(357) Mons. Schneider: "El mundo quiere una religión de supermercado"
“Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare un evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema.” (Gal. 1, 8)
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Compartimos aquí una interesante entrevista realizada días pasados por Agustín de Beitía para el periódico La Prensa, de Buenos Aires, considerando que ofrece varios focos de luz que hay que tener en cuenta en medio de la situación que atravesamos.
Conservar la fe en tiempos oscuros
Unos diez años atrás, en medio de una gran confusión entre los fieles católicos provocada por innovaciones y declaraciones altisonantes de la más alta jerarquía eclesiástica, un comentario anónimo en las redes sociales fue tan lacerante que aún cuesta olvidarlo. “Ustedes -decía, en alusión a los católicos-, para encontrar hoy un obispo ortodoxo tienen ir a buscarlo hasta Kazajistán”. El obispo aludido, por supuesto, era monseñor Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Astana (Kazajistán). Desde entonces, monseñor Schneider ha encontrado algo más de compañía y su voz ya no se alza sola en el desierto para recordar la doctrina tradicional. Pero tampoco ha de creerse que existe tal cosa como una resistencia, como pretende la prensa mundial. No son más que cinco cardenales sobre 240 y un puñado de obispos sobre los más de 5.000 que tiene la Iglesia. Esto puede dar una idea aproximada del estado de las cosas.
Schneider, que nació en Tolmok, ciudad de la entonces república socialista soviética de Kirguistán, en el seno de una familia de alemanes del Mar Negro provenientes de Odesa (de allí su apellido), se crió bajo el yugo soviético y por lo tanto vivió su fe en la clandestinidad, antes de emigrar con su familia a Alemania Oriental. Una clandestinidad a la que parecen ahora ser empujados en todo el mundo los católicos que quieren vivir seriamente su fe.
Sobre estas cuestiones, sobre cómo conservar la fe en un período de oscuridad y persecución, un tiempo que refleja una crisis sin precedente en la Iglesia, conversó La Prensa por vía telemática con monseñor Schneider, cuyo último libro, Credo acaba de estrenar su primera edición hispanoamericana, que ya se distribuye en la Argentina (Ediciones del Alcazar), Chile y Perú, y en los próximos días lo hará también en Ecuador, Colombia, México y Paraguay.
NUEVO PAGANISMO
-Excelencia: En el mundo hay un abandono masivo de la fe. No se trata ya de una apostasía individual, sino que son poblaciones enteras las que se alejan de la fe, las que dejan de impregnar el orden social y político con criterios cristianos. A medida que se incitan todos los apetitos, las modas y rupturas con el pasado, va quedando un tendal de hogares en ruinas y las familias duraderas y felices pasan a ser la excepción y no la regla. Usted habló de un nuevo paganismo que va marginando a los cristianos como en los primeros siglos de la historia. ¿Podría abundar en esa comparación?
-Sí. Este proceso de abandono de la fe cristiana y de la vida moral, la vida que se conformaba al espíritu cristiano y a la ley natural, se observa ya desde algunos siglos. Este espíritu, al que puede llamarse secularismo, quiere hacer la vida social, política, pública, sin una referencia a la fe, a la religión. Se trata de una inmersión completa en una vida materialista, de consumo, y nada más. Este estilo de vida social y pública es promovido desde la Revolución Francesa. Progresivamente se fue extendiendo este espíritu de materialismo práctico. Tenemos dos fuerzas: el espíritu secular del movimiento masónico, y el espíritu del comunismo, del socialismo, en la vida pública. Durante el tiempo del comunismo oficial en la Unión Soviética, el bloque Oriental estaba sumergido en el materialismo formal, la ideología del Estado. Pero al mismo tiempo, en el Occidente llamado “libre” se hacía un proceso paralelo hacia el materialismo práctico. Y ahora, después del colapso del sistema soviético-comunismo, este movimiento de la vida sin Dios, sin religión, ya abarca a todos. Luego se dio otro paso: un ataque frontal a la ley natural misma, y al sentido común, desde organizaciones públicas y privadas. La ideología de género quiere abolir eso: la familia y el matrimonio mismo, constituido por un hombre y una mujer. Y ahora tenemos el último paso, más peligroso: un ataque y una manifestación pública de pura blasfemia contra Dios, más específicamente contra Cristo y contra la fe católica, a través de filmes, teatros y actos públicos. Se ve mucho en Europa. No se hace contra el islam ni contra los hebreos, ni contra Buda, sino contra Cristo, contra Nuestra Señora, la Virgen Purísima, contra el Santísimo Sacramento. Este es un fenómeno similar a lo ocurrido hace dos mil años, durante el tiempo de persecución a los cristianos. Fíjese que en los primeros siglos de la persecución de la Iglesia los cristianos eran considerados como enemigos del género humano. Eran objeto de odio. Y ser cristiano era al mismo tiempo casi idéntico a ser una persona de odio en la sociedad romana.
