(J. Beltrán/La Razón) Es uno de los hombres de confianza de Benedicto XVI. De ahí que hace dos años le pusiera al frente de la Congregación para la disciplina del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Con él ha viajado a Santiago y Barcelona y, como un peregrino más, el cardenal Cañizares desvela las palabras del Santo Padre que más han resonado en su interior. “Después de escucharle no podemos decir otra cosa: no sabemos lo que tenemos con la fe”.
- Con el trato directo que tiene con Benedicto XVI, ¿qué impresión cree que se ha llevado de nuestro país?
–A juzgar por su rostro –se le veía muy gozoso y contento– creo que habrá sido muy buena. El Papa puede sentirse muy dichoso por haber cumplido plenamente lo que Dios quería con esta visita. Pero también, por el mucho bien que ha hecho a nuestro país. En su testimonio, ejemplo y mensaje, España ha recibido palabras de gran esperanza y futuro, luz y horizonte en su camino. Fue espléndidamente acogido y escuchado tanto en Galicia como en Cataluña.
–¿Qué frutos deja este intenso peregrinar de 32 horas?
–Sólo Dios lo sabe. Se puede intuir, si somos fieles a lo que hemos visto y oído, que los frutos pueden ser muy abundantes, pues ha sido un nuevo paso de Dios por nuestra tierra; si las palabras del Papa se ponen en práctica, abren caminos para una humanidad nueva y para una revigorización de nuestra Iglesia. El Santo Padre ha llevado a cabo, entre nosotros, el ejemplo de lo que es una nueva evangelización, de la que andamos muy necesitados.
–Sólo en términos publicitarios el viaje ha generado 66,5 millones euros. ¿Qué les diría a quienes calificaron de “derroche” la visita?
–Hacer problema de contabilidad en un viaje apostólico es ignorar lo que significa y desvalorizar o empequeñecer la grandeza de esta visita. El “derroche” es el de Dios para con nosotros, que con este viaje ha dado pruebas de una generosidad y amor desbordantes. El bien que ha podido generar no se puede medir en cálculos económicos.
–Santiago y Barcelona se echaron a la calle. ¿Una muestra de la vitalidad de la Iglesia y del tirón del Benedicto XVI?
–La Iglesia en España no está tan debilitada como parece o como algunos querrían. Tiene una gran vitalidad, unos cimientos cristianos muy profundos y firmes. Eso sí, podría y debería tener más confianza en sí misma, y reconocer la vida cristiana y teologal que en ella hay. Por otra parte, la figura sencilla, dulce y humilde de Benedicto XVI tiene una gran fuerza: sencillamente la atracción de ser testigo de Dios vivo, manifestación de su cercanía y amor. Tiene el poder de la autenticidad y la fuerza de la verdad que nos hace libres.
–¿Cómo valora el revuelo generado por sus palabras sobre el laicismo en España?
–Las declaraciones fueron de gran calado y valor. Lo que dijo sobre el laicismo y la secularización radical en la que nos hallamos o la quiebra moral que padecemos es la pura verdad. Ni la laicización de nuestra sociedad ni los intentos de que España “dejara de ser católica” en los años 30 –un hecho histórico que nadie puede negar– tienen sentido ni futuro ni respetan la identidad de lo que somos y constituye nuestra identidad y proyecto común que arrancan de muy atrás. Las declaraciones del Papa me hacen preguntarme: ¿de dónde viene esta situación tan radical? Todos, de alguna manera, tenemos que ver con ella. No busquemos culpables fuera ni enemigos externos para quedarnos tranquilos. Deberíamos hacer autocrítica, ver qué nos ha pasado y por qué, y qué podemos hacer para que España reemprenda nuevos vuelos.
–Lo que está claro que es está al tanto de nuestra realidad...
