Vuelve el aborto a la primera plana del debate público. La filtración de la posible sentencia del Supremo estadounidense revirtiendo Roe vs. Wade y, en nuestro país, la reforma de la ley 2/2010 sobre salud sexual y reproductiva, la conocida como «ley del aborto», son responsables de este «revival». Y digo «revival», ese término para designar la recuperación de melodías antiguas, porque la mayoría de los argumentos que se oyen entre quienes defienden el aborto parecen sacados de una tele en blanco y negro. Son básicamente los mismos eslóganes de hace medio siglo: «nosotras parimos, nosotras decidimos», «mi cuerpo, mi decisión».
Son eslóganes simplones pero efectistas, lo reconozco, ¿pero de verdad no se han parado a pensar en ellos? ¿Cómo se puede seguir insistiendo en que con tu cuerpo haces lo que quieres cuando es evidente que lo que está en juego con el aborto no se trata de tu cuerpo, sino del cuerpo de otro ser humano? No es tu cuerpo, es el cuerpo de tu hija (o hijo), ese que hoy en día podemos ver con un detalle asombroso a través de sofisticadas ecografías, ese sobre el que podemos hacer diagnósticos (y si, por ejemplo, es síndrome de down, eso no significa que tú lo seas… por la sencilla razón de que es un cuerpo diferente del tuyo), ese que incluso podemos operar cuando aún está en el útero (y ene se caso tampoco te estamos operando a ti). Por no hablar de las investigaciones sobre el momento a partir del que el feto puede experimentar dolor, que tú no sientes y que cada vez se fija en estadios más tempranos. No, no tienes dos corazones, porque aquel latido corresponde a otro cuerpo, el de tu hija (o hijo). No, cuando expulsas a tu hija (o a tu hijo), tu cuerpo no queda incompleto, porque lo que has expulsado es otro cuerpo. Que tengamos que seguir señalando, después de tantos años, lo obvio y evidente arroja, permítanme confesárselo, una espesa sombra sobre la capacidad de raciocinio de nuestra especie.
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