(InfoCatólica) Rocco Artuso, autor de El caminante de Dios. Vida novelada de San Roque, ha tenido la amabilidad de conceder una entrevista a InfoCatólica para hablarnos de su motivación para emprender este proyecto, que le ha llevado a reexaminar su propia historia y, a pesar de estar ya jubilado, ha terminado por conducirle a Rumanía, para dedicarse con su esposa a la evangelización.
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Tiene usted un doctorado en derecho y una licenciatura en filosofía y ética. ¿Cómo se le ocurrió la idea de escribir la vida novelada de un santo, y en concreto de su santo, San Roque?
He leído mucho sobre la vida de San Roque durante años. Para mí, esa lectura significó reconciliarme con mi propia historia personal. No podía aceptar la grave enfermedad de mi madre, que la llevó a la muerte. No podía aceptar ser el primero de tres hijos porque eso me obligó a convertirme en adulto demasiado rápido, precisamente por la ausencia de mi madre. Todos mis sufrimientos familiares, para mí, se resumían en mi nombre: Rocco (Roque, en italiano), un nombre típico del sur de Calabria. Sentía que mi nombre era como una etiqueta, como si tuviera un sello, porque resumía toda mi historia en un solo adjetivo: tristeza.
Buscar el significado de mi nombre, acudir a las fuentes y leer lo que se ha escrito sobre San Roque, ha significado reexaminar mi vida y encontrar una reconciliación cuya ausencia me había entristecido. Esto me proporcionó una alegría que no podía quedarse en mi interior. Durante años leí todo lo que pude encontrar y, finalmente, pensando en el bien que me habían hecho esas lecturas, decidí escribir una vida novelada del santo, mostrando cómo todo acontecimiento que le sucede a un hombre cada día está lleno de un significado que va más allá de lo inmediato, un significado sobrenatural.
Creo que, si deseamos transmitir la fe a las generaciones futuras, debemos enseñar a la generación posterior a interpretar los acontecimientos cotidianos de forma sobrenatural, más allá de lo inmediato. Debemos enseñarles a pensar y razonar como cristianos. Por ello, en esta vida novelada, he buscado destacar no solo la peregrinación terrenal, sino especialmente la interior del santo, porque, así como hay un éxodo terrenal, hay un éxodo celestial.
En la zona de Regio de Calabria, en el sur de Italia, de donde usted es originario, hay una gran devoción a San Roque, ¿verdad?
Es cierto. Hay una inmensa devoción por el santo. Su culto y veneración se extendieron allí donde se sufría el azote de la peste. La enfermedad diezmaba ciudades enteras en cuestión de días, de modo que la población de toda Europa sufrió descensos drásticos con cada ola de peste. En ese contexto, sin un tratamiento adecuado, solo quedaba una esperanza: pedir ayuda y gracia a quien había vencido la peste. Por esta razón, muchos pusieron a sus hijos el nombre de Roque y algunos estudios muestran que, hasta finales del siglo XX, el nombre de Roque era el más común en Europa.
En el sur de Italia, en particular, el culto está muy arraigado. En muchos pueblos, he preguntado personalmente a ancianos qué recordaban de la festividad cuando eran niños, y aún cuentan dichos e historias de sus abuelos y bisabuelos sobre sucesos milagrosos ocurridos durante la procesión. Cuentan historias de curaciones milagrosas, de personas que habían dejado de usar muletas, de enfermedades superadas y de personas que habían recuperado la vista.
En la introducción de su libro, menciona el gran respeto que su familia tenía por su abuelo y su sabiduría. ¿Podría esto entenderse como algo similar al respeto que la Iglesia tiene por la tradición recibida y la sabiduría de los santos?
Mi familia respetaba profundamente la autoridad moral de mi abuelo. El mayor de la familia era quien mostraba el camino, el tesoro del que sacar provecho para vivir mejor. Ellos eran los modelos a seguir, los que aportaban seguridad y fortaleza a la generación que se acercaba a la edad adulta, aferrándose firmemente, como raíces, a la generación anterior. A mí me pusieron el nombre de Rocco porque mi abuelo paterno se llamaba Rocco.
Sin duda, esta forma de percibir el bien común --es decir, el compromiso y el esfuerzo de una generación por moldear a la siguiente-- refleja el respeto de la Iglesia por la Tradición recibida. ¡Ay de nosotros si no fuera así! Hemos recibido la Verdad, no la hemos inventado, así que debemos transmitir esa Verdad y no las fantasías de nadie. Por eso, en la Iglesia de Jesucristo, en la Iglesia Católica, todos somos servidores, no inventores, de la Verdad. Somos custodios de la Verdad, no sus dueños. Esta misión de custodia implica el deber de comunicarla a los demás, porque es Amor que se entrega completamente a todos.
San Roque vivió en el siglo XIV. ¿Puede su vida ser un ejemplo para nosotros, a pesar de los cambios ocurridos en los últimos seis o siete siglos?
Ciertamente, cada uno de nosotros puede identificarse con San Roque. Todos sentimos, de alguna manera, que algo nos falta para alcanzar la plenitud total y sentimos la necesidad de caminar hacia la felicidad. Por eso creo que la historia de San Roque, la historia del peregrino, es el arquetipo del cristiano siempre en camino hacia su patria.
En esta historia novelada, he intentado mostrar cómo la misión del hombre es emprender una peregrinación interior. Fuimos puestos en este mundo para ser santos e inmaculados en el amor y, para ello, cada uno de nosotros debe ponerse en camino, ayudado por la Iglesia y por una comunidad concreta de personas con las que podamos caminar al son del kerigma, el anuncio del Evangelio, iluminados por los guías de la caravana.
