Hasta la última frontera del amor
A fin de hacernos más fácil amar a Dios de verdad, Jesús, una y otra vez nos repitió: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”. Cuando miramos la Cruz, sabemos cuánto nos amó Él. Cuando estamos frente al Tabernáculo, sabemos cuánto nos sigue amando. Y para “facilitarnos” la entrega de ese amor, nos dijo: “Lo que hagan por el más pequeño de Mis hermanos, lo hacen por Mí”. “Estuve hambriento; estuve desnudo; estuve desamparado…”.
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El amor puede ser distorsionado por motivos egoístas. Te amo, pero al mismo tiempo quiero tomar de ti todo lo que pueda, incluso aquellas cosas que no tengo derecho a tomar. En este caso, ya no hay amor verdadero. El amor verdadero duele. Siempre tiene que doler. Debe ser doloroso amar a alguien. Quizá uno incluso deba morir por el ser amado. Cuando la gente se casa, tiene que renunciar a todo para amarse mutuamente. La madre que da a a luz a su hijo, no puede evitar el dolor. Lo mismo vale para la vida religiosa. Para pertenecer totalmente a Dios, tenemos que renunciar a todo. Sólo entonces podremos amar de verdad. ¡La palabra “amor” es a menudo tan mal interpretada, tan mal utilizada!
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