(InfoCatólica) León XIV ha recibido este jueves en el Aula Pablo VI a los participantes en el congreso organizado por el Dicasterio para las Causas de los Santos titulado «La Mística. Los fenómenos místicos y la santidad». En su discurso, el Pontífice ha agradecido las reflexiones sobre un tema que considera «entre los más bellos de la experiencia de fe».
Los frutos como criterio de discernimiento
El Papa ha recordado en su discurso que la Iglesia reconoce desde hace siglos que «en el corazón de la vida mística está la conciencia de la íntima unión de amor con Dios». Este evento de gracia, ha explicado, se manifiesta en los frutos que produce, citando las palabras del Señor: «No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos. Cada árbol se reconoce por su fruto: no se recogen higos de las espinas, ni se vendimia uva de un zarzal».
León ha subrayado que la mística se caracteriza como «una experiencia que supera el mero conocimiento racional no por mérito de quien la vive, sino por un don espiritual», que puede manifestarse de diversas formas, incluso con fenómenos opuestos como visiones luminosas o densas oscuridades, aflicciones o éxtasis.
Los fenómenos extraordinarios no son indispensables
El Pontífice ha aclarado que estos eventos excepcionales «permanecen secundarios y no esenciales respecto a la mística y a la santidad misma». Pueden ser signos en cuanto carismas singulares, pero «la verdadera meta es y permanece siempre la comunión con Dios».
En consecuencia, ha explicado que los fenómenos extraordinarios que pueden caracterizar la experiencia mística «no son condiciones indispensables para reconocer la santidad de un fiel». Si están presentes, fortifican las virtudes no como privilegios individuales, sino en cuanto están ordenados «a la edificación de toda la Iglesia, cuerpo místico de Cristo».
La conformidad con la voluntad de Dios como criterio fundamental
El Papa ha enfatizado que lo que más cuenta en el examen de los candidatos a la santidad es «su plena y constante conformidad a la voluntad de Dios, revelada en las Escrituras y en la viviente Tradición apostólica».
Por ello, ha pedido equilibrio: «como no hay que promover las Causas de Canonización solo en presencia de fenómenos excepcionales, así hay que poner atención en no penalizarlas si los mismos fenómenos caracterizan la vida de los Siervos de Dios».
El ejemplo de los santos místicos
El Papa ha citado a Santa Teresa de Ávila, quien afirmaba: «Es claro que la suma perfección no está en las dulzuras interiores, en los grandes arrebatos, en las visiones y en el espíritu de profecía, sino en la perfecta conformidad de nuestro querer con el de Dios, de modo que queramos, y firmemente, cuanto conocemos que es de su voluntad, aceptando con la misma alegría tanto lo dulce como lo amargo, como Él quiere».
También ha mencionado la experiencia de San Juan de la Cruz, según el cual el ejercicio de las virtudes es el brote de la apasionada disponibilidad para Dios, de modo que su voluntad y la nuestra se conviertan en «una sola voluntad en un consenso pronto y libre», hasta la transformación del amante en el Amado.
El discernimiento en las causas de canonización
El Pontífice ha recordado que en el centro del discernimiento sobre un fiel está «la escucha de su fama de santidad y el examen sobre su perfecta virtud, como expresiones de comunión eclesial e íntima unión con Dios». Ha animado especialmente a quienes trabajan en el ámbito de las Causas de Canonización a imitar a los Santos y cultivar así «la vocación que nos une a todos como bautizados, miembros vivos del único pueblo de Dios».
Discurso completo del Santo Padre (traducción no oficial)
Eminencias, Excelencias,
queridos presbíteros, religiosos y religiosas,
queridos hermanos y hermanas:
Me complace daros la bienvenida al término del Congreso promovido por el Dicasterio para las Causas de los Santos, dedicado a la relación entre los fenómenos místicos y la santidad de vida. Se trata de una de las dimensiones más bellas de la experiencia de fe, y les agradezco que con este estudio hayan contribuido a valorizarla y también a arrojar luz sobre algunos aspectos que requieren discernimiento.
