¿A qué Don Bosco queremos retornar?
En el día en que la Iglesia celebra la memoria litúrgica de uno de sus grandes santos educadores, San Juan Bosco, ofrecemos la traducción de un interesante artículo escrito por el salesiano don Francesco Motto para L’Osservatore Romano. En él, realiza un interesante análisis del crecimiento de la Sociedad Salesiana desde su fundación, de la crisis surgida en 1968 y de los desafíos que actualmente debe enfrentar la obra de Don Bosco, desafíos que se enmarcan en el contexto general de la vida religiosa cuya realidad trazó recientemente el Cardenal Rodé en un histórico discurso.
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Han pasado ciento cincuenta años desde aquel 18 de diciembre de 1859, cuando en una humilde habitación de Turín, don Juan Bosco con un sacerdote y dieciséis jóvenes fundaba la sociedad salesiana “con el fin y en el espíritu de promover y conservar el espíritu de verdadera caridad que se requería en la obra de los Oratorios para la juventud abandonada y en peligro”. ¿Ha tenido una continuación aquella reunión?
La respuesta sólo puede ser positiva. Más de 30.000 personas han entregado sus vidas en la realización del proyecto salvífico de Dios propuesto por Don Bosco. Hoy los salesianos son 15.750, presentes en 1.870 casas esparcidas en 129 países. A ellos habría que agregar a las casi otras tantas Hijas de María Auxiliadora, sin contar la multitud de Cooperadores y lo que hoy es la familia salesiana. Pero es necesario mirar hacia adelante.
El reciente Capítulo general de los salesianos (2008) ha invitado a “retornar a Don Bosco”, “a amarlo, estudiarlo, imitarlo, invocarlo y hacerlo conocer, aplicándose en el conocimiento de su historia y en el estudio de los orígenes de la Congregación, en constante escucha de las expectativas de los jóvenes y de los retos dela cultura actual”. En la práctica, ha retomado el motu proprio postconciliar Ecclesiae Sanctae que, en 1966, había invitado a todos los religiosos a retornar a las fuentes para una accommodata renovatio de su vida, en relación a las nuevas condiciones de los tiempos.
Esta invitación debe ser bien comprendida. El muy apreciable retorno a don Bosco revela, de hecho, un trasfondo ideológico que es el de recuperar el espíritu de don Bosco y de su primer grupo de seguidores en la certeza de encontrar allí un estímulo y una guía para la actualización de la vida religiosa en los nuevos contextos. Pero si lo observamos desde el punto de vista historiográfico – el que interesa en este momento – esto pone en sombra aquella continuidad de vida que la sociedad salesiana ha tenido después de don Bosco, la cual, con las adaptaciones inevitables, le ha permitido llegar hasta hoy. Sobre todo oscurece el hecho de que también los orígenes de una Congregación son parte de un ciclo evolutivo que ha tenido un inicio pero que luego se ha desarrollado en varias direcciones. Don Bosco no es todo, aunque ha sido el inicio de todo; su Sistema preventivo tiene un alma pero también una historia. Una atenta reflexión hermenéutica se impone necesariamente.
Por otro lado, hoy podemos preguntarnos: ¿a qué don Bosco queremos retornar? ¿Al de la ficción y los recitales? ¿Al del mito? ¿O al de la historia? Y si son tantas las imágenes del don Bosco histórico, son aún más las de aquel don Bosco actualizado por la continuidad, sin rupturas, de la sociedad salesiana gracias precisamente a la fidelidad al fundador; fidelidad que ha sido la solicitud permanente de todos los grandes rectores mayores – dos beatificados – que no han faltado en estos ciento cincuenta años. Por lo tanto, un aniversario no puede sólo recordar la fecha del evento fundacional sino también la larga historia nacida con él.
La fase inicial ha sido la del fundador, que ha logrado dar comienzo a un movimiento que, al momento de su muerte, había ya involucrado a más de 700 salesianos (y 400 hijas de María Auxiliadora), presentes en unas cincuenta casas esparcidas por 4 países europeos y 5 sudamericanos.
En 1888, mientras exponentes de la jerarquía eclesiástica pensaban que la obra salesiana no sobreviviría al fundador, don Miguel Rúa tomó las riendas y, con la ayuda de un grupo de salesianos crecidos con él junto a don Bosco, la relanzó en todas sus potencialidades. La sociedad salesiana fue considerada por todas partes moderna, eficiente, útil, tanto para la sociedad civil que requería educadores e instructores de la juventud en la nueva fase de desarrollo económico-social de fines del siglo XIX, como para la Iglesia que debía luchar contra muchas fuerzas adversas.
Desde 1890 a 1897, los salesianos se duplicaron – de 1.000 a 2.000 – y otro tanto en los siguientes trece años, hasta la muerte de don Rúa (1910) – de 2.000 a 4.000. Mientras tanto, las casas aumentaron de 58 a 357, esparcidas por una treintena de países en cuatro continentes.
En el segundo decenio del siglo XX el desarrollo continuó, aunque lentamente. Al momento de la muerte de Rector mayor don Paolo Albera (1921), los salesianos habían crecido “solamente” en 600 personas y 130 casas. Evidentemente la guerra mundial se había hecho sentir gravemente, a pesar de que los novicios fueron siempre centenares.
En los veinte años transcurridos entre las dos guerras, los salesianos se convirtieron en 12.000, con un crecimiento medio anual de 370 miembros y la duplicación de las casas. Y en los veinte años posteriores al conflicto, la demografía salesiana aumentó aún más: un incremento anual de 400 personas y de 15 casas, los 13.500 miembros de 1947 pasaron a ser 21.600 en 1967 – el máximo histórico – presentes en ochenta países.
