Jaime Cidoncha: “El Gardendal busca hacer santos seglares para mayor gloria de Dios”
Jaime Cidoncha, presidente de El Gardendal. Estudió ingeniería naval en la Politécnica de Madrid «porque le gustaban los motores»; así de inconscientemente se elige muchas veces la profesión; aunque ni remotamente se lamenta de ello, al contrario, se siente muy orgulloso y contento con su profesión y sus compañeros. No la cambiaría por ninguna otra.
Por otro lado, acaba de celebrar sus bodas de oro en compañía de sus hijos, nietos y multitud de amigos. Una vida afortunada, desde luego, pero corriente… salvo un detalle que es clave: a los 25 años conoció a un hombre extraordinario, muy extraordinario, y, desde entonces y por ello, su vida ha sido y sigue siendo una gran aventura.
¿Qué supuso en su vida conocer al Padre Miguel de Bernabé? ¿Cómo fue ese primer encuentro?
Comenzaré por el primer encuentro. Fui desde Madrid a Cádiz, invitado por un compañero de estudios, a un retiro con un sacerdote que, según él, «merecía la pena». Allí conocí al padre De Bernabé. Y, desde entonces, nuestras vidas han estado siempre muy unidas.
¿Por qué me convenció tan profundamente? Diré, intentando sintetizar, que me hizo ver que no conocía el Cristianismo y que lo poco que conocía lo conocía mal, y cómo eso afectaba profundamente a mi vida. Y me mostró cómo ser feliz, aquí, en esta vida; y en la otra; y muchas otras cosas. Y todo espléndidamente razonado. ¡Fue deslumbrante!
¿Qué es lo que más le atrajo de su personalidad?
Era un hombre sumamente atractivo: educado; sonriente; culto; muy elegante; espiritual; con mucha gracia…, pero lo que más me atrajo en un principio quizá fuera su amor a la verdad y su valor. Tenía una inteligencia poderosa. Cualquier cosa que trataba la iluminaba y la elevaba de nivel de una manera que admiraba. No dudaba en enfrentarse a las cuestiones, por difíciles que fueran, de la manera más clara; sin brumas. Y con palabras muy sencillas (como buen discípulo de Nuestro Señor, que era a la vez profundo, claro y sencillo). Quien lo conocía podía simpatizar con él o no, pero ya no lo podía olvidar.
¿Cuándo vio claro que este sacerdote iba a ser providencial en su vida?
Desde el primer día me di cuenta de que su enseñanza merecía la pena. Cuando terminé la carrera busqué trabajo en el entorno de Cádiz, donde él vivía; pero, quizá, el momento clave fue cuando en 1976 se trasladó a vivir al campo, a Chiclana de la Frontera y, junto con mi mujer, decidimos irnos a vivir a su lado. Ya no nos separamos.