Tanto a través de la reflexión teológica como de la predicación y la catequesis, la Iglesia reconoce desde hace siglos que en el corazón de la vida mística se encuentra la conciencia de la íntima unión de amor con Dios. Este acontecimiento de gracia se manifiesta en los frutos que produce, según la palabra del Señor: «No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos. De hecho, cada árbol se reconoce por su fruto: no se recogen higos de los espinos, ni se vendimia uvas de los zarzales» (Lc 6,43-44).
La mística se caracteriza, por tanto, como una experiencia que supera el mero conocimiento racional, no por mérito de quien la vive, sino por un don espiritual, que puede manifestarse de diversas maneras, incluso con fenómenos opuestos, como visiones luminosas u oscuridad densa, aflicciones o éxtasis. Sin embargo, estos acontecimientos excepcionales son secundarios y no esenciales para la mística y la santidad misma: pueden ser signos de ella, en cuanto carismas singulares, pero la verdadera meta es y sigue siendo siempre la comunión con Dios, que es «interior intimo meo et superior summo meo» (San Agustín, Confesiones, III, 6, 11).
Por consiguiente, los fenómenos extraordinarios que pueden connotar la experiencia mística no son condiciones indispensables para reconocer la santidad de un fiel: si están presentes, fortalecen sus virtudes no como privilegios individuales, sino en cuanto ordenados a la edificación de toda la Iglesia, cuerpo místico de Cristo. Lo que más importa y lo que más hay que subrayar en el examen de los candidatos a la santidad es su plena y constante conformidad con la voluntad de Dios, revelada en las Escrituras y en la Tradición apostólica viva. Por lo tanto, es importante mantener el equilibrio: así como no se deben promover las causas de canonización solo en presencia de fenómenos excepcionales, tampoco se debe penalizar si esos mismos fenómenos caracterizan la vida de los Siervos de Dios.
Con constante compromiso, el Magisterio, la teología y los autores espirituales han proporcionado además criterios para distinguir los fenómenos espirituales auténticos, que pueden darse en un clima de oración y de sincera búsqueda de Dios, de las manifestaciones que pueden ser engañosas. Para no caer en la ilusión supersticiosa, es necesario evaluar con prudencia tales acontecimientos, mediante un discernimiento humilde y conforme a la enseñanza de la Iglesia.
Resumiendo casi la práctica, Santa Teresa de Ávila afirma: «Es evidente que la suma perfección no está en las dulzuras interiores, en los grandes éxtasis, en las visiones y en el espíritu de profecía, sino en la perfecta conformidad de nuestra voluntad con la de Dios, de modo que queramos, y con firmeza, lo que sabemos que es su voluntad, aceptando con la misma alegría tanto lo dulce como lo amargo, según Él quiera». [1] A estas palabras corresponde la experiencia de San Juan de la Cruz, según el cual el ejercicio de las virtudes es el germen de la apasionada disponibilidad para Dios, de modo que su voluntad y la nuestra se convierten en «una sola voluntad en un consentimiento pronto y libre», [2] hasta la transformación del amante en el Amado. [3]
En el centro del discernimiento sobre un fiel está la escucha de su fama de santidad y el examen de su virtud perfecta, como expresiones de comunión eclesial y de íntima unión con Dios. Al desempeñar este valioso servicio, especialmente aquellos de vosotros que trabajáis en el ámbito de las Causas de Canonización, estáis llamados a imitar a los Santos y a cultivar así la vocación que nos une a todos como bautizados, miembros vivos del único pueblo de Dios.
Mientras os animo a continuar con confianza y sabiduría en este camino, os imparto de corazón a todos la bendición apostólica. ¡Gracias!
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[1] Santa Teresa de Jesús, Fundaciones 5, 10; cf. Id., Castillo interior, I, 2, 7; II, 1, 8.
[2] San Juan de la Cruz, Llama de amor viva 3, 24.
[3] Cf. Id., Cántico espiritual, 22, 3.







