El amor a una madre, con ojos de niño, reflejo del amor a la Santísima Virgen

El acerbísimo dolor y el demoledor desgarro por la pérdida de mi padre no fueron quebrantos estériles, desconsuelos yermos de esperanza como el alarido desahuciado de un condenado. No fueron irremisiblemente sepultados en terruños baldíos, tuvieron un sentido vital y esencial en mi existir. Afianzaron hondas raíces en mí y se asentaron en la fértil heredad del horizonte de mi vida. El suave susurro de la gracia trasformó mansamente, pero como un vendaval, el árido pedernal de mi corazón, calcinando zarzales y abrojos, incinerando las malas hierbas de la rebeldía, la más deletérea ponzoña para la salud del alma.
Esta llama de amor viva fue sementera de un sentido homenaje hacia su persona. Tuvo el sentimiento y pasión del flamenco más genuino, del cante hondo más conmovedor, zapateado con furia en el tablao incandescente de mi corazón. Las musas me arrebataron la razón y me insinuaron como palenque de inspiración las inmortales coplas manriqueñas, de pie quebrado, como mi alma desvencijada. Fecundó en mi afligido corazón mi más noble escrito, preñado de amor hacia él, una trágica oda resquebrajada de cariño, descuartizada de ternura filial.




En 1953 tuvo lugar uno de los hitos diplomáticos más importantes de la historia del Régimen de Franco: la firma del Concordato con el Vaticano, el acuerdo diplomático que regulaba jurídicamente las relaciones entre la Iglesia y el Estado en España. Junto con la firma en ese mismo año de los acuerdos bilaterales de cooperación con Estados Unidos, el Concordato fue en realidad, el acuerdo diplomático más importante de la historia del Régimen.