No se trata de temas de ayer, ni del siglo XIV, son temas de hoy. La realidad es que esta generación está profundamente herida y necesita ayuda. Esa ayuda es Cristo, cuya voz puede resonar en el corazón de los lectores.
En su introducción, usted subraya que el libro intenta demostrar que es posible emprender un camino de búsqueda y retorno a Dios. ¿Cómo puede ayudarnos a lograr este objetivo la lectura de la vida de San Roque en particular?
Para mí, este libro es una herramienta de evangelización. Espero que muchos lo lean y que puedan meditar releyendo, con una mirada nueva, los acontecimientos más significativos de sus vidas. Al escribirlo, he intentado mostrar que cada vida es una peregrinación, especialmente una peregrinación interior, porque el corazón humano está agobiado y lucha por ver más allá de lo inmediato.
La lectura de esta historia pretende demostrar la presencia de Dios en la vida de cada hombre, siempre esperando que el pecador se convierta y viva. Unos días después de la publicación de este libro, alguien me contó que al leerlo había encontrado consuelo y le había ayudado meditar en esta historia del santo, porque le había permitido ponerse de nuevo en camino con confianza, mientras que antes sentía que su fe flaqueaba debido a una grave enfermedad cuyo significado desconocía. Creo que la lectura de este libro puede ayudar en este sentido, porque el diálogo con Dios, en cualquier forma, incluso leyendo un libro, es una de las formas posibles de oración y conversión, como descubrió San Ignacio de Loyola.
En el prólogo, el padre Mario Pezzi observa que lo primero que le impresionó del libro fue que en él se contemplan los acontecimientos de la vida de San Roque a través de la sabiduría y la fe. ¿Fue esta su intención al escribirlo?
Sí, creo que contemplar los acontecimientos de la vida a través de la sabiduría y la fe es fundamental en la vida de un cristiano. Por eso nadie se hace cristiano solo, de forma autosuficiente, sino que se necesita un camino de fe: aprender a creer, a perseverar en la fe, a sufrir y a discernir entre el bien y el mal para elegir el bien. Por eso hace falta contar con catequistas fieles a la Iglesia y a Jesucristo que puedan dar testimonio a esta generación de que somos hombres y mujeres del cielo, ya desde esta vida. Por eso, cada hombre necesita siempre la ayuda de una comunidad en constante conversión, que lo reconozca como hermano en el camino de la vida. En mi historia novelada de San Roque, he intentado mostrar al lector el camino del diálogo con Dios a través de los acontecimientos cotidianos, que siempre contienen una parte de los intentos de Dios por hacerse entender, como Aquel que quiere ofrecerse gratuitamente. Cuando el hombre contemporáneo no quiere o no puede aceptar esta gratuidad, termina sumido en dificultades y amarguras porque ignora que todos estamos sumergidos en el océano de Amor que Dios tiene para cada uno de nosotros.
El último capítulo del libro se titula «La santidad es para todos». ¿Para todos? ¿También para cada uno de los lectores de su libro?
Sí, la santidad es para todos. El cristiano, en virtud de su bautismo, es un hombre consagrado a Dios; es decir, apartado de los ídolos de este mundo y dedicado y consagrado a Dios para ser santo. Parece un lugar común, pero es muy difícil creérselo de verdad. En un mundo donde nadie hace nada sin recibir algo a cambio, a muchos les cuesta comprender que Dios pueda darse y santificar al hombre de forma absolutamente gratuita. Quizás sería más fácil creer que la santidad es para los buenos, para quienes se sacrifican, mientras que para los malvados no hay ninguna posibilidad. «Para todos», sin embargo, significa que la santidad no es solo para el clero, para las personas especialmente consagradas ni para los lectores de mi libro. Significa simplemente eso, para todos, es decir, sin excepción.
Creo que, aunque ya ha cumplido algunos añitos, usted y su esposa acaban de partir a la misión en Rumanía. ¿Cree que el ejemplo del gran santo peregrino le ayudará en esta nueva aventura?
Claro que sí. Mi esposa, Caterina, y yo llevamos unos días ya en Timisoara y estamos muy contentos de estar aquí en una missio ad gentes. Durante más de cuarenta años he trabajado y hemos criado a seis hijos, que ya pueden valerse por sí mismos. Ahora no puedo pasar el tiempo que me queda levantándome para ir al bar, leyendo el periódico y quejándome de lo que hace el gobierno italiano, como hacen tantos hombres de mi edad, o de que ya no soy joven y me empieza a doler la espalda.
Al igual que hizo San Roque, lo que he hecho ha sido preguntar (o más bien hemos preguntado juntos, marido y mujer): «¿Señor, qué me pides que haga en esta parte de mi vida que aún me queda en la tierra antes de ir a ti?». Dios no habla como nosotros, sino que responde y habla con acciones. A mí me pareció entender: «¡Eres mi hijo y un hombre libre, te he dado el discernimiento de la fe!».
Mi esposa y yo creemos que, en la parte final de nuestra peregrinación en esta tierra, Dios nos llama a darle gracias. Después de todas las cosas buenas que hemos recibido gratuitamente, empezando por la fe, ¿cómo no agradecérselas a Dios ofreciéndole unos años de nuestra vida?
Precisamente por este libro sobre San Roque y debido a una serie de circunstancias, Dios ha dispuesto que estemos aquí hoy. Rumanía no se parece a la idea que la gente tiene de este país en Italia. Es un gran país, una tierra sorprendentemente hermosa, necesitada del Dios y Padre de Jesús. Es una tierra donde se puede vivir y, quizás, incluso morir.
Nota: Esta entrevista es un resumen del extenso texto original, que puede encontrarse en el blog Espada de doble filo.