–Agradezco las declaraciones del Papa, expresión clara de que conoce y quiere de verdad a España. En lugar de mover a buscar culpables –cosa que no pretende–, sus declaraciones deberían encontrar gentes que digan: “Aquí estamos, Santo Padre, ¿qué tenemos que hacer?”. La respuesta que el mismo Papa nos da es muy clara: evangelizar de nuevo, como si fuese la vez primera, con nuevo ardor. El Papa, pienso, tenía en su mente lo que ha hecho grande y admirable el nombre de España en el concierto de las naciones, y apelaba fuertemente a nuestra responsabilidad. Como Iglesia y como español me sentí muy interpelado por sus palabras.
–El Papa instó a Europa a “abrirse a Dios”. ¿Por qué les cuesta a los líderes políticos reconocer que los valores básicos de Occidente manan del Evangelio?
–No sé si les cuesta a los políticos reconocer esto. Probablemente sí, a juzgar por algunas actuaciones. De lo que sí estoy convencido es de que también a los políticos debe llegar la fuerza humanizadora, de vida nueva, liberadora y de progreso y bien común que el Evangelio comporta y genera. La Iglesia también tiene la responsabilidad de ofrecer –no imponer– el Evangelio y formar en criterios evangélicos a quienes prestan el gran servicio de la política. Esto no es entrometerse en la vida pública ni actuar para un determinado credo o institución, sino contribuir al bien común respetando la sana laicidad. Como dijo Juan Pablo II al comienzo de su pontificado, los políticos no habrían de tener miedo a abrir de par en par las puertas de la política a Jesucristo. Jesucristo no empequeñece para nada al hombre, sino que lo engrandece y dignifica.
–El Papa subrayó la labor social de la Iglesia con su visita al centro de discapacitados Nen Déu. La Razón publicó que los católicos que van a misa son el doble que los afiliados a los sindicatos. Sin embargo, en proporción, la Iglesia recibe menos dinero del erario público. ¿Está en deuda el Estado con ella?
–La Iglesia no busca reconocimientos humanos o de la opinión pública ni los necesita: gratis lo recibe, gratis lo da, sin nada a cambio, sin ningún aplauso. Lo que le preocupa es que hay gente que pasa hambre, que está en el paro, o que no tiene para pagar el recibo de la luz y necesita ayuda, pero no lo pregona. La Iglesia es consciente de que hay un hombre o una familia que lo necesita y que debe socorrerle; se complace en hacer lo que Dios nos pide y nos muestra: amar como Él mismo nos ama, servir y ayudar como el buen samaritano. En estos momentos, sin duda, es muy grande –aún podía y debía ser mayor– la obra que está llevando a cabo en ayuda de tantas familias que se ven muy azotadas por la crisis. Lo hace muy calladamente, sobre todo a través de Cáritas y de tantas y tantas maneras, personas e instituciones. He escuchado a muchos –y no se equivocan– que si no fuese por este servicio de la Iglesia, la situación de crisis social en España sería más grave y aguda. Por eso, estimo que no es hora de pasar factura a nadie, ni al Estado, sino sólo, juntos, de servir y amar al prójimo, como Dios hace y quiere. La visita, por ejemplo, del Papa a la obra social Nen Déu fue estremecedora, de lo más hermoso del viaje papal, reveló el rostro y la belleza de la Iglesia que aparecía tan radiante –de manera distinta, claro– como por la mañana en la inigualable basílica de La Sagrada Familia. Finalmente, le digo que los que rigen los destinos del Estado deben saber cuáles son sus deberes y obligaciones sociales para con el bien común. Que actúen en consecuencia.
–La defensa de la vida y de la familia ha sido otro de los ejes de los discursos. ¿La clase política tomará nota de las medidas “legislativas” que reclamó el Papa para protegerlas?
–He dicho y repetido en muchas ocasiones que no se puede legislar contra la vida ni contra la familia porque esto va en contra del bien de la persona y en contra del bien común. Si se hace se habrá de rectificar; creo honestamente que se puede y aún se está a tiempo. Pero no es cosa sólo de los políticos, es de todos los ciudadanos que tenemos el deber de exigir de nuestros políticos, elegidos por nosotros, que se respeten los derechos humanos universales e inalienables. Sin defensa total y plena de la vida y de la verdad de la familia se mina, debilita y destruye la democracia y el Estado de derecho; se socavan los fundamentos de la convivencia y de la paz; no es posible la libertad verdadera y plena ni la justicia ni el bien común que se asienta en el bien de la persona. No hay futuro sin tal defensa.