Frente a un desarrollo tan impresionante, el Papa Pablo VI llegó a definir la obra salesiana como “uno de los hechos más notables, más benéficos, más ejemplares, más prometedores del catolicismo del siglo pasado y del nuestro”.
¿Cuáles son las razones? Obviamente muchísimas. Con mucha aproximación, se podría decir que la sociedad salesiana había vivido de la luz reflejada por un fundador que gozaba de inmensa simpatía en el imaginario colectivo. Los salesianos continuaban siendo considerados óptimos educadores de los jóvenes en sus oratorios y centros juveniles; en sus escuelas humanísticas y profesionales; en sus parroquias y misiones; en sus centros culturales y editoriales. El “sistema salesiano”, en todas sus dimensiones espirituales, pedagógicas, organizativas, había funcionado casi a la perfección.
Pero con el año 1968 tuvo inicio la crisis que vio reducirse el número de salesianos, en un decenio, en más de 5.000 miembros. No logró frenar la hemorragia el Capítulo general de 1965, cuya potencialidad para un verdadero cambio se vio comprometida por la invitación a todos los religiosos de renovar, por medio de un “Capítulo especial”, las propias Constituciones en conformidad con las sugerencias conciliares. Pero antes de eso, estalló el famoso ‘68 con todo lo que significaba, para bien y para mal. La gran aula Capitular de 1971 produjo, sin embargo, una gran cantidad de documentos condensándolos en las Constituciones renovadas. En el espacio de algunos años, la tasa de decrecimiento, gracias también al aumento de la esperanza de vida, se fue estabilizando: entre los años 1978-2007 el número de salesianos se mantiene casi constante, con un mínimo de 16.300 en 1982 y 2002. En el mismo período las obras continuaron creciendo anualmente en diez unidades (1.877 actualmente) mientras que el número de novicios en 30 años permanece casi siempre en más de 500.
El optimismo de los números es, sin embargo, redimensionado si se considera el trend negativo, más lento en América y mucho más rápido en Europa donde, con el 44 por ciento del total de los salesianos, se tiene sólo el 14 por ciento de novicios. Es evidente que, salvo un deseable cambio de tendencia del que por ahora no se perciben signos, el futuro próximo en las áreas europeas y americanas se presentará con un saldo siempre en rojo. La sociedad salesiana, a 150 años de su nacimiento - el recuerdo comienza el 30 de enero y se concluirá el 18 de diciembre próximo – parece dirigirse a un cambio significativo, a un cambio del color de piel, ubicándose en nuevas fronteras geográficas y laborales.
Pero el problema no son tanto los números o las estadísticas; la pregunta más inquietante no es tanto de índole sociológica – si los salesianos son más o menos, donde crecen y donde decaen – sino de carácter carismático: si son idóneos, capaces y si están preparados hoy para estar significativamente entre los jóvenes.
La presencia salesiana, tan difundida en el mundo entero, demuestra lo que puede hacer “un hombre enviado por Dios”. La santidad de más de 100 salesianos demuestra lo que puede hacer Dios. El evento don Bosco no es, entonces, un hecho consumado sino que debe ser llevado a cumplimiento por sus “hijos”, “carismáticos” como él en cuanto que están “a disposición de Dios”. Dar espacio a la creatividad, salir de las oficinas, estar con los jóvenes, escuchar las intuiciones, leer atentamente los “signos de los tiempos”, ayuda a no volver hacer aquello que se ha hecho y que hoy ya no funciona aquí ni mañana allí. Los jóvenes deben reencontrar la identidad salesiana pero no en los documentos, en las mociones de conferencias y asambleas, sino en los educadores que deberían estar y vivir con ellos y para ellos. El Sistema preventivo no hace descuentos: si el educador no está presente, los jóvenes emigran solos; si el educador no llega antes que ellos, recogerá solo los restos; si llega fuera de tiempo, será una emergencia. Lo enseña la historia de estos 150 años. Ha cambiado la sociedad, la familia, el joven; los salesianos deben cambiar pero, paradójicamente, permaneciendo siempre ellos mismos, presentes en el patio, en la escuela, en la calle, en el cine, en el teatro, en internet, dondequiera que estén los jóvenes.
Un punto fundamental será recuperar la gracia de la unidad entre la acción y la contemplación. Es esencial concentrarse no sobre todas las cosas en un orden disperso sino todos y todo en los puntos vitales del carisma; de lo contrario, lo estaríamos cancelando aunque sigue siendo cierto que el Espíritu Santo puede siempre hacer surgir nuevos brotes de un tronco seco. El “proyecto Europa” se juega principalmente en el campo de la revitalización endógena, como sostiene el Rector mayor don Pascual Chávez. Éste es el desafío que 150 años de historia lanzan a la sociedad salesiana, que saldrá vencedora sólo si sabe afrontarlo con la conciencia, la valentía, la humildad y la fe de sus inicios.
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Fuente: L’Osservatore Romano
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
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5 comentarios
Esas preguntas me recuerdan a las que hacemos algunos respecto a los "eruditos" que nos quieren engañar con un Cristo distinto al de los evangelios.
Don Bosco era un sevidor de Cristo, igual que San Francisco y todo el resto de santos y le dejaban a Él actuar.
Esta mitomanía alrededor de los santos me parece la causante de la debilitación de estas congregaciones.
Se olvidan del motor que las elevó, se olvidan de la providencia divina y empiezan a transformarlas en una empresa terrenal, tienen miedo de que se desmorone y por eso se desmoronan.
Amor a todos y la confianza en Dios Jesús lo primero.
La falta de vocaciones que empiezan a tener va por ahí. Eso les está pasando a muchas congregaciones. Y si no llevan a los jóvenes a Cristo no hacen mucha falta. Hoy hay muchos centros socio-culturales para entretener a los jóvenes.
"Si la sal se vuelve sosa...
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