Alejandro Martorell, nació en Perú en setiembre de 1995. Es licenciado en Ciencia Política por la Universidad de Palermo (Buenos Aires, Argentina), donde obtuvo nota sobresaliente en sustentación de tesis, con un trabajo sobre Doctrina Social de la Iglesia. Es investigador, conferencista y articulista permanente del diario Correo. Colabora con artículos en El Montonero, Ilad Media y la revista Asociación de Estudios Humanísticos de Argentina, entre otros.
¿Qué supone la consagración constitucional del aborto en Francia?
Supone la deshumanización del concebido, al permitir la eliminación impune de un ser humano inocente e indefenso, albergado en el vientre materno, que es su lugar natural vital. Supone la exclusión o pérdida de la categoría de “ser humano” del concebido, que desde el instante de la concepción es un miembro más de la especie humana.
En la normativa constitucional francesa, el aborto es un derecho fundamental, es decir, que, en Francia, con el perversamente denominado “derecho a abortar”, -que no es otra cosa que deshacerse del fruto de las relaciones sexuales de manera impune, privando conscientemente de nacer al nasciturus- se obliga a los médicos a abdicar del juramento hipocrático y del principio de objeción de conciencia, a las madres a convertirse en filicidas y a la sociedad a considerar con naturalidad un crimen aberrante, o un “crimen nefando”, recordando las palabras del documento del Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes. Y, por último, supone que el presidente, los 780 parlamentarios y todos los que favorecieron la ilícita ley constitucional, se han convertido en lo que el teólogo alemán Michael Schmaus, llama en su Teología Dogmática: “operadores del maligno”.
¿Cómo puede ser consagrado como derecho algo intrínsecamente malo?
En principio, es llamativa la equívoca utilización del término consagrar, empleada por medios masivos de comunicación. Consagrar, quiere decir, convertir en sagrado algo. Lo que se pretende entonces es sacralizar un crimen particularmente grave. Además, es curioso que una sociedad materialista, profundamente atea y anticristiana, se refiera a cuestiones sagradas, cuando en realidad, la auténtica sacralidad es despreciada. Bien, el concepto “intrínsecamente malo”, es muy importante para el católico. Considero que debemos empezar a incorporarlo en el lenguaje cotidiano. Este concepto aparece en el numeral 80 de la encíclica Veritatis Splendor del papa Juan Pablo II. Sabemos que hay un “mal intrínseco”, y con esto nos referimos a los actos que no son ordenables a Dios, a los actos que contradicen el bien de la persona, como el aborto.
¿Por qué no duda en calificarlo de crimen y de carnicería?
Porque en un mundo donde predomina una tendencia intelectual a “oscurecer y retorcer el lenguaje hasta hacerlo incomprensible”, hablar con claridad y especialmente con parresía, es la mejor manera de posicionarnos en el mundo. Digo crimen, porque se utiliza el aparato legal y médico del Estado para realizar ejecuciones prenatales, y carnicería por los métodos de extirpación violenta empleados. Hay que decir las cosas sin caer en torpezas eufemísticas. Si me permite una definición personal de eufemismo. El eufemismo “es una estrategia del discurso para evitar el escándalo, donde se desfigura ligeramente la palabra con el propósito de no impresionar al oyente o al lector. En cierto modo, para desviarlo de lo esencial”.
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