros muy doctos, indagamos el dogma de la Trinidad, pero cuanto más sabíamos menos entendíamos: un solo ser, pero tres personas distintas; tres personas, pero no tres seres distintos; una sola esencia divina y tres sujetos, pero no tres dioses, sino un Dios único y a la vez trino.
«Cada concepto plantea nuevas cuestiones, y cada explicación se convierte en nuevo atolladero. Lo único claro es que por ahí no vamos a ningún lado. Es que la Trinidad no es cuestión de números: Dios no es ni uno ni tres. El dogma de la Trinidad, tal como quedó formulado allá por el siglo IV, en el Concilio de Nicea (325) y en el de Constantinopla (381), se nos antoja un galimatías. Es un galimatías. Expresaron la fe cristiana en términos torpes, tal vez porque no pudieron hacer otra cosa y sin duda lo hicieron con la mejor voluntad».
Cuántos nudos mentales se sueltan a la vez cuando se recibe esta luz profética que, con indecible audacia, se atreve a irradiar genialmente el P. Arregui. Cuántos conceptos irreconciliables entre sí vienen a esfumarse, mostrando que no contienen verdad ni realidad alguna: persona, naturaleza, número, ¡tres personas, un solo Dios verdadero!… El dogma católico sobre la Trinidad divina, tal como la Iglesia Católica lo profesa, no nos lleva sino a un callejón sin salida: por él no vamos a ningún lado. A los cristianos pensantes no sólamente nos parece un galimatías: es un galimatías. Atrevámonos, siguiendo el ejemplo del P. Arregui, a declararlo. Los padres de los Concilios de Nicea y de Constantinopla hicieron, sin duda con la mejor voluntad, lo mejor que supieron. Pero sólo consiguieron expresarse en términos torpes. Sencillamente, el dogma católico de la Santísima Trinidad es una chapuza impresentable.
«Sea como fuere, la Santísima Trinidad no son embrollos y artificios de lenguaje. No son imaginaciones imposibles. La Santísima Trinidad es un misterio de consuelo.
«¿Qué es, pues, la Trinidad? Es el Misterio de la cercanía compasiva, el Misterio de la relación cordial, el Misterio de la alteridad y de la comunión. El Misterio que llamamos Padre e Hijo y Espíritu Santo. El Misterio de Dios que nos envuelve y libera.
«La Escritura, en el libro de la Sabiduría, nos lo dice con otras palabras: Dios es incesante energía creadora y engendradora, es el que (la que) engendra y el que (la que) es engendrado/a, es imaginación y sabiduría, sabor y juego de la vida, es gozo de ser y encanto mutuo.
«Y todo eso somos también nosotros, porque somos en Dios. Dios es eso: creador y prójimo, amigo íntimo, amiga íntima de toda criatura. Dios no es el Ser Supremo separado y solitario. Es Padre/Madre amante, y también es Hijo amado o Hija amada. Y le llamamos Espíritu Santo, para decir que Dios es amistad y cercanía, más aun, que es nuestro aliento más hondo. El aliento de Dios es benéfico, nos libera del fardo de todas las leyes que pesan sobre nosotros, desata nuestros miedos suavemente, de uno en uno, nos hace sentirnos hijos e hijas queridas y libres. Eso es lo que hizo Jesús y así nos enseñó cómo es Dios, y por eso lo confesaron los cristianos Hijo de Dios. El Espíritu de Jesús es Espíritu de Dios, respiro en el ahogo».
Cuando Cristo dijo aquello de que «la verdad os hará libres» (Jn 8,32) parece que estuviera pensando en el P. Arregui, y en otros profetas actuales que vienen a dar ese mismo testimonio de la verdad, aunque con matices diversos. La verdad nos libra de la cárcel de las fórmulas dogmáticas, nos libra de la cautividad de una «iglesia», de una determinada religión, con pretensiones a veces de universalidad única en la verdad: «¡sacramento universal de salvación»!… Si no diéramos en reirnos, daríamos en llorar.
La verdad plena del P. Aguirre nos libra de ortodoxias y heterodoxias, enfrentadas a muerte entre sí, disputándose la mente de los seres humanos, con violencias intelectuales y con guerras físicas, siniestras y mortales. La verdad del P. Aguirre pacifica la humanidad, hermanando profundamente a cristianos y budistas, animistas o panteístas, incluso a gnósticos o presuntos ateos. Dios es incesante energía creadora, es fuerza benéfica, es el alma de todos los seres. ¿Quién se negará a profesar esta fe, quién se obstinará en cerrarse a este sentimiento? El misterio de Dios, finalmente revelado en palabras simples y poéticas, válidas para todo el mundo, y secularmente oscurecidas y embrolladas por la Iglesia en galimatías dogmáticos que no llevan a ninguna parte.
«¿Cómo [qué] nombre le daremos? ¿Puede haber un nombre para Dios? Cada religión le ha dado el suyo, de modo que hay tantos nombres de Dios como religiones. Más aun: hay tantos nombres de Dios como creyentes. Los nombres (o apodos) que nosotros le damos nunca son apropiados para Dios, y su nombre propio nunca lo conocemos. Por eso los judíos no han pronunciado nunca el nombre propio de su Dios, Jahvé: Dios está por encima de todos los nombres, es misterio indecible. Pero, al mismo tiempo, “Dios” es un nombre común; Dios tiene también un nombre común, se le pueden aplicar todos los nombres, podemos llamarle cada uno con nuestro nombre.
