“Cristo, la luz verdadera no se detiene ante los muros ni se quebranta por los elementos,ni se oscurece ante las tinieblas. La luz de Cristo es día sin ocaso, día sin fin; por todas partes resplandece, por todas partes penetra, en todas partes permanece. Cristo es el día, según el apóstol: “La noche está muy avanzada y el día se acerca.” (Rm 13,12) La noche está avanzada, precede el día…”
(San Máximo de Turín. Homilía sobre el salmo 14)
Parecería que en medio de la tormenta, como no se ve el sol, no hay manera de detenerse a dar gracias por él, ni por la luz, porque sólo se siente el salpicar del agua sobre el rostro, la barca que amenaza naufragar, y a lo único que se atina en estos momentos es a asirse de los mástiles que aún no se han quebrado, o de cualquier viga que parezca firme para soportar el embate de las olas… Por eso tal vez, leíamos hoy en un medio pretendidamente católico: “Me considero un pesimista. Quizás la razón sea que estoy informado de lo que está ocurriendo en el mundo. Si es cierto lo que dicen, que el ignorante es feliz, su corolario también debe de serlo: el que sabe mucho es infeliz…” Y me he indignado.
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