-Como hoy…
-Lo que vemos hoy es similar. Si usted hoy defiende que hay solamente dos sexos naturales, si usted defiende el matrimonio natural o dice que los actos homosexuales son contrarios a la naturaleza humana, usted será acusado de odio. Esto lo viví en la Unión Soviética. Conozco bien lo que significa el totalitarismo ideológico. En la Unión Soviética, si una persona era contraria a la ideología pública, era acusada de ser el enemigo del pueblo. ¿No es interesante verlo a la luz de lo que hoy sucede? Hoy, como los primeros cristianos, somos una pequeña comunidad en medio de una sociedad moralmente ya corrupta. Debemos ser testigos y defender la dignidad humana según la ley natural.
UNA MINORIA
-Esta reducción de la comunidad de fieles católicos a un extremo comparable al de la Iglesia primitiva, es sugestivo. Admite ser visto en términos escatológicos. ¿No es así? Parecen resonar las palabras de Nuestro Señor diciendo “cuando vuelva, ¿encontraré fe en la tierra?”
-Exactamente. Es así. En el libro del Apocalipsis, el último libro de la Biblia, vemos que el mundo es siempre más anticristiano, siempre más lleno de odio contra los cristianos, y siempre son más los ataques. Y en ese libro, las comunidades cristianas quedan en minoría. Cristo mismo habló en el Evangelio del pequeño rebaño. Pero debemos evangelizar y llevar a nuestro tiempo, nuestra sociedad, el espíritu de Cristo y la esperanza.
-Hablamos antes de ese nuevo paganismo en el mundo. Y era esperable que esa mentalidad entrara en la Iglesia. Hoy cuesta reconocer a los sacerdotes por la forma en que visten o hablan, o por su desapego doctrinal. Llegamos al punto de tener que decirles a nuestros hijos que lo que acaban de oír en una homilía no está bien, o que las niñas no deben ser monaguillas, o que los laicos no deberían distribuir la Eucaristía. ¡Debemos defender a nuestros hijos de lo que les dicen nuestros propios pastores! Es inconcebible. ¿Es un tiempo de oscuridad este?
-Sí, sin duda. Estoy de acuerdo con su observación. Me recuerda que Joseph Ratzinger, el futuro Papa Benedicto XVI, cuando era aún profesor de teología, hace 60 años, escribió un artículo donde decía que arribaría el tiempo en que la Iglesia tendría personas bautizadas, es decir, formalmente católicas, pero paganas. Interesante esta reflexión. Profética. El espíritu mundano penetró ya dentro de la Iglesia. Esta crisis empezó con el Concilio Vaticano II hace 60 años y gradualmente penetró, creció en la vida de la Iglesia. Es un movimiento de adaptación al mundo. San Pablo ya advirtió a los cristianos, en la Carta a los Romanos, que no debían adaptarse al espíritu del mundo. Esto ya sucedió. Es un espíritu naturalista, es decir, sin una visión sobrenatural. Es una visión antropocéntrica, centrada sólo en el hombre. Y el mundo no quiere una doctrina clara en religión, sino la ambigüedad. El mundo quiere una religión de supermercado donde usted pueda servirse lo que desea. Debemos dejar el lenguaje eclesiástico, teológico, y usar uno fluido, vago, para complacer al mundo. Lo mismo en la liturgia. Entonces la liturgia tiene que ser un encuentro humano, no sacro, no sobrenatural, no sublime. Este rebajamiento de la liturgia que usted mencionó es una adaptación a las comunidades protestantes, que no tienen una liturgia solemne.