–En su despedida, Benedicto XVI pidió la intercesión de la Virgen para que los españoles vivamos “como una sola familia”. ¿Un deseo compartido?
–¿Quién puede estar en contra de este hermoso, noble y necesario deseo? Como a la vista está que no estamos viviendo como tal familia, es necesario acudir a la Santísima Virgen, a los Santos, a Dios mismo, que nos ayuden a serlo, pero con la disposición, el convencimiento y el deseo auténtico de que se alcance.
–Hay quien ve la ausencia de Zapatero en la Sagrada Familia como un desplante. ¿Lo ve así?
–Personalmente, y como español, me hubiese alegrado muchísimo que el presidente del Gobierno hubiese participado en la solemne celebración litúrgica de la consagración de la basílica de la Sagrada Familia, magnífica y única. Sentí de veras no verlo entre nosotros y con nosotros en aquellos momentos. Hubiese gozado como todos gozamos en ese acto incomparable y siento que se privase del reconocimiento agradecido de los cristianos, y también de otro. Pero no lo critico. Respeto su decisión. Habrá tenido sus razones. De lo que estoy seguro y cierto es de que no lo hizo en modo alguno como desplante, falta de respeto, rechazo, desprecio o no sé con qué otra intención “torcida”. Si digo la verdad, debo confesar que no me he hecho problema de esta ausencia, que coincidió –¡qué cosas pasan a veces!– con una visita a quienes están lejos de nosotros y llevan la bandera de España para ayudar a un pueblo tan acosado por la guerra y la violencia.
–El Papa también confirmó que el dicasterio para la Nueva Evangelización está pensado para España. ¿No le da pena que una tierra tradicionalmente misionera se convierta ahora en territorio a reevangelizar?
–No es presunción ni pedantería, pero España, en su identidad y en su historia, es emblemática. Su obra evangelizadora en América y en los otros continentes ha sido gigantesca. Por eso no puede perder ese vigor y no es extraño que el Papa haya pensado con una particular atención en España, al pensar en un nuevo dicasterio para promover e impulsar una nueva evangelización en los países de vieja tradición cristiana, azotados y zarandeados hoy por una profunda secularización, por un olvido lacerante de Dios, y por un vivir, pensar, sentir y ordenar como si Dios no existiera. Me duele –¡cómo no!– que estemos donde estamos, pero anima tantísimo que la Iglesia vele por nosotros... El Papa cuenta con nosotros.
–En La Razón hemos conocido cómo han vivido el viaje los que han estado “a un metro del Papa”. Usted que trabaja codo a codo con él, ¿cómo es Benedicto XVI?
–Una persona de fe, un hombre de Dios, una persona muy cercana, sencilla, humilde, atenta, que escucha, dialogante; que se interesa por todo y por todos, que transmite paz y alegría, que da esperanza; sensible, espiritual, dulce; comprensivo, amable, delicado hasta el extremo, afectuoso; un testigo que transparenta a Jesús, rostro humano de Dios, y que lleva a Dios, anima y da esperanza; sabio e inteligente, perspicaz; ordenado y preciso; es una persona amiga con quien nunca te sientes extraño. Así lo he conocido siempre, así, y si cabe aún más lo veo ahora.
–La semana que viene el Santo Padre ha convocado a los cardenales a “reflexionar” sobre “la respuesta de la Iglesia ante los casos de abuso sexual”. Benedicto XVI lo está afrontando con una gran valentía este asunto...
–El Papa aborda éste y otros temas con lucidez y valentía. Quiere que la Iglesia Santa muestre su belleza, que es su santidad y hermosura, en todos sus miembros; por eso llama a la conversión y a la purificación de todos.