El P. Calvo Zarraute analiza su libro De la crisis de fe a la descomposición de España
Gabriel Calvo Zarraute es sacerdote de la diócesis primada de Toledo (2008). Diplomado en Magisterio, Licenciado en Teología Fundamental, Licenciado en Historia de la Iglesia y Grado en Filosofía. Es párroco rural en los Montes de Toledo después de haber servido en parroquias urbanas de Móstoles y Fuenlabrada. Fue profesor del Centro Diocesano de Teología de Getafe (2014-2018). En 2016 publicó su primera obra Dos maestros y un camino en la editorial Monte Carmelo. En la actualidad realiza su tesis doctoral en Historia de la Iglesia, en la Universidad de San Dámaso de Madrid que compatibiliza con la licenciatura en Derecho Canónico. Profesor del Instituto de Ciencias Religiosa de Talavera de la Reina. Crítico literario del portal de información religiosa Infovaticana, en el blog Criterio.
¿Por qué le duele España y, sobre todo, la Iglesia?
Santo Tomás de Aquino enseña (S. Th., I-II, q. 35, a. 7) que el dolor interior es superior al dolor corporal, causado por un mal presente que repugna a la razón. Razón y fe caminan juntas y divorciarlas entraña su deformación y perversión. La agudización de la actual degradación progresiva de España, paralela a la de la Iglesia, no puede dejar de producir ese profundo dolor del alma. Dolor que incluso podemos registrar en personas no practicantes o hasta no creyentes.
¿No sería bueno distinguir la Iglesia, en cuanto a cuerpo místico de Cristo y la jerarquía de la Iglesia o parte de ella, que se ha desviado de su misión, sembrando la confusión?
Es de una importancia fundamental, por eso me he esforzado para no dejar de precisarlo y distinguirlo. La primera cuestión es determinar qué es la Iglesia, porque el error consiste en considerar que las decisiones equivocadas de algunos jerarcas son constitutivas, o sea propias de la Iglesia, como si fueran dogmas de fe. Tales decisiones lo fueron de las personas que las tomaron, pero no de la Iglesia en cuanto tal, aunque haya habido funcionarios eclesiásticos que se empeñaran en envolverse en el nombre de la Iglesia, con el objetivo de promocionar ideas y prácticas contrarias a la misma fe de la Iglesia.
El Espíritu Santo ilumina progresivamente a la Iglesia, donde a lo largo de su historia se han producido una serie de decisiones en el orden práctico, especialmente en medidas concretas, que pudieran ser oportunas para un determinado momento y que posteriormente ya no resultaban adecuadas y otras que nunca fueron coherentes con el Evangelio. La Iglesia es instrumento de santificación, sin embargo, en este mundo su santidad no es perfecta y no es capaz de evitar que todos sus hijos, también los constituidos en jerarquía, cometan pecados que dañan el testimonio y actuación de la Iglesia. Conceder valor absoluto a las decisiones de los jerarcas de la Iglesia implica un grave error teológico, al divinizar voluntades humanas falibles, elevando cualquier decisión eclesiástica a la categoría ex cathedra, infalible, sustituyendo la verdad por la autoridad entendida en clave nominalista y fideísta, y reemplazando el Derecho por el positivismo jurídico.
¿Era por tanto necesario un libro para denunciar esta triste realidad, que usted llama estado de descomposición?
En la Iglesia en España, nadie hasta la fecha había trabajado a fin de elaborar una obra de conjunto acerca del recorrido histórico (los documentos), pero también teológico-filosófico y jurídico (las ideas) que aúne todos los planos que se entrecruzan e intervienen en el proceso de descristianización, y por extensión, de desespañolización y deshumanización al que hemos llegado como sociedad civil y como sociedad eclesial. Se trata del mayor fracaso colectivo de país, que, persiguiendo copiar al resto de la Europa secularizada se contagió del izquierdismo mas sectario, liberticida y depredador de Occidente. Resulta demasiado desagradable aceptar la realidad del papel desempeñado por tantos, desde el tardofranquismo y la Transición, en la destrucción de la sociedad católica que existía en España, y, además, salpica a demasiados altos clérigos, sus cobardías y bastardos intereses. Ningún sacerdote se había atrevido a investigarlo en profundidad y a ponerlo por escrito de forma divulgativa, denunciándolo, por miedo a las represalias episcopales, que, con su habitual doble vara de medir, sólo castigan, ensañándose con odio, a quienes se adhieren a la más elemental lógica y a la Tradición católica. No he hecho más que componer un puzle a base de un estudio unitario.