Usted habló de las homilías: hay que defender a nuestros hijos de las prédicas de los malos sacerdotes. Todo esto es una manifestación de una crisis muy grave, interna, de la iglesia. Pero no hay que perder de vista que la iglesia está siempre en las manos de Cristo. También en los tiempos más desastrosos. No hay que olvidar que, en estos tiempos, los fieles laicos, los simples, los pequeños en la Iglesia, conservan el instinto de la fe católica que han recibido en el bautismo y en la confirmación: es el deseo de una fe católica pura, el deseo de una liturgia digna, sacra, de sacerdotes dignos, de sacerdotes que sean hombres de Dios.
Gracias a Dios, este fenómeno está creciendo en muchas partes del mundo.
-¿Lo observa usted también?
- Puedo observar esto en la juventud y esto es un motivo de esperanza. Hay una renovación de la iglesia. Los cristianos son ya una minoría en el mundo entero, y estos verdaderos católicos que le digo son, a su vez, una minoría dentro la minoría. Pero Dios ama a los pequeños y siempre confundió a los poderosos en la historia con los pequeños. Así Dios opera en nuestro tiempo.
EN LA IGLESIA
-Junto con estos signos reconfortantes, se aprecia también, desgraciadamente, que la crisis en la Iglesia avanzó un paso más. Y el problema ahora es que aquel totalitarismo y aquel odio a la fe tradicional del que hablamos antes ya no llega sólo desde el mundo, sino que llega desde la propia estructura de la Iglesia. Es el odio a la tradición, a la liturgia y a la doctrina tradicional. Es una situación novedosa y terrorífica.
-Estoy de acuerdo.
-Esta observación me lleva a pensar si no estamos yendo a una situación por usted ya conocida. Usted, que ha crecido en la Unión Soviética y que ha experimentado el totalitarismo, sabrá lo que es la vida de fe clandestina. Me pregunto si no estamos marchando hacia una fe y una liturgia vivida de modo clandestino para escapar del alcance del odio de la propia Iglesia.
-No diré de la propia Iglesia. La iglesia es siempre nuestra madre y santa. Solamente habrá que protegerse de aquellos infiltrados, aquellos que están animados por el espíritu mundano, que han ocupado altos cargos eclesiásticos, no tienen más la fe y por eso odian la verdad, en la doctrina, en la liturgia. Estos cardenales, obispos y sacerdotes, abusan de su cargo eclesiástico. Abusan de nuestra madre católica, apostólica, romana. Y, por eso, sí, puede ser que en algunos lugares los buenos fieles católicos que quieren simplemente la fe de los santos, la fe de siempre, la liturgia de siempre, de sus antepasados, de los santos, deban celebrar la misa en forma clandestina, o semiclandestina, incluso dentro de la estructura de la Iglesia oficial.
-¿Reconoce antecedentes de este fenómeno?
-Este es un fenómeno muy raro que acontecía en el siglo IV, cuando el arrianismo ocupaba también los cargos eclesiásticos altos y los buenos fieles eran también expulsados de las iglesias. Pero siempre este tiempo es relativamente breve. Después acabó y Dios de nuevo intervino. Y también lo hará hoy. Pero estos sacerdotes y fieles, aun si deben celebrar la misa de esa forma, siempre deben conservar el espíritu eclesiástico verdadero, católico. Es decir, rezar por el Papa, reconocerlo, no ir a estos movimientos llamados sedevacantistas u otras derivas sectarias. Siempre rezar por el obispo del lugar. Y conservar un amor también por estos pastores, que, infelizmente, los persigan. Este es el verdadero espíritu católico cristiano. Se deben evitar también esos sacerdotes de la doctrina tradicional, de la liturgia, que se tornan líderes de un gueto eclesiástico sin ningún superior. Esto no puede ser. Hay que buscar sacerdotes con sentido común, con amor por la Iglesia, que tengan un superior, un sacerdote o un obispo de referencia. Esta es una situación de emergencia. Pero debemos continuar trabajando dentro de las estructuras oficiales de la Iglesia cuanto sea posible. Porque los enemigos han ocupado una gran parte de los cargos eclesiásticos. Pero son nuestros cargos, nuestra Iglesia. Pienso que esta crisis solamente será resuelta por medio de una intervención divina. No sabemos cuándo ni cómo. Pero Dios debe intervenir y nos dará papas que sean fuertes, corajudos, defensores de la fe católica.
