La belleza del desierto cuaresmal

La Iglesia, como todos los años, nos invita a unirnos a Jesús en el retiro del desierto (Mt 41,11). Una región deshabitada donde abunda la arena y la roca. Se puede pensar que, por eso mismo, es una región paradigmática para el carácter penitencial de la cuaresma. Pero no podemos olvidar su vertiente positiva: la belleza.

La Cuaresma es tiempo sagrado para los cristianos. Precisamente en esta perspectiva de sacralidad se puede percibir el sentido estético de un espacio que no es distinto del tiempo profano; pero que, visto desde la fe adquiere una plusvalía que trasciende la vulgaridad de la vida ordinaria. Lo santo, lo sagrado, para que podamos percibirlo, brilla de diversas formas con el resplandor propio de la belleza

Las formas bellas siempre nos sorprenden con su esplendor y con su gratuidad. La belleza no deja a nadie indiferente. Uno es libre para elegir entre lo bello y lo vulgar, entre «perder el tiempo» admirando las cosas bellas que se nos ofrecen, o «aprovechar el tiempo» como inversión económica porque «el tiempo es oro». Podemos levantar el vuelo como las águilas o quedarnos picoteando el suelo como las gallinas.

S. Agustín, en sus Confesiones se muestra arrepentido de haber retrasado el encuentro con la verdadera belleza: «¡Tarde te amé, Belleza, tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste». Preciosa reflexión para esta cuaresma: buscar la belleza dentro de nosotros mismos, conscientes de que esa belleza es esencial para nuestra vida de fe; y, además, con un ventajoso porcentaje garantizado: el ciento por uno y la vida eterna (Mc 10,29-30). ¡Realmente vale la pena!

La Iglesia, como todos los años, nos invita a unirnos a Jesús en el retiro del desierto (Mt 41,11). Una región deshabitada donde abunda la arena y la roca. Se puede pensar que, por eso mismo, es una región paradigmática para el carácter penitencial de la cuaresma. Pero no podemos olvidar su vertiente positiva: la belleza.

La pregunta es ¿existe belleza en un lugar desértico y desolado? En sí, el desierto aparece en la Biblia como la negación de toda belleza. Se resalta su aridez, su austeridad y su sequía con la consecuente falta de agua, de vegetación y de vida. Esta tierra inhóspita está habitada por demonios (Lev 16,8), sátiros impúdicos (Lev 17,7) y otras bestias maléficas (Is 13,21). Sin embargo Dios ha querido que, por ella, pasara su pueblo, camino de la tierra de promisión.

Desde entonces el desierto deja de ser un lugar abominable para convertirse en un motivo de culto al Señor, según el mensaje que Moisés tenía que comunicar al faraón: «El Señor Dios de los hebreos, nos ha salido al encuentro y ahora nosotros tenemos que hacer un viaje de tres jornadas por el desierto para ofrecer sacrificios al Señor nuestro Dios» (Éx 3,18). El desierto es el camino escogido por Dios, y su designio era guiar y proteger a su pueblo (Éx 13, 21). «Nos guió por el desierto, por estepas y barrancos, por tierra sedienta y oscura, tierra que nadie atraviesa» (Jer 2,6).

El paso de Israel por el desierto convierte su realismo «inmenso y terrible» (Dt 1,19), en lugar de encuentro con Dios: la belleza, en forma de gloria bíblica se hace presente en pleno desierto, en el Sinaí, «entre los truenos y relámpagos, el sonido de la trompeta y la montaña humeante» (Éx 20,18). La gloria de Dios, que es la manifestación de su belleza, se revela tanto en «la columna de nube de día» y en «la columna de fuego de noche» (Éx 13,21), como en la Tienda del Encuentro donde, «la gloria del Señor llenó su morada» (Éx 40,34). Dios manifiesta su gloria saciando la sed de su pueblo (Éx 15, 23-25; 17,6), alimentándolos con el maná del cielo (Éx 16, 1ss) y curando de las mordeduras de serpientes (Núm 21,4-9).

El desierto también señala el triunfo de la misericordia divina sobre la infidelidad, la murmuración y la desconfianza (Éx 14,11; Núm 14,2). Cada uno de estos signos de presencia es la forma estética del esplendor de la divinidad: «En el desierto saciará tu hambre, dará vigor a tus huesos, serás un huerto bien regado, un manantial de aguas que no engañan» (Is 58,11). De este modo, el desierto se convierte en un vergel donde Dios hace resplandecer su belleza, su misericordia, su fidelidad y su gloria.

La figura del desierto se alarga en la historia de Israel hasta significar, en los tiempos mesiánicos, el lugar de la esperanza, de la austeridad y la conversión interior. Juan el Bautista es la voz que clama en el desierto la necesidad de recibir el bautismo penitencial. Jesús, no se sustrae al bautismo ni a los cuarenta días penitenciales. Si el paso de Israel había cambiado el significado del desierto, Jesús con su presencia, siempre radiante de esplendor divino, lo va a embellecer llenándolo de luz y de vida.

