(Efe/InfoCatólica) En su carta, el Papa recordó a Napolitano que “el cristianismo ha contribuido de manera fundamental a la identidad italiana a través de la obra de la Iglesia, de sus instituciones educativas y asistenciales” (...) “y también mediante una riquísima actividad artística: la literatura, la pintura, la escultura, la arquitectura, la música”.
“Dante, Giotto, Petrarca, Michelangelo, Raffaello, Pierluigi da Palestrina, Caravaggio, Scarlatti, Bernini y Borromini son algunos nombres que han dado una aportación fundamental a la identidad italiana”, explicó el Obispo de Roma.
También citó a santos como San Francisco de Asís, a quien se le valora su contribución de “forjador de la lengua nacional”, o Santa Catalina de Siena, mujer que dio un estímulo formidable a “la elaboración de un pensamiento político y jurídico italiano”.
Benedicto XVI repasó igualmente nombres de católicos que apoyaron la formación del Estado Unitario tanto en el pensamiento político (Vincenzo Gioberti, Cesare Balbo), filosófico (Antonio Rosmini), así como en el literario (Alessandro Manzoni).
Recordó asimismo la aportación fundamental de los católicos italianos en la elaboración de la Constitución republicana de 1947.
“Si el texto constitucional -dijo- fue el fruto positivo de un encuentro y de una colaboración entre varias tradiciones de pensamiento, no hay duda de que sólo los constituyentes católicos se presentaron a la histórica cita con el preciso proyecto sobre la ley fundamental del nuevo estado italiano”.
Un proyecto madurado, según explicó el papa, en el interior de Acción Católica y en la Universidad Católica del Sagrado Corazón.
Benedicto XVI no pasó por alto los años 70, llamados “de plomo”, “años dolorosos y oscuros del terrorismo” cuando los católicos dieron su testimonio de sangre; “cómo no recordar, entre varias figuras, la de Aldo Moro y del profesor Vittorio Bachelet”.
En el largo devenir de la historia -reflexionó-, es necesario reconocer que “la nación italiana siempre ha apreciado el honor y el singular privilegio” de la situación peculiar por la cual está en Italia, en Roma, la sede del sucesor de san Pedro y, por tanto, el centro del catolicismo.