La escuela concertada católica a la deriva
“Una tarde parda y fría/de invierno. Los colegiales/estudian. Monotonía/de lluvia tras los cristales. /Todo un coro infantil/va cantando la lección: / mil veces ciento, cien mil; /mil veces mil, un millón”
Este conocido poema de Antonio Machado nos describe una de las funciones fundamentales que debe tener todo centro escolar: la transmisión del conocimiento. Si además ese centro de enseñanza es católico, es decir es parte de la Iglesia, su misión evangelizadora quedará patente en todo momento, pues tal y como nos recuerdan nuestros obispos “los profesores (consagrados o laicos) que trabajan en la escuela católica ejercen un ministerio eclesial al servicio de la comunidad católica local y en comunión con el Ordinario diocesano”.
Pero, hete aquí, que en no pocos colegios concertados católicos las cosas son sustancialmente distintas a lo que deberían ser y los niños no cesan de escuchar y repentizar, entre otros cientos de cosas, el Nuevo Catecismo Eco-panteista de los Objetivos del Milenio. Año tras año, alumnos de estos colegios se ven sometidos a memorizar casi a machamartillo estos preceptos paganos revelados en la Sede de Naciones Unidas de Nueva York. Estos nuevos mandamientos fueron esculpidos en la Declaración del Milenio y hacen referencia a la erradicación de la pobreza, la educación primaria universal, la igualdad entre los géneros, la mortalidad infantil y materna, el avance del VIH/sida y la sostenibilidad ambiental.
La creencia por parte de muchas instituciones de enseñanza católica de que este camino de glorificación a la ONU nos lleva a un Paraíso en la Tierra ha sido acogida de manera tan entusiasta que en muchos casos ha relegado la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo, pues es del todo imposible que un cristiano pueda compatibilizar el Reino de Dios con objetivos que incluyen la generalización del aborto (“salud reproductiva”), la esterilización temporal o definitiva, y la imposición de la perspectiva de género, por citar sólo algunos de los fines más evidentes de este Nuevo Edén. Así las cosas, no debería sorprendernos que en un colegio concertado católico, de cuyo nombre no quiero acordarme, al ser planteado como divertimento pedagógico a los alumnos un hipotético dilema de escoger entre la vida de una ballena y la de un bebé opten en abrumadora mayoría por salvar al simpático cetáceo.