Como en otro tiempo Israel, también Cristo entra en el desierto impulsado por el Espíritu; pero a diferencia de sus antepasados, será el resplandor de su divinidad el que brillará en las tinieblas. El desierto queda inundado con su luz tabórica, y en la prueba de las tentaciones demuestra la fortaleza de espíritu. Por su fidelidad al Padre, convertirá el desierto en antecedente de la victoria del poder de Dios sobre las falacias del demonio.

Las tentaciones por las que pasó Jesús en el desierto no se diferencian mucho de las tentaciones por los que pasan los hombres de todos los tiempos. La primera tentación, «si eres el Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes» (Mt 4,3-4) nos recuerda el recurso a la milagrería fácil para solucionar los problemas consumistas. La segunda tentación, «si eres el Hijo de Dios, tírate abajo» (v.6), es la pretensión de recurrir a Dios para satisfacer la vanidad humana. La tercera tentación, «todo esto te daré, si te postras y me adoras» (v.9) es la a tentación de someterse al servicio del demonio a cambio de dinero, dominio o poder.

Acompañar a Jesús en el desierto, es unirse a su actitud penitencial y dejarse seducir por el misterio de su belleza. Es despojarse del lastre materialista, del culto a la personalidad, de los falsos ídolos, de nuestros egoísmos, de nuestra soberbia y de la prepotencia frente al poder de Dios. Al iniciarse la cuaresma, la Iglesia no deja de recordarnos que no somos más que polvo y que en polvo nos convertiremos. Que todo nuestro orgullo, nuestra soberbia y toda nuestra vanidad, no son más que eso, pura vanagloria, y que un día, todo se va a estrellar contra las losas de una sepultura. La imposición de la ceniza simboliza la condición de pecador y la voluntad de arrepentimiento.

Necesitamos renovarnos; intensificar nuestra vida de fe. Por eso, la disposición a transformar la vida cotidiana en una respuesta personal a la Palabra que nos llama, nos ilumina y nos exige una continua revisión, han de ser prácticas normales del comportamiento cuaresmal para el cristiano.

El desierto, entendido como recogimiento y silencio interior, es la condición requerida para situarnos ante el misterio, ante lo inefable, ante la belleza de Dios donde toda palabra enmudece. Pero la forma estética del desierto cuaresmal no es definitiva. Para los israelitas, la meta era la tierra de promisión. Para el hombre de hoy, el recuerdo de los acontecimientos pasados no deja de ser un aldabonazo a nuestra conciencia: no endurezcamos nuestros corazones.

Con Cristo que nos alimenta con el maná eucarístico, no desfalleceremos en el camino. Estamos seguros de que superaremos la prueba. La belleza del desierto cuaresmal tendrá su culminación en la participación del acontecimiento pascual.     

 

P. Jesús Casás Otero, sacerdote

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11 comentarios

Guillermo Juan Morado
Un texto profundo y bello a la vez.

Enhorabuena.
11/03/11 3:57 PM
César Fuentes
Gracias por sus reflexiones bien meditadas y que transmiten tanto.
11/03/11 11:07 PM
Marcos W
Excelente texto D. Jesús Casás

Tanto en su exposición, desarrollo y explicación desde el Levítico y Éxodo, como en el significado teológico de "Acompañar a Jesús en el desierto"

Muchas gracias por el artículo. No es el primero que le leo exponiendo con claridad y profundidad cristiana un tema.
11/03/11 11:10 PM
Yolanda
Bellísimo, como exige el tema, y muy edificante. Gracias, padre.
12/03/11 10:18 AM
Guadalupe Molina Pillajo
Saludos Padre, es un hermoso texto que nos hace comprender la verdadera belleza de acompañar a Jesus en el desierto y encontrarlo en nosotros dejando atras el orgullo ,la vanidad y todo lo mundano, GRACIAS.
12/03/11 4:21 PM
Miguel Hernández
Me ha hecho mucho bien. Gracias por su apoyo espiritual.Intentaré poner en obra sus palabras.
12/03/11 4:37 PM
Miserere mei Domine
Me alegra leerle de nuevo y sobre todo con un texto tan bello y profundo.

Ciertamente se nos olvida que la belleza es importante en todos nuestros actos, más incluso, en los de penitencia y conversión. ¿Existe alguna conversión que no sea bella? Es imposible. Dios se refleja especialmente en ese momento de cambio y lo hace evidenciando el esplendor de su gloria.

Que Dios le bendiga :)
12/03/11 5:00 PM
Jesús Casás Otero
Gracias, Guillermo, me alegro que te haya gustado.
Un saludo

Jesús Casás
12/03/11 6:31 PM
Amfortas
Me uno a los comentarios anteriores, y que el P. Casás siga iluminando a las almas con artículos como éste.
12/03/11 11:37 PM
Jesús Casás Otero
Quiero daros las gracias a todos por vuestra comprensión con el artículo. La verdad es que mi intención no fue hacer una pieza literaria sino impulsar la categoría belleza en la visión de la austeridad cuaresmal.

Que el Espíritu de la belleza os acompañe

Jesús Casás
14/03/11 6:32 PM
aida v, figueroa
Es un texto bello y profundo para estimularnos a buscar en lo dificil, lo facil para encontrar el camino.
11/02/13 3:43 PM

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