-Usted se refirió hace un momento al arrianismo. En otra oportunidad señaló también otras dos posibles comparaciones con lo que sucede hoy en la Iglesia. Mencionó el siglo décimo o “siglo oscuro” y la crisis de Avignon. ¿Cómo es eso?
-Sí, porque la crisis arriana estaba talmente generalizada en toda la Iglesia. La mayoría del episcopado aceptaba la herejía. Entonces, los católicos defensores de la divinidad de Cristo eran una minoría pequeña y eran marginados. Es muy similar a lo que vemos hoy. Lo que ocurrió durante el siglo oscuro, el siglo décimo, fue una gran crisis del papado mismo. El papado, la Santa Sede, estaba en las manos de grupos de la mafia romana. ¡La mafia ocupaba la Santa Sede y metía a los hijos depravados, indignos, a la cátedra de Pedro! Por eso se lo llamó el siglo oscuro. Pero esos papas fueron considerados válidos y también nombraron obispos. La Iglesia sobrevivió ese tiempo. Y luego, una vez más, Dios intervino y nos dio papas santos, como Gregorio VII, y hasta la reforma gregoriana en el siglo XI. Respecto de la otra crisis, la de Avignon, ahí la Santa Sede abandonó Roma. Esto también es algo contrario a la estructura de la Iglesia, porque la cátedra de Pedro está en Roma, no en otro lugar. Entonces ese exilio fue una anomalía muy fuerte que duró 70 años. Y cuando los papas retornaron a Roma, tampoco la crisis quedó resuelta. Comenzó el tiempo del Renacimiento, de un Humanismo neopagano, y después vinieron los papas del Renacimiento, también inmorales. No fueron tantos, pero algunos casos fueron muy tristes, como Alejandro VI.
Estos tres tiempos, diré, fueron crisis muy profundas que duraron unos 70 años, o a lo sumo 80. Hoy esperamos que Dios intervenga ya porque esta crisis es espectacular, única. Porque hoy la crisis penetra todos los niveles, la doctrina, la vida moral, la liturgia, todo. Especialmente el relativismo doctrinal, que destruye la base misma de nuestra fe.
Si no hay una verdad constante, si la verdad cambia, se muda, entonces no tenemos nada seguro para creer. Esta es hoy la enfermedad básica de la vida de la Iglesia, el relativismo doctrinal, moral, litúrgico.
VERDAD EN CRISIS
-Este relativismo doctrinal es más grave porque se monta sobre una crisis previa: la crisis de la verdad. La noción de verdad está disociada del mundo real. Usted acaba de disertar por teleconferencia en un congreso organizado aquí, en Bella Vista, por el Círculo de Formación Católica San Bernardo de Claraval, cuyo título fue, precisamente, “Amor y Verdad en tiempos de definiciones”. ¿Hay una crisis de la verdad?
-Exactamente. Es el espíritu de la filosofía moderna. No somos capaces de reconocer una verdad como es la realidad, entonces no podemos hablar y hacer afirmaciones de verdad en el nivel filosófico y menos teológico. El kantismo, después de la filosofía de Hegel, penetró mucho en la vida de la Iglesia y hoy está muy presente en muchos seminarios y facultades teológicas. Pero nuestra fe se basa en la capacidad humana de reconocer y hablar de la Verdad constante tal como es, inmutable. Esto es Dios, Cristo, que es la Verdad misma. La Verdad, el camino, la vida. La única verdad estable para el mundo de hoy son las finanzas, la matemática. Todos los otros conceptos de verdad están en el aire. Pero la Iglesia es la roca firme.
