(CNA/InfoCatólica) En los primeros siglos del cristianismo, las comunidades eran pequeñas, dispersas y a menudo perseguidas. En aquel contexto, no existía un proceso formal de canonización como el actual. Según la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USCCB), durante los primeros quinientos años de la Iglesia «no existía un proceso canónico formal tal como se entiende actualmente».
Desde el siglo VI y hasta el siglo XII, la intervención del obispo local se hizo necesaria para declarar santo a un fiel difunto. Los cristianos de la comunidad solían pedir al obispo que examinara la vida y las virtudes del candidato. Si el obispo consideraba la petición «favorable», «emitía un decreto, legitimaba el culto litúrgico y, de ese modo, canonizaba a la persona».
Con el paso del tiempo, el proceso se fue estructurando. A partir del siglo X, además del examen de vida y virtudes, el obispo debía recoger «testimonios de quienes conocieron al candidato y fueron testigos de los milagros atribuidos a su intercesión». Todo el expediente se remitía al Papa, quien tomaba la decisión final.
La primera canonización oficial realizada por un pontífice fue la del obispo suizo San Ulrico, en el año 993, por el Papa Juan XV.
Del obispo al Papa: evolución del proceso
Durante siglos, el procedimiento se mantuvo prácticamente igual. A finales del siglo XVI, el Papa Sixto V creó la Congregación de Ritos Sagrados, con la función de «asistir al Papa en la revisión de las causas de canonización».
El sistema apenas cambió hasta 1917, cuando se promulgó el primer Código de Derecho Canónico. Posteriormente, en 1983, san Juan Pablo II actualizó la normativa, estableciendo el procedimiento que sigue vigente en la actualidad.
El proceso moderno de canonización
Hoy, el proceso para declarar santo a un fiel consta de tres etapas principales.
Primera etapa: Se examina la vida del candidato a la santidad. Este proceso, que generalmente no puede comenzar antes de cinco años tras su muerte, se inicia en la diócesis o eparquía correspondiente.
Tras recibir la petición y el permiso de la Santa Sede, el obispo forma un tribunal para investigar la vida y las virtudes del candidato, o su posible martirio. «Se llamará a testigos y se reunirán y analizarán los documentos escritos por y sobre el candidato», indica la USCCB.
El informe diocesano se envía después al Dicasterio para las Causas de los Santos, donde nueve teólogos evalúan si el candidato vivió una vida de virtudes heroicas o sufrió martirio. Si la votación es favorable, y tras la revisión de cardenales y obispos miembros del dicasterio, el prefecto presenta el resultado al Papa. Con su aprobación, el candidato es declarado venerable (si ha vivido una vida virtuosa) o beato (si ha sido mártir).
Segunda etapa: Un venerable es beatificado cuando se reconoce un milagro atribuido a su intercesión, comprobado mediante una investigación canónica rigurosa. En el caso de los mártires, la beatificación se concede automáticamente tras el reconocimiento del martirio.
Tercera etapa: Un beato es canonizado oficialmente cuando se verifica un segundo milagro atribuido a su intercesión, ocurrido después de su beatificación.
La canonización «permite la veneración pública del santo por parte de toda la Iglesia universal», recuerda la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos.
Los primeros santos canonizados por el Papa León XIV
Los primeros santos canonizados por el Papa León XIV fueron San Carlo Acutis y San Pier Giorgio Frassati, el pasado 7 de septiembre. Ambos representan un testimonio luminoso de fe y de santidad vivida en la juventud, mostrando que seguir a Cristo con alegría es posible en el mundo contemporáneo.
            
  
 
	 
 
	 
 
	 
 
	 
        
            
            
            
        
 
           
        
        