«Pues bien, eso quiere decir la Santísima Trinidad. Dios es uno, pero no es solamente de unos. Es de todos, de algún modo es “todos”, todo cuanto es. Dios es en sí mismo diversidad inagotable, tan plural y universal como la vida misma. Y admite todos los nombres: el que le dio Moisés y el que le dio Muhamad, el que le das tú y el que le doy yo, el que le dan los teólogos progresistas y el que le dan los conservadores».
No exageraba yo al decir que la luz profética del P. Arregui pacifica las guerras teológicas, echa abajo las murallas que separan las religiones unas de otras, consuma no sólo el ecumenismo entre los cristianos separados, sino un ecumenismo perfecto entre todos los hombres, sea cual fuere su religión o su agnosticismo, y logra así la unificación de todo el género humano. Sobra ya, ahora, todo esfuerzo ecuménico, todo diálogo interreligioso, y no digamos todo empeño misionero evangelizador. Todas las creencias se funden en una.
El Dios del P. Arregui… «Trasciende todos los nombres y habita en todos los nombres. Y cuando le invocamos por su nombre o sin nombre alguno, e incluso sin palabra –si eso es posible–, está con nosotros, para aliviar nuestros pesos y todos nuestros pesares […].
«Dios es el amor derramado y el corazón en que se derrama. Es un inmenso corazón que late eternamente, que nunca se cansa, que a nadie condena.
«Amigas, amigos: ésa es la fe fundamental que aprendimos, el misterio salvador de la Santísima Trinidad en que nos supimos sumergidos cuando nuestros padres nos enseñaron a hacer y decir “En el nombre del Padre”.
«Más allá de todas las palabras y de todas las explicaciones, guardémonos en esa fe, en aquella fe que nos fundó una vez en los brazos de la madre, sobre las rodillas del padre, en esa fe que ha aliviado las penas de tantas generaciones. ¿Cómo la confesaremos? Deja a un lado tus miedos, respira, y estarás confesando la Trinidad. Acércate al que está herido, y estarás confesando la Trinidad. Respeta el ser y la opinión del otro, del diferente, y estarás confesando la Trinidad.
«Vive en la fe y en la paz del Padre, del Hijo y de la santa Ruah».
Cura a un herido, respeta al otro, respira sin miedo: eso es creer en la Trinidad. Impresionante.
Felizmente el P. Arregui no está solo para encender estas luces de verdad en la oscuridad secular de la Iglesia Católica. Podemos comprobarlo recordando, por ejemplo, un caso concreto: la Declaración «Dominus Iesus» (6-VIII-2000). Cuando la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida por el Card. Ratzinger, con la aprobación de Juan Pablo II, publicó ese documento demencial, un buen número de teólogos españoles (Castillo, Díez Alegría, Estrada, Equiza, Floristán, Forcano, Gómez Caffarena, González Faus, Lois, Miret, Tamayo, Torres Queiruga y bastantes más, algunos ya hoy difuntos, con el apoyo de Boff, Sobrino y otros) se alzó valientemente contra él, afirmando una visión religiosa al modo universal del P. Arregui. No, Arregui no está solo. Los profetas de Baal eran 450, y Elías estaba solo (1Re 18,22).
Termino con una confidencia, entre nosotros. Para mí es muy triste comprobar cómo los cavernícolas que me rodean –al menos varios de ellos– siguen encadenados a los dogmas de grandes Concilios, a Catecismos de la Iglesia, Rituales litúrgicos, ¡Códigos canónicos!… Tienen buena voluntad, pero realmente son unos tarugos. Dudo mucho que las luces del P. Arregui y colegas sean suficientes para abrirles los ojos. Pero intentarlo es para mí un deber grave de conciencia.
Primitivo Rupestre
9 comentarios
De todos modos, el cuidado que pone analizando esa sutil florecilla es propio del Homo sapiens sapiens, por lo menos. ¡Enhorabuena!
Esperemos que no haya que llegar a este punto y acepteis el lugar que os corresponde, podeis vivir de la venta de crucifijos, estampitas, velas y otras formas de vuestra artesania nativa y cultivando el pedregal, seguro que con vuestra fe inquebrantable, conseguis sembrar en el desierto sin necesidad de agua.
Eso si, se os aplicara una politica de control de la reproduccion rigurosa para evitar que vuestra poblacion aumente en exceso y os conviertais de nuevo en una plaga.
Id con Dios que a nosotros ya se nos acabo la paciencia y no os queremos ni vee, ni oir, ni oler.
Je,je,je, esto es broma para que veais que tenemos sentido del humor, en realidad no os meteremos en reservas, seran campos de concentracion.
A partir de ahora le llamaré.... mmmm... Maripili... mmm... estooooo... no, suena poco cavernícola... Bisonte, le llamaré Gran Bisonte.
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