Debemos rezar para que la Santa Sede, los papas, puedan mostrarse así, con firmeza, por amor a Cristo, por amor a las almas, para salvar las almas de la ignorancia y llevar la única luz, la verdadera luz de Cristo. Esa es la verdad. Y nosotros debemos también llevar esta liberación verdadera, la liberación de las tinieblas, y aportar la felicidad y la alegría de la verdad.
EL LIBRO
-Por todo lo que venimos hablando no puede sorprender su último libro, ‘Credo’, que es un compendio de la fe católica, ni que lo haya presentado en una disertación titulada “Guardad la Fe”. ¿Por qué se decidió a escribir este libro? ¿Por qué un catecismo, cuando ya está el de Juan Pablo II?
-No fue iniciativa mía escribirlo. Fui casi impelido por laicos fieles que me han pedido hacer eso. Lo acepté porque me di cuenta de la necesidad que había en vista de esta confusión tan generalizada y profunda con respecto a la doctrina en la Iglesia. Y lo hice como un gesto de amor a los fieles. Por eso resolví hacerlo en una forma más tradicional, de preguntas y respuestas, porque el catecismo oficial de la Iglesia no es de esta forma, sino un tratado que es más difícil de entender para algunos fieles. Y también hay nuevos temas y problemas que mencioné, así como algunas pequeñas ambigüedades que se encuentran también en algunas partes del catecismo oficial de la Iglesia, y que yo intenté resolver, presentar de una forma más clara, con citas del Magisterio tradicional. Esta era mi intención y espero que pueda ser una ayuda para la vida de la fe, para los fieles, los seminaristas y toda persona que busca sinceramente la verdad.
-¿Cuáles son esos temas nuevos?
-La ideología de género, por ejemplo. La masonería…
-¿En su libro se ocupa también de algunas ambigüedades del Concilio Vaticano II?
-Menciono expresiones ambiguas que hay en los textos del Concilio Vaticano II. Son solo una o dos. Y también expresiones ambiguas del catecismo mismo. Están referidas a esta tendencia de relativizar la unicidad de la fe católica. La unicidad significa que la fe católica es la única religión verdadera querida por Dios. Algunas expresiones del Concilio relativizan esta verdad, y conceden que también otras religiones cristianas son un camino. Esto crea una confusión y debilita la validez de la fe católica, de la Iglesia católica.
Después abordo algunas afirmaciones relativistas del papa Francisco sobre todas las religiones y el problema de que los divorciados pueden recibir la comunión, algo que el papa Francisco ha concedido a la región de Buenos Aires formalmente. Es un problema que no podemos callar. Debemos hablar sobre eso en forma respetuosa, pero clara, porque es algo que afecta a toda la Iglesia. Y finalmente trato sobre la deficiencia que hay en algunas partes de la misa nueva desde un punto de vista doctrinal. No podía dejar esto en la oscuridad.
-Usted en otras ocasiones ya mencionó el problema de la forma en que se recibe hoy la Eucaristía. ¿A qué problemas de la misa nueva alude en el libro?
-Me refiero a la misa misma, a la estructura de la misa nueva. Menciono lo más crítico, las oraciones del ofertorio de la misa nueva, que son básicamente oraciones protestantes, judías, que expresan la intención de celebrar una cena, un banquete. Es algo muy peligroso porque el ofertorio debe expresar la intención con que celebramos el sacrificio de la cruz de Cristo. Eso es lo que expresaban las oraciones precedentes, que fueron abolidas. Y esto es un defecto serio. No es una herejía, pero sí un defecto serio que mina el carácter sacrificial de la misa.
-Y ya sabemos que la liturgia incide en la fe, por aquello de “Lex orandi, lex credendi” (así como oras, así crees)…
-Exactamente. Y, en este caso, estas oraciones no expresan claramente la fe. Al contrario, minan, subvierten, la fe recta.
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