La desesperanza en el mundo actual
Existe una frase atribuida al escritor y pensador católico G.K. Chesterton, que dice lo siguiente: «Cuando uno deja de creer en Dios, está dispuesto a creer en cualquier otra cosa». A pesar de que esta frase no la pronunció el autor británico (como ya se explicó aquí), nos sirve para exponer el tema del artículo de hoy, ya que a esa frase ingeniosa (que podría haber sido pronunciada perfectamente por Chesterton) se le podría añadir otra afirmación que se pone de manifiesto en nuestros días, que sería: «Cuando se quita a Dios del centro de la vida, se está dispuesto a poner cualquier cosa». Y eso es lo que está pasando justo en estos mismos momentos en nuestras sociedades, aunque es algo que venimos arrastrando desde hace décadas.
Han pasado unas semanas desde que leí un artículo publicado en el «PewResearch», un think thank de reconocido prestigio en EE. UU., que versaba sobre qué es lo que le daba el sentido a la vida de las personas de una determinada sociedad, centrado fundamentalmente en los llamados «países ricos» como EEUU, Alemania, Francia, Canadá, España, Grecia, Italia, Países Bajos, etc. Pues bien, este trabajo nos cuenta qué cosas son aquellas que dan sentido a la vida de estas personas, clasificadas por orden de prioridad. Así pues, entre las cinco opciones más elegidas estaban las siguientes: 1) La familia y los hijos, 2) la ocupación y la carrera laboral, 3) el bienestar material, 4) los amigos y la comunidad, y 5) la salud física y mental. ¿Hay algo que el lector eche en falta? Efectivamente, ni la fe ni la religión aparecen entre las cinco primeras opciones más mencionadas, es más, tenemos que irnos hasta la opción número 15 para hallar alguna referencia a la religión, a la fe o a la espiritualidad.
Aquí podemos ver qué orden de prioridad le dan a cada opción en los distintos países donde se han realizado estas encuestas:
En el caso de España, vemos que ni tan siquiera la familia ocupa un lugar entre los tres primeros puestos, siendo más valorado por los españoles la salud, el bienestar material o el trabajo. Por otro lado, para hallar la primera (y única) mención a la fe tenemos que irnos a Estados Unidos, donde esta opción alcanza el quinto puesto en orden de prioridad. No deja de ser muy llamativo que, entre tantas opciones, la religión ocupe un lugar tan marginal entre los motivos que dan sentido a la vida de las personas, aunque al mismo tiempo esto vendría a explicar muy bien el actual estado de desesperanza que viven la mayoría de las sociedades ricas.
Que los países considerados «más avanzados» sufren una especie de «estado depresivo» no es algo que nos estemos inventando nosotros, no hay más que ver los datos que nos ofrecen instituciones como la OCDE. Si hablamos, por ejemplo, del consumo de antidepresivos, podemos ver la evolución del consumo en estos países durante los últimos veinte años:
En el caso de España, podríamos añadirle el repunte del suicidio en los últimos años, donde se ha pasado de menos de 5 suicidios por cada 100.000 habitantes entre los años 60 y 80 del siglo pasado, a casi 8,5 suicidios por cada 100.000 habitantes en 2021. De esta misma manera, podríamos seguir enumerando indicadores donde hoy estamos peor que hace varias décadas, pero ese no es el objetivo de este artículo, sino más bien preguntarnos lo siguiente: ¿a qué puede deberse todo esto?
Sin duda hay distintos factores que pueden explicar el aumento de la desesperanza en las últimas décadas, siendo algunos de ellos el proceso paulatino de descristianización, de relativismo moral y de pérdida de fe que hemos sufrido en Europa en los últimos 100 años. Este alejamiento de Dios y de haberlo apartado del centro de nuestras vidas es lo que nos ha llevado a colocar en ese centro a cualquier cosa, incluso un pasatiempo o un viaje. Es posible que esto también tenga que ver con el progreso material que hemos vivido intensamente en los últimos 200 años, donde hemos pasado de un estado de pobreza para más del 90% de la población a uno de menos del 10%. Se podría decir, sin miedo a equivocarse, que mientras que las sociedades pre-industriales tenían una menor riqueza material que las sociedades actuales, por el contrario, tenían una mayor riqueza espiritual y/o moral que nosotros. Es decir, mientras nos hemos hecho más ricos también nos hemos vuelto más inmorales.
Esto no es un ataque contra la riqueza ni contra el progreso material, ese no es el punto, sino que ese progreso material no nos ha servido para usarlo de la mejor manera posible, sino que lo hemos usado para sacar a Dios del centro de nuestras vidas y colocar en ese centro las cosas de este mundo, tanto materiales como no materiales. Así pues, hemos olvidado el significado de palabras como «sacrificio», «penitencia», «ayuno» o «austeridad», y las hemos sustituido por «disfrute», «placer», «gula» o «consumismo».
A pesar de todo esto, hay muchos motivos para el optimismo y la confianza en crear un mundo más cristiano. El primer motivo no es otro que el mismo Cristo, ya que Él ha vencido a la muerte, al pecado y al mismo demonio, de manera que estando de su lado no hay nada que temer. El segundo motivo es que, aunque vivimos en un mundo que persigue a los cristianos, esto no debe asustarnos. Si por algo se ha caracterizado siempre la comunidad cristiana es por no rendirse y por crecerse ante los peores peligros, y esto no puede hacerse sin la ayuda de la Divina Providencia. Es sólo con la ayuda de Dios con lo que podremos superar esta crisis, y eso sólo se consigue con penitencia, ayuno, sacrificio, asistencia a la Santa Misa, a los sacramentos, oración, etc. Y un tercer motivo, es que cada vez más gente se está cansando de lo que tiene que ofrecerle este mundo, y busca una alternativa que de sentido a su vida. Son cada vez más las conversiones y las personas que se acercan a la Iglesia buscando la Verdad, que no es otra que el mismo Jesucristo.
En definitiva, si bien es verdad que la situación actual del mundo no es la ideal, pues nos gustaría que todo el mundo siguiera a Cristo, a la Iglesia verdadera y se salvara, esto no debe entenderse como una rendición y un «hincar la rodilla» ante el mal. La rodilla sólo hay que hincarla ante Dios, y es con su ayuda e impulso con lo que conseguiremos crear un mundo que luche por alcanzar el bien común y por llevar el Evangelio a todos los rincones del planeta, empezando por aquellos lugares donde se ha olvidado ese Evangelio, que no son otros lugares que nuestras mismas naciones.
Miguel Puga
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